Para
mí fue un auténtico desastre, Y si no fue un desastre irremediable fue por obra
y gracia de Julia, que se aseguró de que todos los hombres quedaban acomodados
según el protocolo y sentó a las damas donde no causaran problemas. Con el
resultado de que lo único que vi de Aurelia y de Dalmática, esposa de Escauro,
fue la espalda.
Sé
que Escauro te escribe, porque nuestras cartas salen en el mismo correo; así
que no te repetiré la noticia de la guerra inminente contra los itálicos, ni te
daré un resumen del discurso que él pronunció en la Cámara en elogio de Cayo
Mario. ¡Estoy seguro de que Escauro te habrá enviado una copia! Sólo te diré
que la actitud de Lupo me pareció lamentable, y no pude quedarme callado cuando
vi que se negaba a dar un cargo al viejo maestro. Lo que más me fastidia es que
ese burro de Lupo -¡de lobo no tiene nada!- sea el comandante de todo un
frente, mientras Cayo Mario queda relegado a tareas secundarias. Lo más curioso
es la afabilidad con que Cayo Mario recibió la noticia de que tendría que
compartir el cargo de legado mayor con Cepio. ¿Qué preparará el zorro de
Arpinum contra semejante zopenco? Me imagino que algo de órdago.
Pero
me he alejado del tema de la cena y quiero volver a él, ya que Escauro y yo
hemos acordado escribir abundantemente y repartirnos los temas. A mí me han
tocado en suerte los comadreos, lo que no es justo, ya que Escauro es el mayor
chismoso que conozco después de ti, Publio Rutilio. Escévola fue a la cena
porque Cayo Mario está preparando la boda de su hijo con Mucia, la hija que
tuvo Escévola con la primera Licinia (llamada Mucia Tercia, para distinguirla de
las dos Mucias mayores que ella de Escévola el Augur). La joven tiene ahora
trece años y lo siento por ella, porque el joven Mario no es de las personas
que yo más admire; es un cachorro arrogante, presuntuoso y ambicioso. Los que
tengan que habérselas con él en el futuro se verán en un brete. No es de la
misma naturaleza que mi querido y difunto hijo.
Publio
Rutilio, como nunca he tenido mucha vida familiar ni de niño ni de mayor, mi hijo
me resulta insustituible. Desde el día que le conocí le amé con todo mi
corazón. En él encontraba al compañero ideal, y todo lo que yo hacía le parecía
maravilloso. En mi viaje a Oriente, él añadió una faceta de interés y entusiasmo.
No me importó que no pudiera darme la opinión y los consejos que me habría dado
una persona de mi edad; pero siempre comprendía las cosas y era afectuoso. Y de
pronto murió. ¡Fue tan súbito e inesperado...! No ceso de repetirme: si se
tuviese tiempo, si se pudiese prever... Pero ¿qué preparativos puede hacer un
padre para la muerte de su hijo?
Viejo
amigo, desde que él murió el mundo me resulta más gris. Es como si prescindiera
de mí. Ya hace casi un año y creo que ya me he acostumbrado a su ausencia,
aunque en muchos aspectos nunca me acostumbraré. Me falta una parte de mi
propia esencia y noto un vacío que jamás llenaré. Me siento, por ejemplo, incapaz
de hablar de él a nadie y oculto su nombre como si nunca hubiese existido. Porque
mi dolor es insoportable. Ahora, mientras escribo hablándote de él, estoy
llorando.
Pero
tampoco pretendía hablarte de mi hijo. ¡Se suponía que había de escribirte a propósito de esa malhadada cena! Quizá lo que
me indujo a pensar en él (aunque confieso que siempre pienso) fue el hecho de
que ella estuviese presente. La pequeña Cecilia Metela Dalmática, esposa de
Escauro. Supongo que ahora tendrá unos veintiocho años o poco le faltará. Se
casó con Escauro a los diecisiete, a principios del año en que derrotamos a los
cimbros; lo recuerdo. Tienen una niña de diez años y un niño de unos cinco; los
dos de Escauro, sin género de dudas, los conozco. Escauro ya habla de casar a
la niña con el hijo de su gran amigo Escévola el Augur, Manio Acilio Glabrio.
