Le
dijeron que era superior a todos los príncipes y reyes de la tierra, y a partir
de entonces empezó a atribuirse la majestad divina. Hizo traer de Grecia las
estatuas de los dioses más famosos por la excelencia del trabajo y el respeto
de los pueblos, entre ellas la de Júpiter Olímpico, y a la cual quitó la cabeza
y la sustituyó con la suya. Hizo prolongar hasta el foro un ala de su palacio y
transformar el templo de Cástor y Pólux en un vestíbulo, en el que se sentaba a
menudo entre los dos hermanos, ofreciéndose a las adoraciones de la multitud.
Algunos le saludaron con el título de Júpiter latino; tuvo también para su
divinidad templo especial, sacerdotes y las víctimas más raras. En este templo
se contemplaba su estatua de oro, de un gran parecido, y a la que todos los
días vestían como él. Los ciudadanos más ricos se disputaban con tenacidad las
funciones de este sacerdocio, objeto de toda su ambición… Por la noche, cuando
la luna estaba en toda su plenitud y esplendor, la invitaba a venir y recibir
sus abrazos y a compartir su lecho. Por el día celebraba conversaciones
secretas con Júpiter Capitolino… y otras en alta voz y tono arrogante. En
cierta ocasión se le oyó decirle en tono de amenaza: «¡Pruébame tu poder o teme
el mío!».
(
Suetonio)
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