Por
último, se adelantó hacia las orillas del océano a la cabeza del ejército, con
gran provisión de catapultas y máquinas de guerra y cual si proyectase alguna
gran empresa; nadie conocía ni sospechaba su designio, hasta que de improviso
mandó a los soldados recoger conchas y llenar con ellas sus cascos y ropas,
llamándolas «despojos del océano debidos al Capitolio y al palacio de los
césares». Como testimonio de su victoria construyó una altísima torre en la que
por las noches, y a manera de faros, encendieron luces para alumbrar la marcha
de las naves. Prometió a los soldados una gratificación de cien denarios por
cada uno, y como si su gesto fuese el colmo de la generosidad, les dijo:
«¡Marchad contentos y ricos!».
(
Suetonio )
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