domingo, 22 de septiembre de 2019

DISCURSO DE CICERÓN SOBRE LA CONJURACIÓN DE CATILINA


 
¿Hasta cuando, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? .¿Durante cuanto tiempo aun, tu temeraria conducta lograra esquivarnos? . ¿A que extremos osara empujarnos tu desenfrenada audacia? .¿Ni la guarnición nocturna en el Palatino, ni los vigilantes urbanos, ni el temor del pueblo, ni la oposición unánime de todos los ciudadanos honestos, ni el hecho de que la sesión se lleve a cabo en este edificio, el mas seguro para el senado, te han turbado y ni siquiera los rostros o el comportamiento de los presentes?. ¿No te das cuenta de que sus maquinaciones han sido descubiertas? . ¿No ves que tu complot es conocido por todos y ya ha sido controlado?.  Lo que hiciste la noche pasada y la anterior, donde estuviste, a que cómplices convocaste, que decisiones tomasteis, crees tu que exista alguno de entre nosotros que no este informado?

 

!Oh tiempos, oh costumbres!.  El Senado esta al corriente de estos proyectos, el cónsul lo sabe: y, sin embargo, el aun esta vivo. No solo vivo, sino que, además, viene hacia aquí, se le permite tomar parte en una decisión de interés común, observa a cada uno de nosotros y, de una ojeada, decide quien ha de morir. En cuanto a nosotros, hombres de coraje, creemos que hacemos bastante por el Estado, si logramos esquivar los puñales de aquellos. Catilina, ya se debería haberte condenado a muerte con anterioridad, por orden del cónsul, sobre ti debería haber caído la misma ruina que desde hace tiempo tramas contra todos nosotros.

 

Si un hombre de grandísimo prestigio, como fue el pontífice máximo Publio Escipión, a pesar de que no desempeñaba cargos públicos, mando matar a Tiberio Graco, que por otra parte atentaba solo de modo marginal contra la estabilidad de la República, nosotros cónsules, ¿debemos tolerar que Catilina acaricie el proyecto de devastar a sangre y fuego el mundo entero?.  Recordare aquí el notorio ejemplo, ahora ya lejano en el tiempo, de Cayo Servilio Ahala, quien mato con su propia mano a Espurio Melio, porque intentaba reformas extremistas. Pero os aseguro que existió, existió también en esta República en un tiempo el coraje, cuando hombres enérgicos infligieron al ciudadano sedicioso un suplicio mas cruel que el que se reservaba al peor enemigo. Contra ti, Catilina, poseemos un decreto del Senado, severo y enérgico: la República no esta privada de la sabiduría y de la capacidad de decisión del colegio senatorial; somos nosotros cónsules, lo reconozco delante de todos, somos nosotros los que faltamos a nuestro deber.

 

En un tiempo, el Senado otorgo al cónsul Lucio Optimio plenos poderes con el encargo de que vigilara que la República no sufriera ningún daño; no había transcurrido ni siquiera una noche: por una simple sospecha de conjura se dio muerte a Cayo Graco (a pesar de que su padre era muy famoso, al igual que su abuelo materno y varios antepasados mas); incluso el ex cónsul Marco Fulvio fue muerto, junto a su hijo. Un análogo decreto del Senado confió la salvación de la República a los cónsules Cayo Mario y Lucio Valerio. Y bien, ¿ la condena a muerte decretada por el Senado, espero ni siquiera un día para golpear al tribuno de la plebe Lucio Saturnino y al pretor Cayo Servilio?. Nosotros, sin embargo, desde hace veinte días toleramos que la decisión de los senadores permanezca sin consecuencias. Efectivamente, tenemos a nuestra disposición un senatusconsultum, pero cerrado en un archivo, al igual que una espada en su funda. Basándonos en ese decreto, Catilina, sin duda deberíamos haberte dado muerte. Sin embargo, vives y, estas todavía con vida no para moderarte en tu arrogancia, sino para reafirmarte en ella. Deseo ser clemente, senadores; pero en un momento de tanta gravedad para la integridad la República, también deseo no parecer indolente: yo mismo me acuso de indolencia y de debilidad.