Aunque hace años que son consulares para no preocuparse por el baldón de homo
novus, no es el linaje lo que los atrae, supongo, sino la fortuna familiar,
casi igual a la de los Servilios Cepionis. A mí, personalmente, me tienen sin cuidado
los Acilios Glabriones, pese a que el abuelo de Manio Acilio Glabrio se pusiera
de parte de Cayo Graco. ¡Por ello precisamente murió, como todos los que fueron
partidarios suyos! Bueno, basta. Creo que ha sido un buen chismorreo, ¿no
crees? ¿No? ¡Pues que Lamia te lleve!
Dalmática
es una hermosa mujer. ¡Cómo me encandiló la primera vez, cuando me presentaba a
las elecciones de pretor! ¿Recuerdas? Es sorprendente pensar que ya han pasado diez
años. Paso de los cincuenta años, Publio Rutilio, y me parece que estoy tan
lejos de ser cónsul como cuando vivía en el Subura. Uno se inclina a
preguntarse qué es lo que le haría Escauro por aquellas tonterías de hace nueve
años. Pero ella lo oculta bien. Lo único que salió de su boca cuando nos encontramos
en el comedor fue un frío ave y una tímida sonrisa. No me miró a los ojos. Y no
se lo reprocho. Supongo que pensaría que Escauro consideraría reprochable su
actitud y obró en consecuencia. Desde luego, él nada habría podido reprocharle,
porque desde que se sentó en la silla de espaldas a mí no se volvió en toda la
cena. Todo lo contrario de nuestra querida y apreciada Aurelia, que nos mareó
con sus giros y movimientos. Si, vuelve a ser feliz porque Cayo Julio va a
salir en breve de viaje para una misión. Acompaña a su hermano Sexto Julio a
reunir caballería para Roma en Africa y en la Galia.
No
pretendo ser malévolo, aunque ésa sea mi reputación, y bien merecida que la
tengo. Los dos la conocemos muy bien y nada puedo decirte de ella que sea una
sorpresa para ti. Ella y su esposo se aman profundamente, pero no es un amor
feliz y cómodo. El le corta el vuelo y ella lo sufre; por eso, al saber que va
a estar fuera de Roma unos cuantos meses, la otra noche era todo
animación, risas y se la veía muy distinta a la persona prosaica que suele ser,
Y Cayo Julio, que estaba a mi lado en la camilla, lo notó perfectamente. Ya
sabes, Publio Rutilio, que cuando Aurelia está animada, contagia su buen humor
a todos. Helena de Troya no le habría llegado a la suela del zapato. ¡Imagínate,
si puedes, al príncipe del Senado haciendo el tonto como un adolescente! Y no
digamos Escévola; y hasta Cayo Mario. No es que las demás mujeres no llamasen
la atención, pues algunas estaban radiantes, pero ni siquiera Julia o Dalmática
podían hacerle sombra, detalle que Cayo Julio captó claramente.
Sin
embargo, fue una cena extraña. Es como si te oyera decir: ¿Y por qué se
celebró? No estoy seguro, aunque me dio la impresión de que Cayo Mario había
tenido algún presentimiento. Como si los que estábamos reunidos no fuésemos a
volver a vernos en iguales circunstancias. Habló de ti apesadumbrado, diciendo
cuánto te echaba de menos. Y habló también con tristeza de si mismo. Y de
Escauro. Y -¡cosa que me turbó!- del joven Mario. En cuanto a mi, me vi objeto de
su más profunda pena. Aunque nos hemos apartado progresivamente desde la muerte
de Julilla, es algo que no entiendo en él. Estamos ante lo que promete ser una
guerra muy difícil de ganar, lo que significa, creo yo, que Cayo Mario y yo
tendremos que trabajar juntos con la misma unión con que solíamos hacerlo; por
lo que la única conclusión a que puedo llegar es que teme por sí mismo. Teme no
sobrevivir a la guerra. Teme que sin su potente presencia para apoyarnos, todos
padeceremos.
