Cuando Livia estaba embarazada de Tiberio, los presagios se
sucedieron a lo largo de su vida. El primero de todos era que Livia quería
conocer el sexo del hijo que esperaba, y para saber si iba a dar a luz a un varón,
hizo lo siguiente:
Se fue al corral y le birló a una gallina su huevo. Luego
Livia calentó el huevo con sus manos, y se lo pasó a su esclavas para que también
lo calentaran entres sus manos.
Con esa calor absorbida, estalló el cascarón del huevo y se
asomó la cabecita de un polluelo provisto de una bonita cresta. De esta forma
Livia pudo saber que estaba embarazada de un niño que sería llamado a disponer
de los más altos destinos. Y como ella estaba casada con César Augusto, lo más
probable era que aquella criatura en ciernes llegara a ser emperador de Roma.
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