Mandó
Cayo César, en el mismo día, azotar a Sexto Papinio, hijo de varón consular, a
Betilieno Basso, cuestor suyo e hijo de su intendente, y a otros muchos,
caballeros romanos o senadores, sometiéndoles después a la tortura, no para
interrogarles, sino para divertirse.
Enseguida, impaciente por todo lo que aplazaba
sus placeres, que las exigencias de su crueldad pedían sin tregua, paseando
entre las alamedas del jardín de su madre, que se extiende entre el pórtico y
la ribera, hizo llevar algunas víctimas de aquéllas con matronas y otros
senadores, para decapitarles a la luz de las antorchas.
Disgustado
C. César por la minuciosidad que afectaba en traje y peinado el hijo de Pastor,
ilustre caballero romano, le hizo reducir a prisión, y rogándole el padre que
perdonase a su hijo, cual si la súplica fuese sentencia de muerte, ordenó en el
acto que le llevaran al suplicio. Mas para que no fuese todo inhumano en sus
relaciones con el padre, le invitó a cenar aquella misma noche. Pastor acudió
sin mostrar el menor disgusto en el semblante.
Después de encargar que le vigilasen, César le
brindó con una copa grande, y el desgraciado la vació completamente, aunque
haciéndolo como si bebiese la sangre de su hijo… El joven tirano, con su afable
y benévolo aspecto, provocando al anciano con frecuentes brindis, le invitaba a
desterrar sus penas, y éste, en recompensa, se mostraba regocijado e
indiferente a lo que había pasado aquel día. El segundo hijo hubiese perecido,
de no quedar el verdugo contento del convidado.
(
Séneca )