Fiel
a mi compromiso con Escauro, no te hablaré de la guerra que se avecina. Sin embargo,
tengo un retazo que ofrecerte que Escauro desconoce. El otro día vino a
visitarme Lucio Calpurnio Pisón Cesonino, a quien han encomendado organizar el
armamento y aprovisionamiento de las nuevas legiones. ¿No está casado con tu
hija? Sí, cuanto más lo pienso, más convencido estoy de que sí. Bueno, me contó
una curiosa historia. Es una lástima que los Apeninos nos aíslen de tal modo de
la Galia itálica, sobre todo de la parte adriática. Ya era hora de que
organizásemos la Galia itálica como una auténtica provincia y enviásemos un
gobernador en toda regla, más otro gobernador a la Galia Transalpina. Para esta
guerra hemos nombrado un solo gobernador para las dos Galias, pero con sede en
la itálica, el pretor Cayo Celio Caldo. Quinto Sertorio es su cuestor; un
nombramiento muy acertado. Es asombroso cómo los Marios llevan lo militar en la
sangre; estoy convencido, porque Sertorio es un Mario por parte de madre. Y sabino, por ende.
Pero
estoy alejándome de lo que te decía. Pisón Cesonino hizo un viaje rápido al
norte para encargar corazas y armas y se dirigió a las localidades habituales,
Populonia y Pisae. Allí oyó hablar de nuevas ciudades con talleres de fundición
al este de la Galia itálica, dirigidas por una empresa de Placentia. Y a
Placentia se encaminó, ¡pero no pudo averiguar nada! Sí, localizó la empresa,
pero no soltaron prenda. Entonces se dirigió al este, a Patavium y Aquileia,
donde descubrió que en la región existe toda una nueva industria; y, además, se
enteró de que en todas esas ciudades con fundiciones han estado fabricando
armas y corazas para los aliados itálicos con un contrato de exclusiva... ¡hace
casi diez años! Cesonino piensa que no hay trampa ni cartón: a los herreros les
ofrecieron un contrato exclusivo, les pagaban religiosamente y sirvieron los
encargos. Aunque los talleres son de propiedad particular, las ciudades son de
un propietario único que es dueño de todo menos de los talleres. Un dueño que,
según los indígenas, es senador de Roma. Y para enturbiar más el asunto, parece
ser que los herreros están convencidos de haber estado fabricando armamento
para Roma y que el que les firmó los contratos era un praefectus fabrum romano.
Ante la insistencia de Pisón Cesonino para que le dijeran cómo era el
misterioso contratista, le describieron un individuo que no puede ser más que Quinto
Popedio Silo de los marsos.
Yo me
pregunto cómo habrá sabido Silo a dónde dirigirse para hacer los encargos, cuando
en Roma nada se sabía de esta industria del hierro. Y se me ha ocurrido una
curiosa explicación, aunque sospecho que será difícil probarla. Por eso no se
la mencioné a Pisón Cesonino. Quinto Servilio Cepio vivió en casa de Marco
Livio Druso durante años, al quedarse solo cuando su mujer se fue con Marco
Catón Saloniano. Bien, cuando yo comenzaba a dar los primeros pasos para la candidatura
al pretorado, Cepio emprendió un largo viaje. Tú me has repetido en cartas anteriores
que el oro de Tolosa ya no está en Esmirna, que Cepio se presentó allí durante
este viaje lejos de Roma y se lo llevó, con gran dolor de las bancas de la
localidad. Silo, pues, iba con frecuencia a aquella casa y tenía mucha más
amistad con Druso que éste con Cepio. ¿Y si se hubiese enterado de que Cepio
iba a invertir parte de su fortuna en esas fundiciones del este de la Galia
itálica? En ese caso, Silo habría podido anticiparse a Roma para firmar
contratos en exclusiva y obtener corazas y armas para su pueblo sin necesidad
de que los fabricantes fuesen a buscar negocio.
