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martes, 31 de diciembre de 2019

TÁCITO DICE SOBRE LOS JUDÍOS




El Oriente se quiere sublevar y Judas se quiere posesionar del dominio mundial.




MNASEAS DE PATARA


Mnaseas de Patara (en griego Μνασέας Πατρεύς) fue un historiador y geógrafo griego oriundo de Patara (Licia) que vivió hacia el año 200 a. C. Fue discípulo de Eratóstenes y viajó por Asia, África y Europa.
 
Fue autor de varias obras que carecían de criterio historicista y estaban llenas de narraciones fabulosas. Solo se conservan de este historiador algunos fragmentos de su Periégesis y otros de su Colección de los oráculos de Delfos.
 
Mnaseas introdujo, entre otras, la leyenda de que en el Templo de Jerusalén se adoraba a una cabeza de burro, leyenda que se extendió entre todos los autores alejandrinos posteriores.


EL CÓNSUL QUINTO FUFIO CALENO


Quinto Fufio Caleno ( Quinto Quinto Fufius Q. f. C. Calenus ; ... - Alpes , 41 aC ) fue un político romano y militar .
 
En el 61 a. C. era un tribuno de la plebe y logró adquirir a Publio Clodio Pulcro , quien había profanado los ritos de la Bona Dea y más tarde fue acusado por Cicerón .
 
Así que como juez participó en el 59 aC para Julio César . Según Dión Casio, aprobó una ley que en realidad permitía que los jurados fueran controlados.
 
En el 51 aC luchó en la Galia como legado de César.
 
Hizo lo mismo en la guerra contra Pompeyo y en España en el 49 aC.
 
A su regreso de España perdió parte de la flota que se le encomendó y sometió parte de Grecia, pero no participó en la batalla de Farsalia.
 
Tomó parte en la guerra de Alejandría.
 
En el 47 aC fue elegido cónsul gracias a la influencia de César . Después de la muerte de César, se alineará con los triunviros y luego se unirá a Marco Antonio , cuando rompió con Octavio .
 
Era un oponente de Cicerón , quien lo odiaba. En el 43 a. C. se opuso ante el Senado a la propuesta de Cicerón sobre iniciar una guerra contra Marco Antonio.
 
Murió en el 41 a . C. , mientras estaba al pie de los Alpes con sus tropas, listo para marchar contra Octavio. El hijo, que tomó su lugar, en lugar de eso, puso las tropas contra Marco Antonio al lado del sobrino de Cesar.

CONSTANCIO II CONDENA A LOS NO CRISTIANOS



 

Los culpables de idolatría o sacrificios paganos deben sufrir la pena capital.



domingo, 29 de diciembre de 2019

FOCÍLIDES DICE SOBRE LA VEJEZ


Respeta las canas: rinde al anciano sabio los mismos homenajes que haces a tu padre.



FLAVIO MAGNO AURELIO CASIODORO


Escritor, estadista y monje romano, nació hacia 490 y murió hacia 583. Su nombre completo era Flavio Magno Aurelio Casiodoro Senador, éste último, un sobrenombre. Aunque era de ascendencia siria, su familia había sido por más de tres generaciones una de las más importantes de Bruttium (sur de Italia). Su bisabuelo había defendido con éxito a Bruttium durante la invasión de los vándalos de 455; su abuelo fue notablemente favorecido por Valentiniano III y Accio, pero se retiró pronto de su honorable carrera. Su padre pasó por todos los niveles de la magistratura y por fin fue nombrado prefecto pretoriano y patricio por Teodorico.
 
