El
Oriente se quiere sublevar y Judas se quiere posesionar del dominio mundial.
Pasión por los romanos. Un blog de divulgación creado por Xavier Valderas que es un largo paseo por el vasto Imperio Romano y la Antigüedad, en especial el mundo greco-romano.
martes, 31 de diciembre de 2019
MNASEAS DE PATARA
Mnaseas
de Patara (en griego Μνασέας ὁ Πατρεύς) fue un historiador y geógrafo griego oriundo de Patara
(Licia) que vivió hacia el año 200 a. C. Fue discípulo de Eratóstenes y
viajó por Asia, África y Europa.
Fue
autor de varias obras que carecían de criterio historicista y estaban llenas de
narraciones fabulosas. Solo se conservan de este historiador algunos fragmentos
de su Periégesis y otros de su Colección de los oráculos de Delfos.
Mnaseas
introdujo, entre otras, la leyenda de que en el Templo de Jerusalén se adoraba
a una cabeza de burro, leyenda que se extendió entre todos los autores
alejandrinos posteriores.
EL CÓNSUL QUINTO FUFIO CALENO
Quinto
Fufio Caleno ( Quinto Quinto Fufius Q. f. C. Calenus ; ... - Alpes , 41 aC )
fue un político romano y militar .
En el
61 a. C. era un tribuno de la plebe y logró adquirir a Publio Clodio Pulcro ,
quien había profanado los ritos de la Bona Dea y más tarde fue acusado
por Cicerón .
Así
que como juez participó en el 59 aC para Julio César . Según Dión Casio, aprobó
una ley que en realidad permitía que los jurados fueran controlados.
En el
51 aC luchó en la Galia como legado de César.
Hizo
lo mismo en la guerra contra Pompeyo y en España en el 49 aC.
A su
regreso de España perdió parte de la flota que se le encomendó y sometió parte
de Grecia, pero no participó en la batalla de Farsalia.
Tomó
parte en la guerra de Alejandría.
En el
47 aC fue elegido cónsul gracias a la influencia de César . Después de la
muerte de César, se alineará con los triunviros y luego se unirá a Marco
Antonio , cuando rompió con Octavio .
Era
un oponente de Cicerón , quien lo odiaba. En el 43 a. C. se opuso ante el
Senado a la propuesta de Cicerón sobre iniciar una guerra contra Marco Antonio.
Murió
en el 41 a . C. , mientras estaba al pie de los Alpes con sus tropas, listo
para marchar contra Octavio. El hijo, que tomó su lugar, en lugar de eso, puso
las tropas contra Marco Antonio al lado del sobrino de Cesar.
domingo, 29 de diciembre de 2019
FLAVIO MAGNO AURELIO CASIODORO
Escritor,
estadista y monje romano, nació hacia 490 y murió hacia 583. Su nombre completo
era Flavio Magno Aurelio Casiodoro Senador, éste último, un sobrenombre. Aunque
era de ascendencia siria, su familia había sido por más de tres generaciones
una de las más importantes de Bruttium (sur de Italia). Su bisabuelo había
defendido con éxito a Bruttium durante la invasión de los vándalos de 455; su
abuelo fue notablemente favorecido por Valentiniano III y Accio, pero se retiró
pronto de su honorable carrera. Su padre pasó por todos los niveles de la
magistratura y por fin fue nombrado prefecto pretoriano y patricio por
Teodorico.
Casiodoro,
o más apropiadamente, Senador, nació en la finca paterna de Scyllaceum
(Squillace) y en 490 o un poco antes hizo su primera aparición como consejero
del prefecto pretoriano cerca del año 501. Un panegírico sobre Teodorico atrajo
la atención de este príncipe y entre 507 y 511 nombró a Casiodoro cuestor (N.
