Imagino
que ya habrás visto la negativa de Bruto. Todo siempre en orden, así es como haces
tú las cosas, los hombres primero. Por lo menos tengo una nuera patricia,
aunque no me resulta fácil compartir mi casa con otra mujer que no es de mi
propia sangre y por ello no está acostumbrada a mi autoridad, a mi modo de
hacer las cosas.
Afortunadamente para la paz doméstica, Claudia es un ratón. Me
imagino que Julia no lo hubiera sido, a pesar de todo su aire de fragilidad. Es
una pena que careciera de tu acero. Por eso ha muerto, sin duda.
Bruto
escogió a Claudia por esposa por un único motivo. Este picentino advenedizo que
es Pompeyo Magno estaba regateando con Apio Claudio para conseguir a la
muchacha para su propio hijo, Cneo. El cual podría ser medio Mucio Escévola,
pero no se le nota ni en la cara ni en el carácter. Es igual que Pompeyo Magno
pero sin su mente. Probablemente le arranque las alas a las moscas.
A Bruto le
resultó atractiva la idea de quitarle la novia al hombre que le había quitado la
novia a él. Y así lo hizo. Pues Apio Claudio no es César. Es un cónsul de
pacotilla y sin duda desde el año próximo será un gobernador particularmente
venal para la pobre Cilicia. Sopesó el tamaño de la fortuna de mi Bruto y su
impecable linaje y la influencia de Pompeyo Magno y el hecho de que el hijo más
joven de éste, Sexto, es el único que probablemente llegará lejos, y la balanza
se inclinó en favor de Bruto. Tras lo cual Pompeyo Magno tuvo una de sus famosas
rabietas. ¿Cómo se las arreglaba Julia para manejarlo? Sus bramidos y chillidos
se oyeron en toda Roma. Entonces Apio hizo una cosa muy inteligente. Le ofreció
a Pompeyo su hija siguiente, Claudilla, para Cneo. Ni siquiera tiene diecisiete
años, pero los Pompeyos nunca han tenido aversión a sacar a las niñas de la
cuna. Así que todo el mundo acabó contento. Apio consiguió dos yernos que son
tan valiosos como el Tesoro, dos horriblemente feas y descoloridas muchachas consiguieron
maridos eminentes y Bruto ganó su pequeña guerra contra el primer hombre de Roma.
Se
marcha a Cilicia con su suegro, confían en que será este mismo año, aunque el Senado
no hace más que poner dificultades en lo de concederle a Apio Claudio permiso
para marcharse pronto a su provincia. Apio respondió informando a los padres conscriptos
de que se iría sin una lex curiata si era necesario, pero que se iría. La decisión
definitiva no se ha tomado aún, aunque mi asqueroso hermanastro Catón anda por
ahí gimoteando acerca de los privilegios especiales que se están extendiendo a
los patricios. Ahí no me hiciste ningún favor, César, cuando a mi hijo le quitaste
a Julia. Desde entonces Bruto y su tío Catón han sido como uña y carne. No
soporto el modo en que Catón se jacta de mí porque últimamente mi hijo le hace
más caso a él que a mí.
Menudo
hipócrita es Catón. Siempre parloteando acerca de la República, la mos maiorum
y la degeneración de la antigua clase dirigente, aunque él siempre encuentra motivo
para querer una ley de derechos. Lo más hermoso es tener una filosofía, me parece
a mí; ello capacita al que la posee para encontrar circunstancias atenuantes a
su propia conducta en todas las situaciones.
Mira lo de su divorcio de Marcia.
Dicen que todo hombre tiene un precio. Yo creo que así es. También creo que el
viejo Hortensio, que está senil, desembolsó justo el precio de Catón. En cuanto
a Filipo... bueno, es epicúreo, y el precio del placer infinito resulta muy
alto.
Hablando
de Filipo, cené en su casa hace unos días. Suerte que tu sobrina, Acia, no es
una mujer fácil. Su hijastro, el joven Filipo, un tipo guapo y bien plantado,
la estuvo mirando durante toda la cena igual que un toro contempla a la vaca
que hay al otro lado de la valla. Oh, la muchacha se daba cuenta, pero fingía
que no. No creo que ella le dé pie. Sólo espero que Filipo no se dé cuenta. De
lo contrario el acogedor nido que Acia se ha buscado acabará en llamas. Cuando hubo
acabado la cena sacó al único ocupante de sus afectos para que yo lo viera. Se
trata de su hijo, Cayo Octavio.
Debe de ser tu sobrino nieto. Tiene exactamente
nueve años, pues aquel día era su cumpleaños. Un niño asombroso, tengo que
admitirlo. ¡Oh, si mi Bruto hubiese sido así de guapo, Julia nunca hubiera
consentido en casarse con Pompeyo Magno! La belleza del niño casi me dejó sin
respiración. ¡Y era tan juliano! Si dijeras que era hijo tuyo, todo el mundo lo
creería. No es que se parezca mucho a ti en todas las facciones, sólo que
tiene... no sé cómo describirlo. Hay algo de ti en él. Más en su interior que
en el exterior. Me complació, sin embargo, comprobar que el pequeño Cayo
Octavio no es completamente perfecto. Tiene las orejas salientes. Le dije a Acia
que le dejara el pelo más largo.
Y eso
es todo. No pienso ofrecerte mis condolencias por la muerte de Julia. No pueden
hacerse bien los niños con hombres de condición inferior. Dos intentos, ninguno
de ellos con éxito, y el segundo le costó la vida. Tú se la diste a ese paleto
de Piceno en vez de dársela a un hombre cuya cuna era igual a la de ella. Así
que caiga ello sobre tu cabeza.
( C.
McC. )
que buen analisis, muy bueno tu blog
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