 

En Italia, en la desembocadura de los valles etruscos, hay un ejercito desplegado contra el pueblo romano; el numero de enemigos crece de día en día. Su comandante, el jefe de ese ejercito, lo podéis ver en la ciudad, es más, en el Senado, urdiendo día tras día su trama contra la República. Si ahora diese la orden de capturarte, Catilina, o de matarte, estoy convencido de que todos los ciudadanos honestos dirían que he tardado demasiado, y no que he obrado con excesiva crueldad. Pero yo, por una razón bien precisa, me inclino a creer es que bueno no hacer todavía aquello que ya debería haberse hecho con anterioridad. Morirás solo cuando no exista un hombre tan corrupto, tan perdido, tan semejante a ti, que no reconozca abiertamente que yo he obrado de acuerdo con la ley.

 

 Mientras que exista alguien que se atreva a defenderte, vivirás, pero vivirás tal y como estas viviendo ahora, custodiado por mi abundante y poderosa guardia, de tal modo que no puedas tramar nada en contra de la República. Muchos ojos te observan, muchos oídos te escuchan, todo ello sin que tu te des cuenta, como han hecho hasta el momento.

 

Entonces, Catilina, ¿qué motivo hay para esperar todavía, si ni siquiera la noche logra esconder con sus tinieblas tus impías reuniones, ni siquiera las paredes de una casa privada pueden contener las voces de la conjura, si todo esta claro, si todo sale a la luz?.  Escúchame, abandona tus intenciones, olvida masacres e incendios. Estas rodeado, todos tus planes son para nosotros mas claros que la luz; si quieres podemos repasarlos juntos. ¿ No recuerdas que doce días antes de las calendas de noviembre, declare en el senado que un día determinado, que seria seis días antes de las calendas de noviembre, Cayo Manlio, tu cómplice y colaborador en esta locura, debía dar comienzo a la revuelta armada?. ¿Quizá se me ha escapado, Catilina, lo monstruoso de tu tentativa, tan cruel e increíble y, lo que es peor, todavía mas impresionante, la fecha?. Una vez mas fui yo quien denuncio en el Senado que pretendías masacrar a los aristócratas, cinco días antes de las calendas de noviembre, día en el que muchos notables de la ciudad dejaron Roma, no tanto para ponerse a salvo, como para desbaratar sus planes. ¿Puedes acaso negar que aquel mismo día, rodeado por mi guardia y mi atenta vigilancia, no has podido llevar a cabo tus planes contra el Estado y, dado que todos los demás habían escapado, ibas diciendo que te contentabas con eliminarme a mi, que no me había alejado?. ¿ Qué pretendes aún?.  Cuando estabas convencido de que serias capaz de ocupar Praeneste por la noche, con un audaz golpe de mano el mismo día de las calendas de noviembre, ¿no le has dado cuenta de que, por orden mía, aquella colonia estaba custodiada por mis soldados, mi guardia y mis centinelas?. No se puede hacer nada, ni tramar nada, ni pensar nada, sin que llegue a mis oídos, escape a mi control o ignore su desarrollo.

 