Casiodoro, o más apropiadamente, Senador, nació en la finca paterna de Scyllaceum (Squillace) y en 490 o un poco antes hizo su primera aparición como consejero del prefecto pretoriano cerca del año 501. Un panegírico sobre Teodorico atrajo la atención de este príncipe y entre 507 y 511 nombró a Casiodoro cuestor (N. del T. Cuestor era un magistrado que en la ciudad y en los ejércitos tenía funciones de carácter fiscal principalmente). Teodorico prescindió de la regla que prohibía a un magistrado de aquel tiempo gobernar su propia provincia a favor del padre de Casiodoro y una segunda vez cuando Casiodoro fue nombrado corrector, es decir, gobernador de Lucania y Bruttium. Fue cónsul en el 514 y ministro en 526 cuando Teodorico murió. Desde el tiempo de su cuestura permaneció como consejero regular del rey y mantuvo su influencia a lo largo de la regencia de Amalaswinta, que le nombró prefecto pretoriano. Pero el poder de los godos estaba en crisis. Atalarico, el hijo de Amalaswinta, murió en 534 y ella fue asesinada en 536 por Theodahadus, a quien había hecho rey y que a su vez cayó víctima de Witiges, apresado en 540 por Belisario, el general bizantino. Casiodoro decidió retirarse. Muchos años antes San Benito de Nursia, había fundado entre las ruinas del templo de Apolo en Montecasino, un monasterio que iba a servir de modelo para todo Occidente y la institución que Casiodoro erigió en sus tierras, el monasterio de Virium, era sin duda una imitación de la de Benito. Allí permaneció el resto de sus días, que deben haber sido muchos, pues se dice que a la edad de noventa y tres años todavía estaba escribiendo. Si nació en 490, no debe haber muerto antes de 583.
 
Los escritos de Casiodoro se pueden clasificar según las dos grandes divisiones de su vida, es decir su carrera pública y su retiro religioso. Mientras estaba en lo público su obra trata de política y asuntos públicos. Aun quedan fragmentos de dos de sus panegíricos que, según una antigua tradición entre los funcionarios romanos, dedicó a los reyes y reinas góticos. Uno estaba dirigido a Eutarico, el yerno de Teodorico (518 ó 519), el otro fue pronunciado en Rávena en la ocasión del matrimonio de Witiges y Mateswinta (536). Una gran riqueza de ejemplos sacados de la historia romana e ilustraciones de la mitología sirven al propósito de resaltar los hechos heroicos presentados en una maraña de frases vacías. En 519 Casiodoro publicó una crónica dedicada a Eutarico, el cónsul del año. Ésta es en sustancia una lista de cónsules, precedida por una tabla de reyes de Asiria, Lacio y Roma, acompañada de unas pocas notas. Casiodoro usa sucesivamente un resumen de Livy, las historias de Aufidio Baso, San Jerónimo y Próspero y la “Crónica de Rávena”. Los comentarios históricos añadidos a los nombres de los cónsules son tomados al azar de esas fuentes sin especial habilidad o precisión.
 
Desde el año 496 Casiodoro escribió de su propia experiencia y con una pronunciada parcialidad hacia los ostrogodos, parcialidad que también muestra en la “Historia de los Godos” publicada entre 526 y 533 y de la que sólo tenemos el resumen editado por Jornandes en 551. Finalmente, como legado de su carrera oficial tenemos sus cartas reunidas en doce libros, las "Variæ", al final de 537. La voluminosa correspondencia no contiene tanta información histórica como cabría esperar; se han suprimido con frecuencia fechas, cifras, nombres de personas y lugares como opuestos a la elegancia en el estilo. Por otra parte, las digresiones inútiles y pomposas, lugares comunes sobre ética e historia forman la base de estas composiciones. “El lector”, dice Mommsen, “con frecuencia vacila respecto al significado de lo dicho y busca inútilmente una razón por la que se haya dicho”. Casiodoro evita cuidadosamente todos los detalles concretos respecto a los turbulentos tiempos en los que vivió, todo lo que de una u otra manera pudiera ofender a godos, romanos o bizantinos. Es incluso espléndido en su alabanza a los príncipes que se estaban matando entre sí: Amalaswintha, Theodahadus y Witiges. Los libros VI y VII de los “Variae” son una colección de fórmulas, la primera de una clase muy común en la Edad Media. Estas cartas fueron diseñadas para ser usadas en cualquier ocasión en el nombramiento de un magistrado, y sólo se necesitaba insertar el nuevo nombre. Las cartas en los otros libros apenas son más interesantes. Sin embargo, así era el gusto de su tiempo y la correspondencia del Papa San Símaco es igual de insípida.
 
