¿Hasta cuando, Catilina,
abusarás de nuestra paciencia? .¿Durante cuanto tiempo aun, tu temeraria
conducta lograra esquivarnos? . ¿A que extremos osara empujarnos tu desenfrenada
audacia? .¿Ni la guarnición nocturna en el Palatino, ni los vigilantes urbanos,
ni el temor del pueblo, ni la oposición unánime de todos los ciudadanos
honestos, ni el hecho de que la sesión se lleve a cabo en este edificio, el mas
seguro para el senado, te han turbado y ni siquiera los rostros o el
comportamiento de los presentes?. ¿No te das cuenta de que sus maquinaciones
han sido descubiertas? . ¿No ves que tu complot es conocido por todos y ya ha
sido controlado?. Lo que hiciste la noche pasada y la anterior, donde
estuviste, a que cómplices convocaste, que decisiones tomasteis, crees tu que
exista alguno de entre nosotros que no este informado?
!Oh tiempos, oh
costumbres!. El Senado esta al corriente de estos proyectos, el cónsul lo
sabe: y, sin embargo, el aun esta vivo. No solo vivo, sino que, además, viene
hacia aquí, se le permite tomar parte en una decisión de interés común, observa
a cada uno de nosotros y, de una ojeada, decide quien ha de morir. En cuanto a
nosotros, hombres de coraje, creemos que hacemos bastante por el Estado, si
logramos esquivar los puñales de aquellos. Catilina, ya se debería haberte
condenado a muerte con anterioridad, por orden del cónsul, sobre ti debería
haber caído la misma ruina que desde hace tiempo tramas contra todos nosotros.
En un tiempo, el Senado otorgo
al cónsul Lucio Optimio plenos poderes con el encargo de que vigilara que la
República no sufriera ningún daño; no había transcurrido ni siquiera una noche:
por una simple sospecha de conjura se dio muerte a Cayo Graco (a pesar de que
su padre era muy famoso, al igual que su abuelo materno y varios antepasados
mas); incluso el ex cónsul Marco Fulvio fue muerto, junto a su hijo. Un análogo
decreto del Senado confió la salvación de la República a los cónsules Cayo
Mario y Lucio Valerio. Y bien, ¿ la condena a muerte decretada por el Senado,
espero ni siquiera un día para golpear al tribuno de la plebe Lucio Saturnino y
al pretor Cayo Servilio?. Nosotros, sin embargo, desde hace veinte días toleramos
que la decisión de los senadores permanezca sin consecuencias. Efectivamente,
tenemos a nuestra disposición un senatusconsultum, pero
cerrado en un archivo, al igual que una espada en su funda. Basándonos en ese
decreto, Catilina, sin duda deberíamos haberte dado muerte. Sin embargo, vives
y, estas todavía con vida no para moderarte en tu arrogancia, sino para
reafirmarte en ella. Deseo ser clemente, senadores; pero en un momento de tanta
gravedad para la integridad la República, también deseo no parecer indolente:
yo mismo me acuso de indolencia y de debilidad.
En Italia, en la desembocadura
de los valles etruscos, hay un ejercito desplegado contra el pueblo romano; el
numero de enemigos crece de día en día. Su comandante, el jefe de ese ejercito,
lo podéis ver en la ciudad, es más, en el Senado, urdiendo día tras día su
trama contra la República. Si ahora diese la orden de capturarte, Catilina, o
de matarte, estoy convencido de que todos los ciudadanos honestos dirían que he
tardado demasiado, y no que he obrado con excesiva crueldad. Pero yo, por una
razón bien precisa, me inclino a creer es que bueno no hacer todavía aquello
que ya debería haberse hecho con anterioridad. Morirás solo cuando no exista un
hombre tan corrupto, tan perdido, tan semejante a ti, que no reconozca
abiertamente que yo he obrado de acuerdo con la ley.
Mientras que exista
alguien que se atreva a defenderte, vivirás, pero vivirás tal y como estas
viviendo ahora, custodiado por mi abundante y poderosa guardia, de tal modo que
no puedas tramar nada en contra de la República. Muchos ojos te observan,
muchos oídos te escuchan, todo ello sin que tu te des cuenta, como han hecho
hasta el momento.
Entonces, Catilina, ¿qué motivo
hay para esperar todavía, si ni siquiera la noche logra esconder con sus
tinieblas tus impías reuniones, ni siquiera las paredes de una casa privada
pueden contener las voces de la conjura, si todo esta claro, si todo sale a la
luz?. Escúchame, abandona tus intenciones, olvida masacres e incendios.
Estas rodeado, todos tus planes son para nosotros mas claros que la luz; si
quieres podemos repasarlos juntos. ¿ No recuerdas que doce días antes de
las calendas de noviembre, declare en el senado que un día
determinado, que seria seis días antes de las calendas de
noviembre, Cayo Manlio, tu cómplice y colaborador en esta locura, debía dar comienzo
a la revuelta armada?. ¿Quizá se me ha escapado, Catilina, lo monstruoso de tu
tentativa, tan cruel e increíble y, lo que es peor, todavía mas impresionante,
la fecha?. Una vez mas fui yo quien denuncio en el Senado que pretendías
masacrar a los aristócratas, cinco días antes de las calendas de
noviembre, día en el que muchos notables de la ciudad dejaron Roma, no tanto
para ponerse a salvo, como para desbaratar sus planes. ¿Puedes acaso negar que
aquel mismo día, rodeado por mi guardia y mi atenta vigilancia, no has podido
llevar a cabo tus planes contra el Estado y, dado que todos los demás habían
escapado, ibas diciendo que te contentabas con eliminarme a mi, que no me había
alejado?. ¿ Qué pretendes aún?. Cuando estabas convencido de que serias capaz
de ocupar Praeneste por la noche, con un audaz golpe de mano el mismo día de
las calendas de noviembre, ¿no le has dado cuenta de que, por
orden mía, aquella colonia estaba custodiada por mis soldados, mi guardia y mis
centinelas?. No se puede hacer nada, ni tramar nada, ni pensar nada, sin que
llegue a mis oídos, escape a mi control o ignore su desarrollo.