del T. Cuestor era un magistrado que en la ciudad y en los ejércitos tenía
funciones de carácter fiscal principalmente). Teodorico prescindió de la regla
que prohibía a un magistrado de aquel tiempo gobernar su propia provincia a
favor del padre de Casiodoro y una segunda vez cuando Casiodoro fue nombrado
corrector, es decir, gobernador de Lucania y Bruttium. Fue cónsul en el 514 y
ministro en 526 cuando Teodorico murió. Desde el tiempo de su cuestura permaneció
como consejero regular del rey y mantuvo su influencia a lo largo de la
regencia de Amalaswinta, que le nombró prefecto pretoriano. Pero el poder de
los godos estaba en crisis. Atalarico, el hijo de Amalaswinta, murió en 534 y
ella fue asesinada en 536 por Theodahadus, a quien había hecho rey y que a su
vez cayó víctima de Witiges, apresado en 540 por Belisario, el general
bizantino. Casiodoro decidió retirarse. Muchos años antes San Benito de Nursia,
había fundado entre las ruinas del templo de Apolo en Montecasino, un
monasterio que iba a servir de modelo para todo Occidente y la institución que
Casiodoro erigió en sus tierras, el monasterio de Virium, era sin duda una
imitación de la de Benito. Allí permaneció el resto de sus días, que deben
haber sido muchos, pues se dice que a la edad de noventa y tres años todavía
estaba escribiendo. Si nació en 490, no debe haber muerto antes de 583.
Los
escritos de Casiodoro se pueden clasificar según las dos grandes divisiones de
su vida, es decir su carrera pública y su retiro religioso. Mientras estaba en
lo público su obra trata de política y asuntos públicos. Aun quedan fragmentos
de dos de sus panegíricos que, según una antigua tradición entre los
funcionarios romanos, dedicó a los reyes y reinas góticos. Uno estaba dirigido
a Eutarico, el yerno de Teodorico (518 ó 519), el otro fue pronunciado en
Rávena en la ocasión del matrimonio de Witiges y Mateswinta (536). Una gran
riqueza de ejemplos sacados de la historia romana e ilustraciones de la
mitología sirven al propósito de resaltar los hechos heroicos presentados en
una maraña de frases vacías. En 519 Casiodoro publicó una crónica dedicada a
Eutarico, el cónsul del año. Ésta es en sustancia una lista de cónsules,
precedida por una tabla de reyes de Asiria, Lacio y Roma, acompañada de unas
pocas notas. Casiodoro usa sucesivamente un resumen de Livy, las historias de
Aufidio Baso, San Jerónimo y Próspero y la “Crónica de Rávena”. Los comentarios
históricos añadidos a los nombres de los cónsules son tomados al azar de esas
fuentes sin especial habilidad o precisión.
Desde
el año 496 Casiodoro escribió de su propia experiencia y con una pronunciada
parcialidad hacia los ostrogodos, parcialidad que también muestra en la
“Historia de los Godos” publicada entre 526 y 533 y de la que sólo tenemos el
resumen editado por Jornandes en 551. Finalmente, como legado de su carrera
oficial tenemos sus cartas reunidas en doce libros, las "Variæ", al
final de 537. La voluminosa correspondencia no contiene tanta información
histórica como cabría esperar; se han suprimido con frecuencia fechas, cifras,
nombres de personas y lugares como opuestos a la elegancia en el estilo. Por
otra parte, las digresiones inútiles y pomposas, lugares comunes sobre ética e
historia forman la base de estas composiciones. “El lector”, dice Mommsen, “con
frecuencia vacila respecto al significado de lo dicho y busca inútilmente una
razón por la que se haya dicho”. Casiodoro evita cuidadosamente todos los
detalles concretos respecto a los turbulentos tiempos en los que vivió, todo lo
que de una u otra manera pudiera ofender a godos, romanos o bizantinos. Es
incluso espléndido en su alabanza a los príncipes que se estaban matando entre
sí: Amalaswintha, Theodahadus y Witiges. Los libros VI y VII de los “Variae”
son una colección de fórmulas, la primera de una clase muy común en la Edad
Media. Estas cartas fueron diseñadas para ser usadas en cualquier ocasión en el
nombramiento de un magistrado, y sólo se necesitaba insertar el nuevo nombre.
Las cartas en los otros libros apenas son más interesantes. Sin embargo, así
era el gusto de su tiempo y la correspondencia del Papa San Símaco es igual de
insípida.