Casiodoro parece haber comenzado sus escritos eclesiásticos con “De anima”, el cual añadió a “Variae” como libro décimo tercero después de 540. Este pequeño tratado expone la naturaleza y origen del alma, sus vicios y virtudes, siguiendo principalmente las opiniones de Claudiano Mamerto y San Agustín---Casiodoro estaba aún en la vida seglar cuando los escribió. Él da como primer fruto de su conversión un comentario sobre los salmos que le tomó varios años. Las obras compuestas durante su retiro religioso revelan su deseo de hacer que sus investigaciones literarias fueran útiles a sus monjes y también su gusto por los números y sus simbolismo. El comentario a los salmos se basa fundamentalmente en las "Enarrationes" de San Agustín. Las "Complexiones in epistolas et acta apostolorum et apocalypsis" son compilaciones, y son llamadas así porque Casiodoro, en vez de comentar verso a verso, combina varios versos y los parafrasea. Quizás se refiera a esta obra cuando dice que ha purgado de toda herejía una exposición de Pelagio sobre la Epístola a los Romanos. Mandó a traducir las “Antigüedades Judías” de Flavio Josefo así como las historias eclesiásticas de Teodoreto, Sozomeno y Sócrates. Él mismo hizo resúmenes de las traducciones de estos tres historiadores y los combinó en la "Historia Tripartita", una composición algo precipitada, llena de errores y contradicciones, pero, sin embargo, muy utilizada en la Edad Media como manual de historia. En otra compilación unió los tratados gramaticales y sus comentarios atribuidos a Donato con el libro de Sacerdos sobre los números. Hacia el final de su vida Casiodoro le añadió un tratado sobre ortografía, que era meramente otra colección de extractos. El "De computo paschali" de 562 no es suya, sino una obra anónima añadida por un copista a la crónica que Casiodoro.
 
De toda la obra de este autor en su retiro monástico lo que hoy parece más interesante es las “Institutiones divinarum et sæcularium litterarum", escrita entre 543 y 555. Su objetivo era proporcionar a los monjes medios de interpretar la Sagrada Escritura, aunque el plan de estudio que sugiere es mucho más que una simple meditación sobre la Biblia. Requiere la lectura de los comentadores, de los historiadores cristianos, a los que añade a Flavio Josefo, de cronistas y de los Padres latinos. Recomienda las artes liberales; proclama el mérito de los que copian la Sagrada Escritura y expone las reglas a seguir en la corrección del texto. Finalmente, en la segunda parte, resume la teoría de las artes liberales siguiendo la división hecha por San Jerónimo, Marciano Capela y San Agustín. Distingue las artes, sobre todo la gramática y la retórica, de las ciencias, que son la aritmética, geometría, música y astronomía. Le da gran importancia a la dialéctica, a la cual considera en parte arte y en parte ciencia. Por supuesto, Casiodoro subordina los estudios profanos a la teología pero, diferente a Isidoro, por ejemplo, sus extractos y compendios no dispensan al monje de hacer más investigaciones; por el contrario provocan tal investigación al referirse a libros con los que cuidadosamente equipó la biblioteca del convento. Soñaba con fundar la primera facultad teológica en Roma; al menos tuvo el mérito de poner al trabajo intelectual en el primer lugar de las ocupaciones monásticas, para el que San Benito no había asignado un lugar. Durante su carrera pública Casiodoro intentó reconciliar las dos razas de godos y romanos; en su retiro religioso trabajó con gran éxito en armonizar la cultura antigua con la del mundo cristiano. La civilización moderna fue el resultado de la alianza propuesta por él.
 
Influencia de Casiodoro Sobre la Música de la Iglesia:

En su trabajo sobre las artes liberales (De Artibus ac Disciplinis Liberalium Litterarum) Casiodoro escribe sobre música bajo el encabezado “Institutiones musicæ”. Este último tratado fue reimpreso por Gerbert (Scriptores eccl. de mus. sacr., I) y es particularmente valioso para el estudio de los comienzos tempranos de la música de la Iglesia. Casiodoro no va a las fuentes originales---los teóricos griegos---puesto que su conocimiento del sistema musical griego era el único conocido entonces y el que él enseñó a sus monjes. Le tomó prestado al autor romano Albino, cuyas obras se han perdido. Casiodoro, con Baecio, es el principal exponente de la teoría de la música entre la antigüedad y el principio de la Edad Media. Por esta razón sus escritos han sido de gran ayuda para los muchos estudiosos que se han ocupado de la restauración del canto de la Iglesia, especialmente respecto a su ritmo, siguiendo las más antiguas tradiciones. Sus obras contienen también información instructiva sobre los instrumentos musicales que se usaban en sus días, sobre todo la flauta, la chirimia, la gaita, la flauta de pan y el órgano.

