INTRODUCCIÓN
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San Agustín de Hipona (354-430), teólogo cristiano,
el más grande de los Padres de la Iglesia y uno de los más eminentes Doctores
de la Iglesia occidental. El "Doctor de la Gracia" fue el máximo pensador del
cristianismo del primer milenio y según Antonio Livi uno de los más grandes
genios de la humanidad. Autor prolífico, dedicó gran parte de su vida a
escribir sobre filosofía y teología siendo Confesiones y La Ciudad de Dios sus
obras más destacadas.
PRIMEROS AÑOS DE SU VIDA
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San Agustín nació el 13 de
noviembre de 354 en Tagaste (actual Souk-Ahras, Argelia)., pequeña ciudad de
Numidia en el África romana. Su padre, llamado Patricio, era un pequeño
propietario pagano y su madre, Santa Mónica, es puesta por la Iglesia como
ejemplo de "mujer cristiana", de piedad y bondad probadas, madre abnegada
y preocupada siempre por el bienestar de su familia, aún bajo las
circunstancias más adversas. Su padre, Patricio (fallecido hacia
el año 371), era un pagano (más tarde convertido al cristianismo), pero su
madre, Mónica, era una devota cristiana que dedicó toda su vida a la conversión
de su hijo, siendo posteriormente canonizada por la Iglesia católica.
Mónica le enseñó a su hijo los principios
básicos de la religión cristiana y al ver cómo el joven Agustín se separaba del
camino del cristianismo se entregó a la oración constante en medio de un gran
sufrimiento. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo "el hijo de las
lágrimas de su madre". En Tagaste, Agustín comenzó sus estudios básicos,
posteriormente su padre le envía a Madaura a realizar estudios de gramática. Agustín se educó como retórico en las ciudades
norteafricanas de Tagaste, Madaura y Cartago. Entre los 15 y los 30 años de
edad vivió con una mujer cartaginesa cuyo nombre se desconoce, con la que en el
año 372 tuvo un hijo, Adeodatus, que en latín significa ‘regalo de Dios’.
CONVERSIÓN
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Inspirado por el tratado filosófico Hortensius,
del orador y estadista romano Marco Tulio Cicerón, se convirtió en un ardiente
buscador de la verdad, estudiando varias corrientes filosóficas antes de
ingresar en el seno de la Iglesia. Durante nueve años, desde el 373 hasta el
382, se adhirió al maniqueísmo, filosofía dualista de Persia muy extendida en
aquella época por el Imperio romano de Occidente.
Con su principio fundamental
de conflicto entre el bien y el mal, el maniqueísmo le pareció una doctrina que
podía corresponder a la experiencia y proporcionar las hipótesis más adecuadas
sobre las que construir un sistema filosófico y ético. Además, su código moral
no era muy estricto; Agustín recordaría posteriormente en sus Confesiones:
“Concédeme castidad y continencia, pero no ahora mismo”. Desilusionado por la
imposibilidad de reconciliar ciertos principios maniqueístas contradictorios,
abandonó esta doctrina y dirigió su atención hacia el escepticismo.
Hacia el 383 se trasladó de Cartago a
Roma, pero un año más tarde fue enviado a Milán como maestro de Retórica. Aquí
se movió bajo la órbita del neoplatonismo y conoció también al obispo de la
ciudad, San Ambrosio, uno de los eclesiásticos más distinguidos en aquel
momento. Fue entonces cuando se sintió atraído de nuevo por el cristianismo. Un
día, por fin, según su propio relato, creyó escuchar una voz, como la de un
niño, que repetía: “Toma y lee”. Interpretó esto como una exhortación divina a
conocer las Sagradas Escrituras y leyó el primer pasaje que apareció al azar:
“... nada de comilonas y borracheras, nada de lujurias y desenfrenos, nada de
rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo, y no os
preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias” (Rom. 13, 13-14).
