A alguien que no estuviera
familiarizado con el modo en que Roma trabajaba podría perdonársele por asumir
que la ley de números aseguraría que cualquier medida que alterase la situación
de los manumitidos de Roma no supondría en realidad diferencia alguna, porque
la definición de pobreza extrema en Roma era la incapacidad de un hombre para
poseer un único esclavo... y, desde luego, había pocos que no poseyeran un
esclavo. De ahí que, aparentemente, cualquier plebiscito que distribuyera a los
esclavos manumitidos por las treinta y cinco tribus debería de tener poco
efecto en la cumbre de la sociedad. Pero no era ése el caso.
La inmensa mayoría de los
propietarios de esclavos en Roma no tenía más que un esclavo, puede que dos.
Pero no eran esclavos varones; eran hembras. Por dos razones: la primera, que
el amo podía disfrutar de los favores sexuales de una esclava, y la segunda,
que un esclavo era siempre una tentación para la esposa del amo, y la
paternidad de los hijos resultaba sospechosa. Al fin y al cabo, ¿qué necesidad
tenía un hombre pobre de un esclavo varón?.
Los trabajos serviles eran domésticos:
lavar, acarrear agua, preparar las comidas, ayudar con los hijos, vaciar orinales;
y los hombres no los hacían bien. La actitud mental no cambiaba sólo por el
hecho de que una persona fuera lo bastante desafortunada como para ser esclava
en lugar de libre; a los hombres les gustaba hacer cosas de hombres y
despreciaban a las mujeres, a las que les tocaba hacer los trabajos más penosos.
Teóricamente a cada esclavo se
le pagaba un peculium además de la manutención; esa pequeña cantidad de dinero
se iba guardando para comprar la libertad. Pero en la práctica, la libertad era
algo que sólo el amo pudiente podía permitirse otorgar, sobre todo por el hecho
de que la manumisión llevaba consigo un impuesto del cinco por ciento.
Con el resultado de que a la mayor parte de las esclavas de Roma
nunca se las manumitía mientras eran útiles -y, temiendo la destitución más que
el trabajo duro y no remunerado, se esforzaban por seguir siendo útiles incluso
después de hacerse viejas-. Y tampoco podían permitirse pertenecer a una
asociación funeraria que les permitiera pagar un funeral y un entierro decente
después de su muerte. Acababan en los fosos de cal y ni siquiera había una
señal en la tumba que dijera que alguna vez habían existido.
Sólo aquellos romanos con
ingresos relativamente elevados y varias casas que mantener poseían muchos
esclavos. Cuanto más elevada era la posición económica y social de un romano, más
sirvientes utilizaba... y más probable era que contase con varones entre esos
sirvientes esclavos.
En estas esferas la manumisión
era cosa corriente, y el período de servicio de un esclavo oscilaba entre diez
y quince años, después de los cuales él -porque realmente se trataba de
varones- se convertía en esclavo liberto y entraba a formar parte de la clientela
de su antiguo amo. Llevaba puesto el gorro de la libertad y se convertía en
ciudadano romano; si tenía esposa e hijos adultos, a éstos también se les
manumitía.
( Colleen McCullough )
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