ESTRABÓN DICE SOBRE LOS HISPANOS EN TIEMPOS DE OCTAVIO AUGUSTO Y TIBERIO


Pero su ferocidad y salvajismo no se deben solo al andar guerreando, sino también a lo apartado de su situación; pues tanto la travesía por mar como los caminos para llegar hasta ellos son largos, y debido a la dificultad en las comunicaciones han perdido la sociabilidad y los sentimientos humanitarios. Actualmente padecen en menor medida esto gracias a la paz y la presencia de los romanos, pero los que gozan menos de esta situación son más duros y brutales. Y por otra parte, existiendo como existe en algunos pueblos una miseria derivada de los lugares y montañas donde viven, es natural que se acentúe tan extraño carácter; pero ahora, como dije, han dejado todos de luchar: pues con los que aún persistían en los bandidajes, los cántabros y sus vecinos, terminó el César Augusto, y los coniacos y los que viven junto a las fuentes del Íber, los plentuisos, en vez de saquear a los aliados de los romanos, luchan ahora a favor de éstos. Y Tiberio sucesor de aquel, apostando un cuerpo de tres legiones en estos lugares por indicación de César Augusto, no sólo los ha pacificado, sino que incluso ha civilizado ya a algunos de ellos".
( Estrabón en "Geografía" )





HESIODO DICE SOBRE EL PADRE DE LOS DIOSES


Musas de la Pieria que con vuestros cantos prodigais la gloria, venid aquí, invocad a Zeus y celebrad con himnos a vuestro padre. A él se deben que los mortales sean oscuros y célebres; y por voluntad del poderoso Zeus son famosos y desconocidos. Pues Zeus el que truena desde lo alto y habita encumbradas mansiones concede fácilmente el poder, fácilmente hunde al poderoso, fácilmente rebaja al ilustre y engrandece al ignorado y fácilmente endereza al torcido y humilla al orgulloso.

ALEJANDRO MAGNO CONQUISTA EGIPTO Y ASIA



Las victorias de Alejandro fueron fulgurantes y han suscitado la incondicional admiración de sus contemporáneos y de la posteridad. Mas nosotros no sabemos si adscribirlas más a su valentía que a  la  absoluta inconsistencia de los persas, que por lo demás jamás habían ganado una batalla, ni siquiera cuando habían sido trescientos contra uno.

 

Un primer contingente de  aquéllos  fue  derrotado en  el  río  Gránico,  donde  Alejandro  fue  salvado   de la muerte por su lugarteniente Clito. Todas las ciudades de  la  Jonia  fueron  liberadas;  Damasco  y  Sidón se rindieron; Tiro, que quiso resistir, fue literalmente destruida, y Jerusalén abrió  sus  puertas  dócilmente. A través del desierto de Sinaí, el conquistador penetró en Egipto, y lo primero que hizo fue un acto de homenaje en el oasis  de  Siwa  al  templo  de  Ammón  que, según Olimpia, era su padre. Los sacerdotes le creyeron sin más y le coronaron faraón. Para compensarles de tanta complacencia, Alejandro ordenó la construcción en el delta de una nueva ciudad, Alejandría, de la que  trazó  él mismo un plano,  dejando  la ejecución a su arquitecto. Y reanudó su marcha hacia Asia.

 

El encuentro con el grueso  del  ejército de  Darío tuvo lugar cerca de Arbelas.  Al  ver aquella multitud de seiscientos mil persas, Alejandro tuvo una vacilación. Y sus soldados gritaron: «¡Adelante, general!. Ningún enemigo podrá resistir el hedor a carnero que traemos  encima.».  No  sabemos   si fue  propiamente el hedor lo  que  derrotó  aquel  heterogéneo y políglota  ejército.  Sea   como   fuere,   hubo derrota,  caótica e irremediable. Darío fue muerto cobardemente por sus  generales, y  su  capital,   Babilonia, se  sometió sin resistencia a Alejandro, que encontró en ella un tesoro de cincuenta mil talentos, algo así como doscientos mil millones de liras, lo repartió equitativamente entre sus soldados, su propia caja y la de Platea para resarcirla de su valerosa resistencia ante los persas en 480, ordenó la inmediata reconstrucción de los templos sacros dedicados a los dioses orientales, a los que  ofrendó  suntuosos  sacrificios, y  anunció orgullosamente en una solemne proclama al pueblo griego su definitiva liberación del vasallaje persa. Los objetivos de la guerra habían sido alcanzados, mas no los de Alejandro, que sabía concretamente cuáles eran. Reemprendió  la marcha sobre Persépolis y, enfurecido por encontrar prisioneros griegos con miembros cortados, ordenó la destrucción de la estupenda ciudad. Y siguió adelante hacia Sogdiana, Ariana, Bactriana y Bujara, donde capturó al asesino de Darío. Le hizo atar a dos troncos  de árbol acercados con cuerdas. De modo que, cuando  las  cuerdas fueron cortadas, al enderezarse los troncos, le despedazaron las carnes. Y adelante aún, a través del Himalaya, en ruta hacia la India, donde oyó hablar del Ganges y quiso verlo. El rey Poros, que trató de oponérsele, fue vencido.