Para
mí que Cepio es el senador romano dueño de todo, y que esa empresa con sede en Placentia
es suya. Pero dudo que pueda probarlo, Publio Rutilio. En cualquier caso, Pisón
Cesonino presionó a los fabricantes de la región y ya no harán más corazas ni armas
para los itálicos. Las harán para nosotros.
Roma
se apresta para la guerra, pero hay un ambiente extraño en los preparativos,
dado el
enemigo al que hemos de enfrentarnos. A nadie le agrada tener que combatir en
Italia, y sospecho que al enemigo tampoco. Podría habernos atacado hace tres
meses, a juzgar por los informes de espionaje de que dispongo. Ah, se me había
olvidado comentarte que estoy muy ocupado montando una red de espionaje. Al
menos te prometo que nuestra información sobre sus movimientos será muy
superior a la suya respecto a los nuestros.
Por
cierto, esta parte de mi carta es algo posterior a la fecha con que la
encabecé, porque el correo de Escauro no partió.
De momento
tenemos aseguradas Etruria y Umbría. Oh, hay rumores, pero no alcanzarán suficiente
importancia para que se produzca la secesión; gracias, en gran medida, al
sistema económico de los latifundia. Cayo Mario va de un lado a otro reclutando
tropas y apaciguando ánimos; para dar a Cepio su merecido, se ha movido mucho
en Umbría.
Los
padres conscriptos pusieron el grito en el cielo cuando mis servicios de
espionaje revelaron
que los itálicos tienen ya en pie de guerra y bien entrenadas veinte legiones. Y
como tenía pruebas demostrativas, tuvieron que creerlo. ¡Y aquí nos tienes a
nosotros con seis legiones! Afortunadamente tenemos corazas y armas para diez
legiones más por lo menos, gracias a los ahorrativos individuos que despachamos
a los campos de batalla a recoger las de los cadáveres propios y enemigos,
aparte de los prisioneros. Lo tenemos almacenado en Capua en innumerables
cobertizos. Lo que no sabemos es cómo vamos a reclutar e instruir tropas en el poco
tiempo que nos queda.
Te
diré que la Cámara resolvió a fines de febrero hacer un ejemplo en Asculum Picentum
al estilo de Numancia. Así que tendremos un frente norte y un frente central.
El mando del frente norte lo posee Pompeyo Estrabón, y a él se le encomendó el objetivo
de Asculum Picentum, dándole órdenes para que atacase en mayo. Seguimos a
principios de primavera, pero al menos este año nuestro dilatorio pontífice
máximo ha intercalado veinte días de más a últimos de febrero, por eso la fecha
de esta última parte de mi carta es de marzo. Por cierto, ahora escribo en
solitario porque Escauro dice que no tiene tiempo. ¡Como si yo lo tuviera! No,
Publio Rutilio, no pienses que es un sacrificio. Muchas veces en el pasado tú
has cambiado mi vida cuando estaba lejos de Roma. No hago más que corresponder
como te mereces.
Lupo
es la clase de comandante que no hace nada que le parezca que rebaje su
dignidad. Por eso, cuando se acordó que él y Lucio César se repartiesen las
cuatro legiones veteranas de Tito Didio y que ambos se hicieran cargo de una legión
bisoña, no se vio con ánimos de abandonar Carseoli (donde ha establecido su
cuartel general para la campaña del frente central) para tomarse la molestia de
ir a Capua a hacerse cargo de la tropa y envió en su lugar a Pompeyo Estrabón.
No le gusta Pompeyo Estrabón. Desde luego, ¿hay alguien que le guste?
