jueves, 27 de diciembre de 2018

CARTA DE FILIPPO A CAYO OCTAVIO TURINO ( CÉSAR OCTAVIO, FUTURO OCTAVIO AUGUSTO)



No entiendo por qué Antonio tolera a esos hombres despreciables a no ser que, como parece, apruebe su acción. Les han concedido una amnistía, y aunque Bruto y Casio aún no han aparecido en sus tribunales para reanudar sus funciones pretorianas, se dice que lo harán en breve. De hecho, imagino que habrían vuelto ya al trabajo de no ser por la llegada hace tres días de un individuo que apareció en el lugar donde se incineró el cadáver de César. Se hace llamar Cayo Amatio, e insiste en que es nieto de Cayo Mario. Desde luego posee notables dotes oratorias, lo cual descarta un origen puramente campesino.

 

Primero informó a la multitud -la gente sigue congregándose a diario en el Foro- de que los Libertadores son unos villanos y deben morir. Centra su ira en Bruto, Casio y Décimo Bruto más que en los otros, aunque en mi opinión Cayo Trebonio es el mayor villano. No participó en el asesinato en sí, pero fue el cerebro de la conspiración. Ese primer día Amatio despertó la indignación de la multitud, que, como en la fecha del funeral, empezó a clamar por la sangre de los Libertadores. Su segunda aparición fue aún más eficaz, y la multitud adoptó una actitud francamente hostil.

 

Pero la aparición de ayer, la tercera de Amatio, fue la más efectiva. Acusó a Marco Antonio de complicidad. Dijo que el acuerdo de Antonio con los Libertadores (curiosamente, Antonio utilizó en efecto la palabra "acuerdo") fue fruto de un plan, que Antonio dio palmadas en la espalda públicamente a los Libertadores en un gesto de reconocimiento. Van por ahí libres como pájaros y sin embargo asesinaron a César. Antonio estaba muy unido a Bruto y Casio, ¿acaso la gente no se había dado cuenta de eso?. De eso, y de mucho más. Así que la multitud se alborotó.

 

Parto hacia mi villa en Neapolis, donde te esperaré, pero acabo de oír que algunos de los Libertadores han decidido abandonar Italia desde la aparición de ese tal Cayo Amatio. Cimbro se ha ido apresuradamente a su provincia, y lo mismo han hecho Estayo Murco, Trebonio y Décimo Bruto.

 

El Senado se reunió para hablar de las provincias, y Bruto y Casio asistieron, esperando saber adónde los mandarían a gobernar el próximo año. Pero Antonio habló sólo de su provincia, Macedonia, y de la provincia de Dolabela, Siria. Sin embargo, no se planteó la posibilidad de proseguir con la guerra de César contra los partos. Antonio ha reclamado las seis legiones de veteranos acampadas en el oeste de Macedonia; insiste en que ahora son suyas. ¿Para declarar la guerra a los Burbistas y los Dacios?. No lo dijo. Pienso que simplemente pretende asegurarse su propia supervivencia si se produce otra guerra civil. No se tomó decisión alguna sobre las otras nueve legiones, cuyo regreso a Italia no se ha solicitado.

 

El Senado, auxiliado y secundado por Cicerón -que volvió a la cámara en cuanto César murió, y que puso por las nubes a los Libertadores-, se dedica a aclarar las leyes de César, lo cual es una tragedia. Actúan de manera irreflexiva. Me recuerdan a un niño echando mano a la labor de costura de su madre y desbaratando una manga a medio hacer. Otro asunto que debo mencionar antes de despedirme: tu herencia. Octavio, te ruego que no la aceptes. Llega a un acuerdo con los herederos de la octava parte respecto a la manera más equitativa de repartirse el legado, y rechaza la adopción. Aceptar la herencia es tentar a la muerte. Entre Antonio, los Libertadores y Dolabela, no llegarás vivo a fin de año. No eres más que un muchacho de dieciocho años y te aplastarán. Antonio está fuera de sí por haber quedado excluido del testamento y más por culpa de un simple muchacho. No digo que conspirase con los asesinos de César, ya que no hay prueba de ello, aunque sí afirmo que tiene pocos escrúpulos y ningún sentido ético. Así que cuando nos veamos, espero oírte decir que has decidido renunciar al legado de César. De este modo llegarás a viejo, Octavio.


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