Pasa conmigo, por tanto, la penúltima noche, te darás cuenta de que yo vigilo por la seguridad de la República mucho mas atentamente de lo que tu te afanas por su daño. La penúltima noche te has acercado a la calle de los fabricantes de hoces, hablemos claro, a casa de Marco Leca. Allí se habían reunido numerosos cómplices de tu loco y desmedido plan. ¿Te atreves a negarlo?.  ¿Por qué lo  callas?.  Si lo niegas, aportare las pruebas de tu culpabilidad, veo que en el Senado están presentes algunos de los que estaban contigo. !Oh dioses inmortales!. ¿Entre que gente estamos?.  ¿En que ciudad vivimos?.  ¿ Qué República tenemos?. Justamente aquí, entre nosotros, entre nosotros !oh senadores!.  En esta asamblea, la mas sagrada y notable de la tierra, están sentados quienes han tramado la muerte de todos nosotros, la destrucción de esta ciudad e incluso la del Imperio. A mi, cónsul, corresponde soportar su presencia y debo pedirles su parecer acerca de la salvación de la República, sin ni siquiera lograr herir con la voz a aquellos que habría sido necesario pasar por las armas. Por tanto Catilina, aquella noche fuiste a a reunirte con Leca, distribuiste las misiones entre los conjurados de las diferentes zonas de Italia y decidiste donde le parecía oportuno que cada uno fuese. Resolviste incluso quien debía permanecer en Roma y quien debía ir contigo. Designaste que barrios de la ciudad debían ser incendiados, confirmaste que tu partida estaba ya próxima, pero que debías esperar algo más por el hecho de que yo estaba todavía vivo. Se encontraron dos equites romanos dispuestos a liberarte también de esta preocupación; ellos se empeñaron a matarme en mi cama aquella misma noche, poco antes del alba. De todas estas cosas me he enterado apenas había concluido vuestra reunión. Reforcé la vigilancia entorno a mi casa, prohibí la entrada a los que por la mañana tu enviaste a saludarme, pues habían venido aquellos cuya visita en aquel momento esperaba, como ya había predicho a muchos ilustres ciudadanos.

 

Esta es la situación, Catilina, lleva a termino lo que has comenzado; sal de una vez por todas de la ciudad; vamos, las puertas están abiertas. Desde hace demasiado tiempo, las conocidas tropas de tu amigo Manlio te esperan a ti, su comandante. Llévate contigo a todos tus seguidores, o al menos el máximo número posible, despeja la ciudad. Solo podré reposar cuando un muro se levante entre nosotros dos. Ya no puedes permanecer entre nosotros mas tiempo, no lo quiero, no puedo, no tengo ninguna intención de soportarlo. Debemos un gran reconocimiento a los dioses inmortales y en particular a Jupiter Estator, desde siempre guardián de esta ciudad, por el hecho de que en numerosas ocasiones nos ha librado de esta ruina horrible y comprometida para la República, cuya supervivencia no debe permitir que nunca mas sea puesta en peligro por la acción de un solo hombre. Siempre que tu, Catilina, has tramado algo contra mi, cuando era cónsul designado, me he defendido, no con una escolta publica, sino con una guardia privada. Cuando después, en los últimos comicios consulares, has intentado matarme, entonces era cónsul en el desempeño del cargo, en el Campo de Marte, junto a los otros candidatos que se oponían a ti, he logrado reprimir tus intenciones asesinas, gracias a la protección de mis amigos y de sus guardias, sin recurrir a una leva extraordinaria. En resumen, cada vez que me has puesto en tu punto de mira, me he opuesto solo a tus dardos, a pesar de que me daba cuenta de que mi muerte habría supuesto un extraordinario peligro para La República.

 

Ahora, sin embargo, tu atentas abiertamente contra toda la República, quieres arrastrar a la destrucción y a la catástrofe los templos de los dioses inmortales, los edificios de la ciudad, la vida de todos los ciudadanos, en suma, Italia entera. Por ello, dado que no me atrevo a poner en practica la decisión que seria la mas indicada y conveniente, a mi modo de ver y a la tradición, haré algo menos grave desde el punto de vista del rigor, pero mas útil a la salvación común. Si diese la orden de matarte, permanecerían en la República un grupo de conjurados. Si por el contrario tu te vas, cosa a la que te exhorto desde hace tiempo, la hez de la ciudad, la numerosa y maligna trama de tus compañeros, desaparecerá contigo. ¿Que hay, Catilina?.  ¿Dudas en hacer por orden mía, lo que deberías haber hecho por tu propia voluntad?. El cónsul ordena al enemigo que se aleje de la ciudad. ¿ Acaso me preguntas si debes exiliarte?.  No te lo puedo ordenar, pero si quieres mi consejo, te lo recomiendo.


( Marco Tulio Cicerón en "Catilinarias" )



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