 

Pero aquí los soldados  comenzaron  a  dar muestras de impaciencia. ¿Adonde quería conducirles su rey en aquella loca  carrera  de  miles  y  miles  de  kilómetros en el corazón  de  tierras  desconocidas,  cuya  extensión se  ignoraba?. Alejandro,  que  no  podía  responder  porque  tampoco  lo  sabía  él,  se   retiró  —como su héroe Aquiles— desdeñosamente a su tienda y durante tres días se negó a salir. Luego, a desgana, se rindió, volvió atrás, y  en  un  combate  se  encontró solo, dentro de una ciudadela enemiga, porque las cuerdas con las que se escalaban las murallas se habían roto bajo los  pies  de  los  que  le  seguían.  Se batió como un león hasta caer desangrado por las heridas. Pero justo en aquel momento llegaron los suyos, que habían trepado con las uñas. Mientras  le  llevaban a la  tienda,  los  soldados  se  arrodillaron  a  su paso para besarle los pies. Convencido de haber reconquistado su favor, el rey, tras tres meses de convalecencia, les recondujo hacia el Indo y les hizo descender hasta el océano indico. Aquí hizo preparar una  flota  que,  bajo  el  mando   de Nearco,  devolvió a la patria, por vía marítima, a los heridos  y  enfermos. Con los supervivientes remontó el río,  abriéndose el camino de retorno a través del desierto de Beluchistán.

 

Hará falta llegar a la retirada de  Rusia  por Napoleón para hallar algo comparable a una marcha tan desastrosa. El calor y la sed mataron e hicieron enloquecer a miles de hombres. Cada vez que se encontraba un pozo de agua, Alejandro bebía el último, después de todos sus soldados. Pero es como para preguntarse si su cerebro estaba completamente en orden, admitiendo que alguna vez lo hubiese estado» cuando al fin, con  los  pocos  supervivientes  de  aquella matanza, llegó a Susa. Allí reunió a sus oficiales y les expuso en término» perentorios un nebuloso programa de dominio  mundial empernado sobre los intercambios matrimoniales.

 

Él se casaría simultáneamente con Statira, la hija de Darío, y con  Parisatis,  la  hija de  Artajerjes,  uniendo así las dos  ramas  de  la familia  real  persa.  Ellos le ayudarían desposándose a  su  vez  y  haciendo casar a sus subalternos con otras señoritas locales, a cuyas respectivas dotes proveería él poniendo a disposición veinte mil talentos, algo así como ochenta mil millones de liras. Así —dijo—, tras haberla sancionado  en  el campo de batalla, se consumaría en la cama  la  unión entre el mundo grecomacedonio y el oriental, mezclando su sangre y su civilización.

 

Lo creyeran o no, aquellos toscos guerreros,  tras  diez años de alejamiento de sus familias hallaron cómodo fundar otra con las mujeres persas que, encima de todo, hasta eran  guapotas. Así,  en  una  noche de festejos, fueron celebradas aquellas grandes bodas colectivas. Alejandro las presidió, flanqueado por sus dos esposas y con un traje de su invención,  que  Plutarco describe como de corte mitad griego mitad persa. Acto seguido proclamó su propio  origen  divino como hijo de Zeus-Ammón; los sacerdotes de Babilonia y de Siva lo reconocieron, los Estados griegos lo aceptaron carcajeándose, y sólo Olimpia, que había Inventado aquella fábula y que todavía vivía en Pella, comentó escépticamente; «¿Cuándo dejará ese chico de calumniarme como adúltera?».