¡Pero
Pompeyo Estrabón se la guardó! Después de hacerse cargo de las dos legiones veteranas
y la otra bisoña en Capua, se dirigió a Roma, cuando Lupo le había ordenado
llevar la legión bisoña al norte hasta Picenum y entregarle a él las otras dos
en Carseoli. Escauro ha estado una semana entera riendo por lo que hizo, que
fue poner la legión nueva al mando de Cayo Perperna y enviársela a Lupo a
Carseoli, mientras él regresaba a toda prisa con las otras dos por la Via
Flaminia. Y no sólo eso, sino que cuando Catulo César llegó a Capua para asumir
el mando de la plaza, vio que Pompeyo Estrabón había hecho una incursión en los
almacenes de corazas y armas, haciendo acopio de armamento para cuatro
legiones. Escauro aún no ha parado de reír. A mi no me hace ninguna gracia, de
todos modos. Porque, ¿qué podemos hacer ahora? ¡Nada! Pompeyo Estrabón está a
la expectativa. Tiene mucho de galo, ¿no te parece divertido?
Cuando
Lupo se dio cuenta de cómo le había tomado el pelo, exigió a Lucio César la entrega
de una de sus legiones veteranas. Naturalmente, Lucio César se negó, diciendo
más o menos que si Lupo era incapaz de controlar a sus legados, más le valía
acudir llorando a contárselo al primer cónsul. Lamentablemente, Lupo lo ha
cargado a las espaldas de Mario y de Cepio, obligándolos a reclutar y entrenar
tropas con renovada energía. Mientras, él permanece en Carseoli enfurruñado.
Celio
y Sertorio mueven montañas en la Galia itálica para enviar armas, corazas y tropas,
y hasta los más pequeños talleres y fundiciones del territorio romano en todo
el mundo se entregan febrilmente al trabajo. Así que supongo que no importa
mucho que la red de ciudades de Cepio hayan estado aprovisionando a los
itálicos estos últimos años. Nosotros tampoco habríamos podido darles trabajo.
Ahora ya trabajan para nosotros y no podemos quejarnos.
Antes
de mayo tenemos que tener seis legiones en orden de combate. Es decir, tenemos que
organizar diez legiones que ahora no tenemos. ¡Ya lo haremos! Si hay algo en lo
que Roma destaca es en hacer lo que sea preciso cuando tiene factores en
contra. Llegan voluntarios de todas clases y de todas partes, y los ciudadanos
con derechos latinos son incondicionales nuestros. Debido a las prisas no hemos
podido separar los reclutas latinos de los romanos, por lo que
involuntariamente se ha creado cierta hegemonía. Lo que quiero decir es que en
esta guerra no habrá legiones auxiliares. Todas llevan la denominación de
romanas con su número correspondiente.
Lucio
Julio César y yo salimos para Campania a principios de abril, dentro de una semana.
Quinto Lutacio Catulo César está ya instalado de comandante en Capua, un cargo
que creo que desempeñará bien. Me complace enormemente el que no tenga mando
directo de tropas. Nuestra legión de reclutas bisoños quedará dividida en dos
unidades de cinco cohortes, pues Lucio César y yo consideramos que es preciso
para guarnecer Nola y Aesernia. Puede hacerse con estas tropas, que no es
necesario que sean laureadas. Aesernia es una avanzadilla en territorio
enemigo, desde luego, pero sabemos que nos es leal. Escipión Asiagenes y Lucio
Acilio, los dos legados menores (y bastante mediocres), se llevan cinco
cohortes a Aesernia. El pretor Lucio Postumio es un hombre bastante equilibrado
y me gusta. ¿No será porque no es Albinus, dirás?
Y eso
es todo de momento, querido Publio Rutilio. El correo de Escauro está a punto
de llegar. Cuando pueda volveré a escribirte, pero me temo que tendras que confiar en tus corresponsales
femeninas para las noticias normales. Julia ha prometido escribirte con frecuencia.
( C. McC. )
No hay comentarios:
Publicar un comentario