martes, 29 de julio de 2014

EL EMPERADOR CALÍGULA




LAS LOCURAS DE CALÍGULA

Calígula, que tenía a la sazón 25 años, no encontró impedimento de hacerse atribuir todos los poderes.



Adoptó al nieto de Tiberio, por precaución, antes de hacerlo asesinar.


 El pueblo de Roma acogió con entusiasmo el advenimiento de este joven, hijo de un héroe adorado por las multitudes.


Alto y grueso, el nuevo emperador tenía los ojos hundidos, lo que le daba un aire extraviado, y sufría ataques de epilepsia que le hacían perder por algún tiempo el control de sí mismo.


Por este motivo, sus súbditos no tardaron en cambiar de opinión sobre él, pasando a odiar a este desequilibrado que, presa del insomnio, erraba noches enteras por su palacio invocando a gritos la llegada del día.


Al principio de su reinado se había ganado el favor popular por haber promovido amplias distribuciones de dinero y por haber rebajado los impuesto.


 Pero, en cambio, no dudó en admitir a su mesa a su caballo y nombrarlo senador; se ofrecía a la adoración de las multitudes y exigía que los magistrados le besaron la sandalia.


Pero su locura se hizo poco a poco sangrienta, haciendo morir a todos los que no le eran gratos, recomendando al verdugo que los matara "de modo tal que se sintieran morir". 


Nos cuenta Suetonio que a sus amantes le susurraba: "A una orden mía, podría caer esta hermosa cabeza".


También le producía placer, después de haber arrojado sestercios desde lo alto de la basílica Julia, contemplar el espectáculo de las luchas que se producían para cogerlos.


Las locuras megalómanas de Calígula cansaron muy pronto a todos, y aunque llegó a decir: "Que me odien con tal que me teman", lo cierto es que, reprimidas sangrientamente, estallaron revueltas por doquier.


Un oficial de la guardia pretoriana puso fin a esta macabra existencia, apuñalando el emperador en el pasadizo secreto que conducía al teatro (41 d. C.).






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