A un hombre se le conoce por el carácter, que es la esencia
de la masculinidad que le ha concedido Dios. Si honra su masculinidad y la de
otros, será justo, valiente, patriota digno de confianza, fuerte, inflexible en
la rectitud. Por su hombraría está obligado a ser sano de cuerpo, prudente,
lleno de entereza, honrado, orgulloso de sí mismo, intrépido, digno de sus
antepasados y de su historia, paciente en la adversidad, intolerante con la
debilidad de carácter, ascético frugal y valeroso. Debe ser magnánimo y celoso
de su honor, porque el hombre sin honor es lo más bajo que hay y se debe temer
más al cobarde que al perverso. Los gobiernos deben esperar más perjuicios de
los cobardes que de los traidores.
Guárdate de los que tienen mentalidad de pordiosero y almas
serviles, pues destruyen imperios. Estos serán los que algú día quizá destruyan
a Roma, como destruyeron a otras naciones. Carecen de honor y de patriotismo.
No tienen hombría de bien.
En nuestra historia ha habido momentos de peligro en que
hemos necesitado actuar rápidamente y tomar urgentes decisiones, sin sentirnos
trabados por nuestras propias leyes en los instantes más graves. Así que
nombrábamos dictadores apartábamos de su lado la tentación porque les negábamos
los honores, los lujos y los placeres y aun ciertas cosas decorosas de la vida.
Les prohibíamos montar a caballo y ni siquiera poseer uno. Necesitábamos su
voluntad superior para la acción, su rapidez, sus mentes, su indómito valor. Lo
que no necesitábamos era darles el poder que todos los hombres codician, el
poder sobre las mentes y las vidas de otros hombres, exceptuando en aquel
momento de peligro. Cuando habían hecho lo que debían, los desposeíamos de todo
poder y los volvíamos a convertir en hombres sencillos y corrientes.
Pero se acerca el día en que seamos mandados de nuevo por un
dictador, uno que no será como los dictadores de antaño, sino que querrá poder
ilimitado en atribuciones y en tiempo sobre toda Roma. Roma ya no es lo que
era. Nos acercamos rápidamente al día en que ésta no será gobernada por la
moderada clase media, sino por los ricos, que dominarán gracias a los vientres
gimoteantes sin fondo y los esclavos. Unos servirán a otros y satisfarán los
mutuos apetitos en una simbiosis perversa. Porque los poderosos venderán a Roma
para ganarse los votos del populacho. Aunque Mario logró recientemente rechazar
las hordas de los germanos invasores, no lo pudimos lograr sin turbulencias y
las turbulencias es el clima en el que favorecen los tiranos. No te extrañe que
sienta temores por mi patria.
Yo he conocido una noble Roma, nación de hombres libres.
Pero tú, hijo mío, verás tiempos terribles, porque Roma ha decaído en su
espíritu y ya tenemos posadas sobre nuestros muros las feroces aves que se
alimentan de carroña, así como dentro de las mansiones de los ricos y en las
congestionadas callejuelas de nuestra ciudad. Tu deber, ahora que entras por el
umbral de la virilidad, es rechazar al enemigo como Mario rechazó a los
germanos. Si eres capaz de ello, con resolución, con honor y bravura, Roma
podrá ser todavía salvada, aunque se va haciendo tarde y el verdadero
patriotismo enferma bajo nuestros marciales estandartes. ¿Tú tienes valor,
Marco?
Mira a los rostros y a los monumentos de tu país y
recordarás lo que significan. Mira a las inscripciones de los edificios nobles
y a los arcos de nuestros templos. Esa es la herencia que te dejo. Nunca debes
traicionarla, ni por temor, ni por una mujer, ni por ganancias, honores o
poder. Esta es Roma. Recuerda que una vez bastaron tres valientes para
salvarla. Quédate en el punte con los Horacios y jura por nuestros dioses y en
el nombre de Roma que nadie alcanzará su corazón y detendrá sus latidos. Tú sólo eres uno; pero eres uno. Y recuerda,
sobre todas las cosas, que nunca hubo un gobierno sino un embustero, un ladrón
y un malhechor. Cuando el poder reside en el pueblo y el gobierno tiene poderes
restringidos, el pueblo florece y ningún hombre perverso puede dominarlo.
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