Casiodoro
parece haber comenzado sus escritos eclesiásticos con “De anima”, el cual
añadió a “Variae” como libro décimo tercero después de 540. Este pequeño
tratado expone la naturaleza y origen del alma, sus vicios y virtudes,
siguiendo principalmente las opiniones de Claudiano Mamerto y San
Agustín---Casiodoro estaba aún en la vida seglar cuando los escribió. Él da
como primer fruto de su conversión un comentario sobre los salmos que le tomó
varios años. Las obras compuestas durante su retiro religioso revelan su deseo
de hacer que sus investigaciones literarias fueran útiles a sus monjes y
también su gusto por los números y sus simbolismo. El comentario a los salmos
se basa fundamentalmente en las "Enarrationes" de San Agustín. Las
"Complexiones in epistolas et acta apostolorum et apocalypsis" son
compilaciones, y son llamadas así porque Casiodoro, en vez de comentar verso a
verso, combina varios versos y los parafrasea. Quizás se refiera a esta obra
cuando dice que ha purgado de toda herejía una exposición de Pelagio sobre la
Epístola a los Romanos. Mandó a traducir las “Antigüedades Judías” de Flavio
Josefo así como las historias eclesiásticas de Teodoreto, Sozomeno y Sócrates.
Él mismo hizo resúmenes de las traducciones de estos tres historiadores y los
combinó en la "Historia Tripartita", una composición algo
precipitada, llena de errores y contradicciones, pero, sin embargo, muy
utilizada en la Edad Media como manual de historia. En otra compilación unió
los tratados gramaticales y sus comentarios atribuidos a Donato con el libro de
Sacerdos sobre los números. Hacia el final de su vida Casiodoro le añadió un
tratado sobre ortografía, que era meramente otra colección de extractos. El
"De computo paschali" de 562 no es suya, sino una obra anónima
añadida por un copista a la crónica que Casiodoro.
De
toda la obra de este autor en su retiro monástico lo que hoy parece más
interesante es las “Institutiones divinarum et sæcularium litterarum",
escrita entre 543 y 555. Su objetivo era proporcionar a los monjes medios de
interpretar la Sagrada Escritura, aunque el plan de estudio que sugiere es
mucho más que una simple meditación sobre la Biblia. Requiere la lectura de los
comentadores, de los historiadores cristianos, a los que añade a Flavio Josefo,
de cronistas y de los Padres latinos. Recomienda las artes liberales; proclama
el mérito de los que copian la Sagrada Escritura y expone las reglas a seguir
en la corrección del texto. Finalmente, en la segunda parte, resume la teoría
de las artes liberales siguiendo la división hecha por San Jerónimo, Marciano
Capela y San Agustín. Distingue las artes, sobre todo la gramática y la
retórica, de las ciencias, que son la aritmética, geometría, música y
astronomía. Le da gran importancia a la dialéctica, a la cual considera en
parte arte y en parte ciencia. Por supuesto, Casiodoro subordina los estudios
profanos a la teología pero, diferente a Isidoro, por ejemplo, sus extractos y
compendios no dispensan al monje de hacer más investigaciones; por el contrario
provocan tal investigación al referirse a libros con los que cuidadosamente
equipó la biblioteca del convento. Soñaba con fundar la primera facultad
teológica en Roma; al menos tuvo el mérito de poner al trabajo intelectual en
el primer lugar de las ocupaciones monásticas, para el que San Benito no había
asignado un lugar. Durante su carrera pública Casiodoro intentó reconciliar las
dos razas de godos y romanos; en su retiro religioso trabajó con gran éxito en
armonizar la cultura antigua con la del mundo cristiano. La civilización
moderna fue el resultado de la alianza propuesta por él.
Influencia
de Casiodoro Sobre la Música de la Iglesia:
En su
trabajo sobre las artes liberales (De Artibus ac Disciplinis Liberalium
Litterarum) Casiodoro escribe sobre música bajo el encabezado “Institutiones
musicæ”. Este último tratado fue reimpreso por Gerbert (Scriptores eccl. de
mus. sacr., I) y es particularmente valioso para el estudio de los comienzos
tempranos de la música de la Iglesia. Casiodoro no va a las fuentes
originales---los teóricos griegos---puesto que su conocimiento del sistema
musical griego era el único conocido entonces y el que él enseñó a sus monjes.
Le tomó prestado al autor romano Albino, cuyas obras se han perdido. Casiodoro,
con Baecio, es el principal exponente de la teoría de la música entre la
antigüedad y el principio de la Edad Media. Por esta razón sus escritos han
sido de gran ayuda para los muchos estudiosos que se han ocupado de la
restauración del canto de la Iglesia, especialmente respecto a su ritmo,
siguiendo las más antiguas tradiciones. Sus obras contienen también información
instructiva sobre los instrumentos musicales que se usaban en sus días, sobre
todo la flauta, la chirimia, la gaita, la flauta de pan y el órgano.
