La
batalla de Corbione fue un conflicto militar ocurrido en 446 a. C. entre la
República romana y pueblos itálicos ecuos y volscos. El cónsul Tito Quincio
Capitolino Barbato, secundado por Agripa Furio Fuso y Espurio Postumio Albino,
lideró a sus tropas a la victoria contra las tribus de los ecuos y de los
volscos, pertenecientes al noreste y sur del Lacio, respectivamente. Los
romanos ya habían derrotado a los ecuos en la batalla del Monte Álgido, de modo
que la batalla de Corbione marcó definitivamente el dominio de Roma sobre esta
tribu.
Después
de los reveses militares sufridos por los decenviros, provocados por una mala
coordinación de las operaciones y a problemas de autoridad y disciplina en el
seno del ejército, Roma conoció una serie de campañas victoriosas, desde el
restablecimiento del consulado. La elección de nuevos cónsules y tribunos
permitió la aplicación de políticas diferentes, distintas del simple apego al
poder a cualquier precio.
Paradójicamente,
ecuos y volscos no aprovecharon el período de desórdenes civiles que
desestabilizó a Roma, sino que reemprenden la ofensiva en el momento en que los
romanos se han dotado de generales competentes.
Según
Tito Livio, los jefes de las tribus ecuas y volscas deciden romper la paz con
Roma, a fin de hacerse con botín procedente de las tierras circundantes de la
ciudad. En efecto, al estar los romanos divididos, el momento parece propicio
para atacar a un estado que crece peligrosamente y amenaza la independencia de
los pueblos vecinos.
Las
tribus reúnen sus tropas y forman una coalición contra los romanos. Su ejército
avanza en territorio latino, que es saqueado. Paralizado por conflictos
internos, los romanos no intervienen, y los coaligados llegan cerca de Roma,
hasta la Porta Esquilina sin encontrar resistencia, e instalan su campamento en
Corbione, cerca de Tusculum.
En
446 a. C., Tito Quincio Capitolino Barbato, cónsul por cuarta vez, decide tomar
las armas. Según la tradición, consigue convencer al pueblo en la necesidad de
una intervención militar, gracias a un largo discurso, donde critica las
divisiones internas y la segunda secesión de la plebe, resaltando los
perjuicios económicas que traería dejar obrar libremente al enemigo. Todas las
clases del pueblo romano responden a la llamada del cónsul, y la leva del
ejército se hace sin dificultad.
El
segundo cónsul, Agripa Furio Fuso, reconociendo la competencia militar de su
colega, le deja el mando de las operaciones. El ejército se instala en Corbione
pocos días después, cerca del campo enemigo, y la batalla comienza al día
siguiente. Atacados en dos frentes, los ecuos y volscos son puestos en fuga, y los romanos se apoderan de su campamento, recuperando el
botín reunido en los últimos meses.
Los
cónsules victoriosos vuelven a Roma, pero no se celebra ningún triunfo, sin que
se sepa si porque no lo solicitaron, o porque el Senado no se lo concedió.
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