Lucio
Poncio Pilatos a Claudio Tiberio César, salud.
Lo
que temíamos, César, ha sucedido. Cuando Johanan comprendió que a través de
medios pacíficos no lograría sus propósitos, decidió recurrir a la misma
estrategia que su padre utilizó hace casi treinta años, es decir al ataque al
templo de Jerusalén para adueñarse del tesoro y de las armas allí guardadas. Su
padre, como recordarás tuvo éxito con esta estrategia en Séforis, la capital de
Galilea y casi logró su cometido en Jerusalén.
Desde
la tetrarquía de Filipo viajó por el este del Jordán y se presentó en Jericó,
desde donde, después de ajusticiar a los soldados herodianos que había tomado
en el camino, se dirigió hacia Jerusalén seguido de una gran multitud, armada
con espadas y varas. En su recorrido las gentes le gritaban “Libéranos hijo de
David”, lo cual indica que lo que esperaban era un ataque a la fortaleza
Antonia y una liberación de los ocupantes extranjeros.
En
lugar de atacar a los soldados romanos, Johanan atacó el Templo, el cual se
encontraba bien protegido por las milicias al servicio de los sacrificadores,
las cuales habían sido advertidas de su llegada. Parte de quienes le seguían se
decepcionaron, pues no esperaban una guerra entre judíos sino una guerra de
todos los judíos contra Roma. En conclusión, su acometida fue un fracaso y
debió retirarse hacia el monte llamado de los olivos. En cualquier caso, su
actitud comprobó que Claudia Prócula tenía razón, al creer que el objeto de su ira no era Roma
sino la corrupción moral y religiosa de los saduceos y fariseos.
Tratando
de evitar que la guerra entre facciones continuara, envié una cohorte a la
prensa de aceite de Getsemaní, donde Johanan se había refugiado, y después de
una breve batalla pudimos capturarlo.
Mi
intención hubiera sido buscar alguna forma de compromiso entre las llamadas
facciones “zelotas”, es decir celosas de la Ley de Moisés, y los saduceos y
fariseos. Como recordarás, César, en mi primera carta te relaté como en una
ocasión pude servirme de militantes zelotes para controlar una insurrección en
Jerusalén y desde entonces he tenido contactos con miembros de este movimiento.
Desgraciadamente ello no fue posible, por cuanto algunos seguidores de Johanan
se resistieron al arresto de su líder y mesías y en la lucha fue vertida sangre
romana, lo que no me dejó otra alternativa que condenar a muerte a Johanan y a
algunos de sus guardaespaldas que pudimos atrapar con él, con gran pesar de
Claudia Prócula, pero atendiendo mi obligación de prefecto romano.
Los
sucesos que ocurrieron después son bastante inciertos. Cuando Johanan era conducido
al norte de la ciudad, para ser crucificado en el montículo al que llaman
gólgota, por su forma de calavera, una tropa de sus seguidores atacó a nuestros
soldados y lograron liberarlo. El jefe de los atacantes, un tal Simón de Cirene
fue capturado durante la revuelta y los soldados procedieron a crucificarlo en
lugar de Johanan inmediatamente, lo cual obedeció a su ira del momento, pero
nos impidió interrogarlo debidamente, de forma que durante unos cuarenta días
perdimos el rastro de Johanan.
Cuando
volvimos a saber de él, se encontraba organizando una nueva revuelta en
Samaria. Fuimos informados de este nuevo levantamiento por algunos de sus
seguidores, quienes abandonaron el movimiento por considerar que una rebelión
en tierras de Samaria no podía tener ninguna posibilidad de extenderse hasta
Jerusalén, dado el desprecio que los judíos sienten por los samaritanos. Esto
nos permitió tomar acciones a tiempo y ahogar de raíz este nuevo levantamiento.
Para
entender como y porque ocurrió este levantamiento, en tierra samaritana, donde
menos lo hubiéramos podido esperar, es preciso que conozcas, César, que los
samaritanos no creen en los mesías anunciados por los antiguos profetas de
Israel, por cuanto para ellos los únicos libros de la Ley son los cinco libros
más antiguos, a los que llaman la Torá, mientras que el anuncio del mesías
liberador de Israel figura en los libros de los profetas, que ellos rechazan.
Sin embargo, guiándose por el Deuteronomio, en el que Moisés afirma que “El
Señor tu dios levantará de entre tus hermanos un profeta como yo, a él sí lo
escucharás”, los samaritanos siempre han esperado un nuevo gran Profeta,
restaurador religioso, cuya llegada iniciaría el retorno del favor de dios para
Israel, un periodo de dicha al que llaman la Rahuta, que pondría fin al periodo
de alejamiento del favor divino al que llaman la Fanuta. A este profeta y
mesías lo denominan los samaritanos como “hijo de José”, para diferenciarlo del
mesías judío llamado “hijo de David” (de la tribu de Judá). No se cómo logró
Johanan, después de ser derrotado y escapar del suplicio en Jerusalén,
convencer a estas ingenuas gentes de que él era el profeta anunciado por
Moisés, el Taheb. Mis informes aseguran que los samaritanos creían que el Taheb
descubriría el manuscrito original de su ley, escrito de puño y letra de Moisés y que Johanan
ofreció a quienes le siguieran a la cima del monte sagrado, el Garizim,
descubrirles esta manuscrito, momento en que se iniciaría la rebelión contra
los ocupantes extranjeros y la nueva época de la Rahuta, por lo que debían
acudir armados. Además, según crían los samaritanos, el Taheb debería llegar
del desierto y la aparición de una estrella nueva y permanente en los cielos
debía anunciar su nacimiento. Por esta razón, los seguidores de Johanan
difundieron la leyenda de que su nacimiento había sido anunciado de esta forma
y de que había pasado una época de su vida preparándose para su misión
profética en el desierto. En cualquier caso, un número muy grande de gentes
creyeron que el profeta anunciado por Moisés había llegado e iniciaron el
ascenso del monte Garizim. Los desertores del movimiento nos habían alertado
sobre los planes de Johanan, por lo que pudimos sorprenderlos al pasar por la
aldea de Tirathaba y hacer una gran masacre entre ellos.
Johanan
fue tomado vivo y decapitado sin mayor proceso, como reo contumaz, en el mismo
lugar en donde lo prendimos. Para evitar dar mayor publicidad a estos hechos y
evitar nuevos levantamientos, no clavamos el acta de acusación en ningún templo
o edificio público, como es la costumbre, sino que la enterramos junto con su
cadáver.
Y este es, César, el final
de la historia de Johanan, conocido también como el mesías salvador (el mesías
o cristo Jesús, que en hebreo se escribe Jeoshua y significa el
salvador), como el mesías hijo de David por los judíos y como el profeta y
mesías hijo de José (el patriarca) por los samaritanos. No puedo afirmar si
será también el final de su movimiento zelote. Sus hermanos no se encontraban
con él y no sabemos donde se hallan. Johanan murió y fue enterrado en el borde
del monte Garizim, tal y como los samaritanos creían que ocurriría con el
Taheb. Mientras se crea que fue el profeta anunciado por Moisés, muerto por
Roma, su recuerdo no contribuirá al mantenimiento de la paz en esta región. Por
eso pienso que lo mejor es que estos hechos sean olvidados lo antes posible.
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