ESTRABÓN DICE SOBRE LOS HISPANOS EN TIEMPOS DE OCTAVIO AUGUSTO Y TIBERIO
Pero
su ferocidad y salvajismo no se deben solo al andar guerreando, sino también a
lo apartado de su situación; pues tanto la travesía por mar como los caminos
para llegar hasta ellos son largos, y debido a la dificultad en las
comunicaciones han perdido la sociabilidad y los sentimientos humanitarios. Actualmente
padecen en menor medida esto gracias a la paz y la presencia de los romanos,
pero los que gozan menos de esta situación son más duros y brutales. Y por otra
parte, existiendo como existe en algunos pueblos una miseria derivada de los
lugares y montañas donde viven, es natural que se acentúe tan extraño carácter;
pero ahora, como dije, han dejado todos de luchar: pues con los que aún
persistían en los bandidajes, los cántabros y sus vecinos, terminó el César
Augusto, y los coniacos y los que viven junto a las fuentes del Íber, los
plentuisos, en vez de saquear a los aliados de los romanos, luchan ahora a
favor de éstos. Y Tiberio sucesor de aquel, apostando un cuerpo de tres
legiones en estos lugares por indicación de César Augusto, no sólo los ha pacificado,
sino que incluso ha civilizado ya a algunos de ellos".
(
Estrabón en "Geografía" )
HESIODO DICE SOBRE EL PADRE DE LOS DIOSES
Musas
de la Pieria que con vuestros cantos prodigais la gloria, venid aquí, invocad a
Zeus y celebrad con himnos a vuestro padre. A él se deben que los mortales sean
oscuros y célebres; y por voluntad del poderoso Zeus son famosos y
desconocidos. Pues Zeus el que truena desde lo alto y habita encumbradas
mansiones concede fácilmente el poder, fácilmente hunde al poderoso, fácilmente
rebaja al ilustre y engrandece al ignorado y fácilmente endereza al torcido y
humilla al orgulloso.
ALEJANDRO MAGNO CONQUISTA EGIPTO Y ASIA
Las victorias de Alejandro fueron fulgurantes y han suscitado la
incondicional admiración de sus contemporáneos y de la posteridad. Mas nosotros
no sabemos si adscribirlas más a su valentía que a la absoluta inconsistencia de los persas, que por lo demás jamás habían ganado una batalla, ni siquiera cuando habían sido trescientos contra uno.
Un primer contingente de aquéllos fue derrotado en el río Gránico,
donde Alejandro
fue salvado de la muerte por su lugarteniente
Clito. Todas las ciudades de la Jonia fueron liberadas; Damasco y Sidón se rindieron; Tiro,
que quiso resistir, fue literalmente destruida, y Jerusalén abrió sus puertas dócilmente. A través del desierto de Sinaí, el conquistador penetró
en Egipto, y lo primero que hizo fue un acto
de homenaje en el oasis de Siwa
al templo de Ammón que, según Olimpia,
era su padre. Los sacerdotes le creyeron sin más y le coronaron faraón.
Para compensarles de tanta complacencia, Alejandro ordenó la construcción en el delta de una nueva ciudad, Alejandría, de
la que trazó él mismo un plano, dejando la
ejecución a su arquitecto. Y reanudó su marcha hacia Asia.
El encuentro
con el grueso del ejército de Darío tuvo lugar cerca de Arbelas. Al ver aquella multitud de seiscientos mil
persas, Alejandro tuvo una vacilación. Y sus soldados gritaron: «¡Adelante,
general!. Ningún enemigo podrá resistir el hedor a carnero que traemos encima.». No sabemos si fue propiamente el hedor lo que derrotó aquel heterogéneo y políglota ejército. Sea como fuere, hubo derrota, caótica e irremediable. Darío fue muerto cobardemente por sus generales, y su capital, Babilonia, se sometió sin resistencia a Alejandro, que encontró en ella un tesoro de cincuenta mil
talentos, algo así como doscientos mil millones de liras, lo repartió equitativamente
entre sus soldados, su propia caja y la de Platea para resarcirla de su valerosa resistencia ante los persas en 480, ordenó la inmediata reconstrucción
de los templos sacros dedicados a los dioses orientales, a los que ofrendó suntuosos sacrificios, y anunció orgullosamente en una solemne proclama al pueblo griego su
definitiva liberación
del vasallaje persa. Los objetivos de la guerra habían sido alcanzados, mas no los de Alejandro, que sabía concretamente cuáles eran. Reemprendió la marcha sobre Persépolis y, enfurecido por encontrar prisioneros griegos con miembros cortados, ordenó la destrucción de la estupenda ciudad. Y siguió adelante hacia Sogdiana, Ariana, Bactriana y Bujara, donde capturó al asesino de Darío. Le hizo atar a dos troncos de árbol acercados
con cuerdas. De modo que, cuando las cuerdas fueron cortadas, al enderezarse los
troncos, le despedazaron
las carnes. Y adelante aún, a través del Himalaya, en ruta hacia la India,
donde oyó hablar del
Ganges y quiso verlo. El rey Poros, que trató de oponérsele, fue vencido.