Pasa conmigo, por tanto, la
penúltima noche, te darás cuenta de que yo vigilo por la seguridad de la
República mucho mas atentamente de lo que tu te afanas por su daño. La
penúltima noche te has acercado a la calle de los fabricantes de hoces,
hablemos claro, a casa de Marco Leca. Allí se habían reunido numerosos
cómplices de tu loco y desmedido plan. ¿Te atreves a negarlo?. ¿Por qué
lo callas?. Si lo niegas, aportare las pruebas de tu culpabilidad,
veo que en el Senado están presentes algunos de los que estaban contigo. !Oh
dioses inmortales!. ¿Entre que gente estamos?. ¿En que ciudad
vivimos?. ¿ Qué República tenemos?. Justamente aquí, entre nosotros,
entre nosotros !oh senadores!. En esta asamblea, la mas sagrada y notable
de la tierra, están sentados quienes han tramado la muerte de todos nosotros,
la destrucción de esta ciudad e incluso la del Imperio. A mi, cónsul,
corresponde soportar su presencia y debo pedirles su parecer acerca de la
salvación de la República, sin ni siquiera lograr herir con la voz a
aquellos que habría sido necesario pasar por las armas. Por tanto Catilina,
aquella noche fuiste a a reunirte con Leca, distribuiste las misiones entre los
conjurados de las diferentes zonas de Italia y decidiste donde le parecía
oportuno que cada uno fuese. Resolviste incluso quien debía permanecer en Roma
y quien debía ir contigo. Designaste que barrios de la ciudad debían ser
incendiados, confirmaste que tu partida estaba ya próxima, pero que debías
esperar algo más por el hecho de que yo estaba todavía vivo. Se encontraron
dos equites romanos dispuestos a liberarte también de esta
preocupación; ellos se empeñaron a matarme en mi cama aquella misma noche, poco
antes del alba. De todas estas cosas me he enterado apenas había concluido
vuestra reunión. Reforcé la vigilancia entorno a mi casa, prohibí la entrada a
los que por la mañana tu enviaste a saludarme, pues habían venido aquellos cuya
visita en aquel momento esperaba, como ya había predicho a muchos ilustres
ciudadanos.
Esta es la situación, Catilina,
lleva a termino lo que has comenzado; sal de una vez por todas de la ciudad;
vamos, las puertas están abiertas. Desde hace demasiado tiempo, las conocidas
tropas de tu amigo Manlio te esperan a ti, su comandante. Llévate contigo a
todos tus seguidores, o al menos el máximo número posible, despeja la ciudad.
Solo podré reposar cuando un muro se levante entre nosotros dos. Ya no puedes
permanecer entre nosotros mas tiempo, no lo quiero, no puedo, no tengo ninguna
intención de soportarlo. Debemos un gran reconocimiento a los dioses inmortales
y en particular a Jupiter Estator, desde siempre guardián de esta ciudad, por
el hecho de que en numerosas ocasiones nos ha librado de esta ruina horrible y
comprometida para la República, cuya supervivencia no debe permitir que nunca
mas sea puesta en peligro por la acción de un solo hombre. Siempre que tu,
Catilina, has tramado algo contra mi, cuando era cónsul designado, me he
defendido, no con una escolta publica, sino con una guardia privada. Cuando
después, en los últimos comicios consulares, has intentado matarme,
entonces era cónsul en el desempeño del cargo, en el Campo de Marte, junto a los
otros candidatos que se oponían a ti, he logrado reprimir tus intenciones
asesinas, gracias a la protección de mis amigos y de sus guardias, sin recurrir
a una leva extraordinaria. En resumen, cada vez que me has puesto en tu punto
de mira, me he opuesto solo a tus dardos, a pesar de que me daba cuenta de que
mi muerte habría supuesto un extraordinario peligro para La República.
Ahora, sin embargo, tu atentas
abiertamente contra toda la República, quieres arrastrar a la destrucción y a
la catástrofe los templos de los dioses inmortales, los edificios de la ciudad,
la vida de todos los ciudadanos, en suma, Italia entera. Por ello, dado que no
me atrevo a poner en practica la decisión que seria la mas indicada y
conveniente, a mi modo de ver y a la tradición, haré algo menos grave desde el
punto de vista del rigor, pero mas útil a la salvación común. Si diese la orden
de matarte, permanecerían en la República un grupo de conjurados. Si por el
contrario tu te vas, cosa a la que te exhorto desde hace tiempo, la hez de la
ciudad, la numerosa y maligna trama de tus compañeros, desaparecerá contigo.
¿Que hay, Catilina?. ¿Dudas en hacer por orden mía, lo que deberías haber
hecho por tu propia voluntad?. El cónsul ordena al enemigo que se aleje de la
ciudad. ¿ Acaso me preguntas si debes exiliarte?. No te lo puedo ordenar,
pero si quieres mi consejo, te lo recomiendo.
( Marco Tulio Cicerón en
"Catilinarias" )
No hay comentarios:
Publicar un comentario