No le bastó haber demostrado en
Roma su habilidad, por lo que marchó, como ya hemos dicho, a mostrar a Acaya,
movido, principalmente, por la razón siguiente: las ciudades en las que hay
establecidos concursos de música, acostumbraban a mandarle coronas a todos los
vencedores y tanto le placía este homenaje, que los diputados que venían a
presentárselas, no sólo eran los primeros a quienes recibía en sus audiencias,
sino que los admitía en sus comidas particulares. Habiéndole rogado cierto día
alguno de ellos que cantase en la mesa y prodigando toda clase de elogios dijo
que: «Sólo los griegos sabían escuchar y eran dignos de su voz». Partió pues
sin detenerse y, desembarcando en Casiope, cantó delante del altar de Júpiter
Casio.
( Suetonio )
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