Pero aquí los
soldados comenzaron a dar muestras de impaciencia. ¿Adonde quería conducirles su rey en aquella loca carrera de miles y miles de kilómetros en el corazón de tierras desconocidas, cuya extensión se ignoraba?. Alejandro, que no
podía responder porque
tampoco lo sabía él, se retiró —como su héroe Aquiles— desdeñosamente a su
tienda y durante tres días se negó a salir. Luego, a desgana, se rindió, volvió atrás, y en un combate se
encontró solo, dentro de una ciudadela
enemiga, porque las cuerdas con las que se escalaban las
murallas se habían roto bajo los pies de los que le seguían. Se batió como un león hasta caer desangrado por las heridas. Pero justo en aquel momento
llegaron los suyos, que habían trepado con las uñas. Mientras le llevaban a la tienda, los soldados se arrodillaron a su paso para besarle los pies. Convencido de haber reconquistado su favor, el rey, tras tres meses de convalecencia,
les recondujo hacia el Indo y les hizo descender
hasta el océano indico. Aquí hizo preparar una flota que, bajo el
mando de Nearco, devolvió
a la patria, por vía marítima, a los heridos y enfermos. Con los supervivientes remontó el río, abriéndose el camino de retorno a través del desierto de Beluchistán.
Hará falta llegar a la retirada de Rusia por Napoleón para hallar algo comparable a una marcha tan desastrosa. El calor y la sed mataron e hicieron enloquecer a miles de hombres. Cada vez que se encontraba
un pozo de agua, Alejandro bebía
el último, después de todos sus soldados. Pero
es como para preguntarse si su cerebro estaba completamente en orden, admitiendo que alguna vez lo hubiese estado» cuando al fin,
con los
pocos supervivientes de aquella matanza, llegó a Susa. Allí reunió a sus oficiales y les expuso en término» perentorios un nebuloso programa de dominio mundial empernado sobre los intercambios
matrimoniales.
Él se casaría simultáneamente con Statira, la hija de Darío, y con Parisatis, la hija de Artajerjes, uniendo así las dos ramas de la familia real persa.
Ellos le ayudarían desposándose
a
su vez y haciendo casar a sus subalternos con otras señoritas locales, a cuyas respectivas dotes proveería él poniendo a disposición veinte mil talentos, algo así como ochenta mil millones de liras. Así —dijo—, tras haberla sancionado en el campo de batalla, se consumaría en la cama la
unión entre el mundo grecomacedonio
y el oriental, mezclando su sangre y su civilización.
Lo creyeran o no, aquellos toscos guerreros, tras diez años de alejamiento de sus familias hallaron cómodo
fundar otra con las mujeres persas que, encima de todo, hasta eran guapotas. Así, en
una noche de festejos, fueron celebradas aquellas grandes bodas colectivas. Alejandro
las presidió, flanqueado por
sus dos esposas y con un traje de su invención,
que Plutarco describe como de corte mitad griego mitad persa. Acto
seguido proclamó su propio origen divino como hijo de Zeus-Ammón; los sacerdotes de Babilonia y de Siva lo reconocieron, los Estados griegos lo aceptaron carcajeándose, y sólo Olimpia, que había Inventado aquella fábula
y que todavía vivía en Pella, comentó escépticamente; «¿Cuándo dejará ese chico de calumniarme como adúltera?».