En ese momento decidió abrazar el cristianismo. Fue bautizado con su hijo natural
por Ambrosio la víspera de Pascua del año 387. Su madre, que se había reunido
con él en Italia y que moriría poco después en Ostia, se alegró de esta
respuesta a sus oraciones y esperanzas. Agustín fue maniqueo y orador imperial en Milán. Era
el rival en oratoria del obispo Ambrosio de Milán, figura que después hizo a
Agustín conocer los escritos de Plotino y las epístolas de Pablo de Tarso. Por
medio de estos escritos se convirtió al cristianismo. Ya como obispo, escribió
libros que lo posicionan como uno de los cuatro primeros Padres de la Iglesia.
La vida de Agustín fue un claro ejemplo del cambio que logró con la adopción de
un conjunto de creencias y valores.
OBISPO Y TEÓLOGO
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Regresó al norte de África y, tras ser
ordenado sacerdote en el 391, fue consagrado obispo de Hipona (en la actual
Annaba, Argelia) en el 395, dignidad que desempeñaría hasta su muerte. Fue un
periodo de gran agitación política y teológica, ya que mientras los pueblos
germanos amenazaban el Imperio llegando a saquear Roma en el 410, el cisma y la
herejía amenazaban también la unidad de la Iglesia. Agustín emprendió con
entusiasmo la batalla teológica. Además de combatir la herejía maniqueísta,
participó en dos grandes conflictos religiosos. Uno de ellos con el donatismo,
secta que mantenía la invalidez de los sacramentos si no eran administrados por
eclesiásticos sin pecado. El otro lo mantuvo con los seguidores del
pelagianismo, que negaban la doctrina del pecado original. Durante este
conflicto, que fue largo y enconado, Agustín desarrolló sus doctrinas del
pecado original y de la gracia divina, de la soberanía divina y de la
predestinación. La Iglesia católica apostólica romana ha encontrado especial
satisfacción en los aspectos institucionales o eclesiásticos de las doctrinas
de san Agustín; la teología católica, lo mismo que la protestante, están
basadas en su mayor parte, en las teorías agustinianas. Juan Calvino y Martín
Lutero, líderes de la Reforma, fueron estudiosos del pensamiento de san
Agustín.
La doctrina agustiniana se situaba entre los
extremos del pelagianismo y el maniqueísmo. Contra la doctrina de Pelagio
mantenía que la desobediencia espiritual del hombre se había producido en un
estado de pecado que la naturaleza humana era incapaz de cambiar. En su
teología, los hombres y las mujeres son salvados por el don de la gracia
divina; frente al maniqueísmo, defendió con energía el papel del libre albedrío
en unión con la gracia. San Agustín falleció en Hipona el 28 de agosto del 430.
Su festividad se celebra el 28 de agosto.
OBRAS
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La importancia de san Agustín entre los Padres
y Doctores de la Iglesia es comparable a la de san Pablo entre los apóstoles.
Como escritor, fue prolífico, convincente y un brillante estilista. Su obra más
conocida es su autobiografía Confesiones (397-401), donde narra sus
primeros años y su conversión. En su gran apología cristiana La ciudad de
Dios (413-426), formuló una filosofía teológica de la historia. De los 22
libros que componen esta obra, 10 están dedicados a polemizar sobre el
panteísmo. Los otros 12 se ocupan del origen, destino y progreso de la Iglesia,
a la que considera como oportuna sucesora del paganismo. Entre el 426 y el 427
escribió las Retractiones, donde expuso su veredicto final sobre sus
primeros libros, corrigiendo todo lo que su juicio más maduro consideró
engañoso o equivocado. Sus otros escritos incluyen las Epístolas, de las
que 270 se encuentran en la edición benedictina, fechadas entre los años 386 y
429; sus tratados, entre los que destacan De libero arbitrio (388-395), De
doctrina christiana (396-397), De Trinitate (399-401) y De natura
et gratia (413); y homilías sobre diversos libros de la Biblia.
Lo
peor de su obra es su machismo y desprecio de las mujeres.
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