“No diré nada de mí. Sólo quiero hablar de los otros oradores: ninguno daba la impresión de haber estudiado la literatura más a fondo que el común de los mortales, a pesar de ser el manantial primordial de la perfecta elocuencia; ninguno abarcó la filosofía, madre de toda buena palabra y acción; ninguno aprendió derecho civil, necesarísimo en las causas privadas y esencial para el buen juicio del orador; ninguno dominó las tradiciones romanas de modo que pudiera citar de entre los muertos a los testigos más fidedignos, cuando lo pidiese la ocasión; ninguno manejó la fina y rápida ironía con que anular al oponente, relajar la tensión del jurado y disolver por un momento la solemnidad en risas y sonrisas; ninguno supo ampliar un tema y transportar su discurso de una discusión sobre una persona particular o de un tiempo determinado a una cuestión general de aplicación universal; ninguno supo entretener al público con una digresión ocasional; ninguno conocía los resortes para excitar la indignación de los jueces o arrancarles lágrimas de los ojos o mover sus sentimientos según lo pidiese la ocasión, cuando precisamente es esta la cualidad característica del orador."
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