No se ha sabido jamás, y no se sabrá nunca, si Alejandro era tan desequilibrado como para creer en aquella fábula,
o si la avalaba sólo por diplomacia. Una vez,
alcanzado por una flecha, había dicho a sus amigos, mostrando la herida; «¿Veis? ¡Es sangre, sangre
humana, no divina!». Pero
ahora sentábase sobre un trono de oro, llevaba en la cabeza dos cuernos que eran el símbolo de Ammón y exigía que todos se prosternasen ante él. El abstemio adolescente de un tiempo ahora bebía, y en las borracheras
perdía la cabeza. Cuando Clito, que le había salvado la
vida, le dijo que
el mérito de sus grandes victorias correspondía no a él, sino a Filipo que le había dejado un gran ejército (y era verdad),
le
mató en un
acceso de furor. Una conjura le hizo recelar. Filotas, bajo la tortura, denunció a su propio padre, Parmenio, el general más estimado por Alejandro. También le condenó
a muerte. El paje Hermolao, torturado a su vez, denunció
como cómplice a Calístenes, sobrino
de Aristóteles, que el rey se había llevado en su séquito como cronista de las expediciones y que no quiso prosternarse
ante él, afirmando que todas, aquellas empresas un día se habrían convertido en históricas porque Calístenes las había escrito, no
porque Alejandro las hubiese llevado a cabo. El impertinente fue metido en la cárcel, donde murió.
Estalló una sedición entre
los soldados, que le pidieron ser licenciados «visto que tú, Alejandro, eres un
dios, y que los dioses no necesitan tropas». Alejandro respondió enojado; «Marchaos,
pues; así, de ahora en adelante, seré rey de aquellos de quienes os he hecho vencedores.» Los soldados rompieron a llorar, le pidieron perdón, y él, reanimado, concibió la empresa de conducirles a nuevas conquistas en Arabia.
Pero en aquel momento murió Efestión, a quien él consideraba su Patroclo y quería con un amor que jamás había sentido por ninguna mujer: hasta el punto de que cuando la viuda de Darío,
venida a hacer acto de sumisión en su tienda, les había confundido uno con otro, el rey dijo sonriendo:
«No hay ningún mal en ello. Efestión es también Alejandro.»
Aquella muerte le afectó de manera irreparable. Hizo matar al médico que no supo evitarla, rehusó
la comida durante cuatro días seguidos, ordenó honras fúnebres en las que gastó cuarenta
mil millones de liras, mandó a preguntar al oráculo de Ammón, que naturalmente se apresuró a concedérselo, el permiso de venerar al pobre difunto como a un dios, y como sacrificio expiatorio ordenó el
degüello de una tribu entera de persas.
Era claro ya que el conquistador
venido a
Oriente para grecizarlo se había orientalizado hasta convertirse en un verdadero sátrapa. Cada vez mas enfermo de insomnio, buscaba
en el vino ese sucedáneo del descanso que es el aturdimiento. Cada noche hacia con
sus generales concursos de resistencia. Una noche fue derrotado por Promacos,
que ingirió tres litros de licor fortísimo, y al cabo de tres días murió. Alejandro quiso batir el récord e ingirió cuatro
litros. Al otro día le dio una fuerte fiebre. Quiso seguir bebiendo. Desde la cama, en las pausas de delirio, siguió dando órdenes
a
gobernadores y generales. Luego, el undécimo día, entró en agonía. Cuando le preguntaron a quién se proponía dejar el poder, respondió en un soplo; «Al mejor.» Pero se
olvidó de decir quién era el mejor. Era en 323 antes de Jesucristo.
y Alejandro debía cumplir en
aquellos días treinta y un años. Hay que preguntarse
qué habría llegado a hacer si hubiese tenido tiempo. La breve
aventura de su vida había sido tan intensa y tan plena de sensacionales empresas, que se comprende muy bien la sugestión que ha ejercido sobre sus biógrafos. Yo
creo, empero, que todas las intenciones que se le han
atribuido carecen de fundamento. No pueden achacarse a una idea
política, como en el caso de Filipo, que sabía perfectamente lo que quería. Alejandro no siguió su plan y, más que artífice, se nos
aparece como el esclavo de un destino. Lo que nos
impresiona en él es
una fuerza vital tan
abrumadora y desenfrenada como para trocarse en defecto. Fue un
meteoro que, como
todos los meteoros,
deslumbró el cielo y se disolvió en el vacío, sin dejar tras sí riada constructivo.
Pero acaso por
ello interpretó y concluyó del modo más
adecuado el ciclo de una civilización como la griega, condenada por sus fuerzas centrífugas a fenecer de dispersión.
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