Recibidas estas noticias, César, convocando a sus soldados,
cuenta los agravios que en todos tiempos le han hecho sus enemigos; de quienes
se queja que por envidia y celosos de su gloria hayan apartado de su amistad y
maleado a Pompeyo, cuya honra y dignidad había él siempre procurado y
promovido. Quéjase del nuevo mal ejemplo introducido en la República, con haber
abolido de mano armada el fuero de los tribunos, que los años pasados se había
restablecido; que Sila, puesto que los despojó de toda su autoridad, les dejó
por lo menos el derecho de protestar libremente; Pompeyo, que parecía haberlo
restituido, les ha quitado aun los privilegios que antes gozaban; cuantas veces
se ha decretado que «velasen los magistrados sobre que la República no
padeciese daño» (voz y decreto con que se alarma el Pueblo Romano) fue por la promulgación de
leyes perniciosas, con ocasión de la violencia de los tribunos, de la
sublevación del pueblo, apoderado de los templos y collados; escándalos añejos
purgados ya con los escarmientos de Saturnino y de los Gracos; ahora nada se ha
hecho ni aun pensado de tales cosas; ninguna ley se ha promulgado; no se ha
entablado pretensión alguna con el pueblo, ninguna sedición movido. Por tanto,
los exhorta a defender el crédito y el honor de su general, bajo cuya conducta
por nueve años han felicísimamente servido a la República, ganado muchísimas
batallas, pacificado toda la Galia y la Germanía.
( Cayo Julio César, en "Comentarios sobre la guerra
civil")
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