 

No se ha sabido jamás, y no se sabrá nunca, si Alejandro era tan desequilibrado como para creer en aquella fábula, o si la avalaba  sólo  por  diplomacia. Una vez, alcanzado por una flecha, había dicho a sus amigos, mostrando la herida; «¿Veis? ¡Es sangre, sangre humana, no divina!». Pero ahora sentábase sobre un trono de oro, llevaba en la cabeza dos cuernos que eran el símbolo de Ammón y exigía que todos se prosternasen ante él. El abstemio adolescente de un tiempo ahora bebía, y en las borracheras perdía la cabeza. Cuando  Clito,  que  le  había  salvado  la  vida, le dijo que el mérito de sus grandes victorias correspondía no a él, sino a Filipo que le  había  dejado  un gran ejército (y  era  verdad),  le  mató  en  un  acceso de  furor.  Una  conjura  le  hizo  recelar.  Filotas,  bajo la  tortura,  denunció  a  su   propio  padre,  Parmenio, el general más estimado por Alejandro. También le condenó  a  muerte.  El  paje  Hermolao,   torturado a su vez, denunció como  cómplice  a  Calístenes,  sobrino de Aristóteles, que el rey se había llevado en su séquito como cronista de las expediciones y que no quiso prosternarse ante él, afirmando que todas, aquellas empresas un día se habrían convertido en históricas porque Calístenes las había escrito, no porque Alejandro las hubiese llevado a cabo. El impertinente fue metido en la cárcel, donde murió. Estalló una sedición entre los soldados, que le pidieron ser licenciados «visto que tú, Alejandro, eres  un  dios,  y que los dioses no necesitan tropas». Alejandro respondió enojado; «Marchaos, pues; así, de ahora en adelante, seré rey de aquellos de quienes os he hecho vencedores.» Los soldados rompieron a llorar, le pidieron perdón, y él, reanimado, concibió la empresa de conducirles a nuevas conquistas en Arabia.

 

Pero en aquel momento murió Efestión, a quien él consideraba su Patroclo y quería con un amor que jamás había sentido por ninguna mujer: hasta  el punto de que cuando la viuda de Darío, venida a hacer acto de sumisión en su tienda, les  había  confundido uno con otro, el rey dijo sonriendo: «No hay ningún mal en ello. Efestión es también Alejandro.» Aquella muerte le afectó de manera  irreparable.  Hizo  matar al médico que no supo evitarla, rehusó la comida durante cuatro días seguidos,  ordenó  honras  fúnebres en las que gastó cuarenta mil millones  de liras, mandó a preguntar al oráculo de Ammón, que naturalmente se apresuró a concedérselo, el permiso de venerar al pobre difunto como a un dios, y como sacrificio expiatorio ordenó el degüello de una tribu entera de persas.

 

Era claro ya que el conquistador venido a  Oriente para grecizarlo se había orientalizado hasta  convertirse en un  verdadero  sátrapa.  Cada  vez  mas  enfermo de insomnio, buscaba en el vino ese sucedáneo del descanso que es el  aturdimiento.  Cada  noche  hacia con sus generales concursos de resistencia. Una noche fue derrotado por Promacos, que ingirió tres litros de licor fortísimo, y al cabo de tres días murió. Alejandro quiso batir el récord e ingirió cuatro litros. Al otro día le dio una fuerte fiebre.  Quiso  seguir bebiendo. Desde la cama, en las pausas de  delirio,  siguió dando  órdenes  a  gobernadores  y   generales.   Luego, el undécimo día, entró en agonía. Cuando le preguntaron a quién  se  proponía  dejar  el  poder,  respondió en un soplo; «Al  mejor.»  Pero  se  olvidó  de  decir quién era el mejor. Era en 323 antes de Jesucristo.

 

y Alejandro debía cumplir en  aquellos  días  treinta y un años. Hay que preguntarse qué habría llegado a hacer si hubiese tenido tiempo. La breve aventura  de su vida había sido tan intensa y tan plena de sensacionales empresas, que se comprende muy bien la sugestión que ha ejercido sobre sus biógrafos. Yo creo, empero, que todas las intenciones que se le han atribuido carecen de fundamento. No pueden achacarse a una idea política, como en el caso de Filipo, que  sabía perfectamente lo que quería. Alejandro  no  siguió su plan y, más que artífice, se nos aparece como el esclavo de un destino. Lo  que nos  impresiona  en  él es  una  fuerza  vital  tan  abrumadora   y   desenfrenada como para trocarse en defecto. Fue  un  meteoro que, como todos los meteoros, deslumbró el cielo y se disolvió en el vacío, sin dejar tras sí riada constructivo.

 

Pero acaso por ello interpretó y concluyó del modo más adecuado el ciclo de una civilización como la griega, condenada por sus fuerzas centrífugas a fenecer de dispersión.