domingo, 14 de junio de 2015

LA FARAONA CLEOPATRA SEPTIMA DE EGIPTO, EN LA ÉPOCA PREVIA A LA BATALLA DE FARSALIA, Y SU PAPEL DIVINO EN LA CRECIDA DEL NILO


Cleopatra había ascendido al trono a los diecisiete años de edad, y ahora tenía ya casi veinte. Los dos años de su reinado habían estado cargados de éxitos y peligros: primero la gloria de bajar por el Nilo en aquella enorme barcaza dorada con la vela granate bordada en oro; los egipcios nativos se postraban ante Cleopatra mientras ella permanecía de pie con su hermano y también marido de nueve años a su lado (pero un peldaño más abajo). En Hermontis le habían llevado el toro Buchis, famoso porque los rizos de su largo pelo sin tacha crecían al revés; Cleopatra, ataviada con las galas solemnes de faraón pero sólo con la corona del Alto Egipto, estaba en su bajel, que flotaba entre un mar de barcazas cuyas cubiertas se encontraban alfombradas de flores. El viaje junto a las ruinas de Tebas hasta la primera catarata y la isla Elefantina, para estar en el primero y más importante nilómetro el mismo día en que las aguas crecidas predecirían la altura final de la inundación.


Cada año, al principio del verano, el Nilo crecía misteriosamente, desbordaba sus márgenes y extendía una capa de barro negro y espeso repleto de nutrientes sobre los campos de aquel extraño reino, una capa de mil cien kilómetros de longitud pero de sólo siete u ocho de anchura, excepto en el valle de Ta-she, en el lago Moris y en el delta. Había tres clases de inundación: el codo de la saturación, el codo de la abundancia y el codo de la muerte. Medidos en nilómetros, había una serie de pozos graduados excavados a un lado del poderoso río. La subida de su nivel tardaba un mes en recorrer la distancia existente entre la primera catarata y el delta, que era por lo que la lectura del nilómetro de Elefantina era tan importante: avisaba al resto del reino de qué clase de inundación experimentaría aquel verano. En otoño el Nilo iba retrocediendo hasta quedar dentro de sus márgenes, lo que dejaba el suelo profundamente regado y enriquecido.


Aquel primer año de su reinado la lectura había sido baja en el codo de abundancia, un buen augurio para un nuevo monarca. Cualquier nivel por encima de treinta y tres pies romanos estaba en el codo de la saturación, lo cual significaba una inundación desastrosa. Cualquier nivel entre diecisiete y treinta y dos pies romanos estaba en el codo de la abundancia, lo cual significaba una inundación buena; el nivel ideal de la inundación eran veintisiete pies romanos. Por debajo de diecisiete pies yacía el codo de la muerte, cuando el Nilo no crecía lo suficiente para desbordar sus márgenes y el resultado inevitable era la hambruna.


Aquel primer año el verdadero Egipto, el Egipto del río, no el delta, pareció revivir bajo el gobierno de su nueva reina, que también era faraón... el dios en la tierra que su padre, el rey Ptolomeo Auletes, nunca había sido. La inmensamente poderosa facción que formaban los sacerdotes, egipcios nativos todos ellos, controlaban gran parte del destino de los gobernantes Ptolomeos de Egipto, descendientes de uno de los mariscales de Alejandro el Grande, el primer Ptolomeo. Sólo cumpliendo los verdaderos criterios religiosos y ganándose la bendición de los sacerdotes podían el rey y la reina ser coronados faraones. Porque los títulos de rey y reina eran macedonios, mientras que el título de faraón pertenecía a la impresionante intemporalidad del propio Egipto. El ankh de faraón era la clave de una sanción más que religiosa, era también la llave de las inmensas bóvedas del tesoro que había debajo del templo de Menfis, pues estaban bajo custodia de los sacerdotes y no guardaban relación con Alejandría, donde el rey y la reina llevaban una vida orientada al estilo macedonio.


Pero la séptima Cleopatra pertenecía a los sacerdotes. Había pasado tres años de su infancia bajo la custodia de éstos en Menfis, hablaba egipcio formal y demótico y había subido al trono como faraón. Era la primera de los Ptolomeos de la dinastía que hablaba egipcio. Ser faraón significaba tener autoridad completa, como una diosa, desde un extremo al otro de Egipto; también significaba que tenía acceso, sí llegaba a necesitarlo alguna vez, a las bóvedas del tesoro. Mientras que en una Alejandría no egipcia ser faraón no podía realzar la posición de Cleopatra. Y la economía de Egipto y Alejandría no dependía del contenido de las bóvedas del tesoro; los ingresos públicos del monarca alcanzaban los seis mil talentos al año, y los ingresos privados otro tanto. En Egipto no había nada que fuera propiedad privada, todo iba a parar al monarca y a los sacerdotes.


Y así los triunfos de los dos primeros años de Cleopatra estuvieron más relacionados con Egipto que con Alejandría, aislada al oeste del Nilo canópico, el brazo más occidental del delta. También estaban relacionados con un enclave místico de gente que habitaba el delta oriental, la tierra de Onias, separada y autosuficiente y que no le debía lealtad a las creencias religiosas de Macedonia ni de Egipto.


 La tierra de Onias era la patria de los judíos que habían huido de la Judea helenizada después de negarse a reconocer a un alto sacerdote cismático, y conservaba aún su ferviente judaísmo. También suministraba a Egipto el grueso de su ejército y controlaba Pelusio, el otro puerto importante que Egipto poseía en las costas del Mare Nostrum. Y Cleopatra, que hablaba hebreo y arameo con fluidez, era muy querida en la tierra de Onias.


El primer peligro, el asesinato de los dos hijos de Bíbulo, había conseguido sortearlo bien. Pero el peligro actual era mucho más serio. Cuando llegó el momento de la segunda inundación de su reinado, ésta cayó en el codo de la muerte. El Nilo no desbordó sus orillas, el agua fangosa no fluyó sobre los campos y los sembrados no pudieron asomar sus hojas de un verde vivo por encima del suelo apergaminado. Porque el sol resplandecía sobre el reino de Egipto todos los días y todos los años; el agua que daba la vida era el don del Nilo, no de los cielos, y el faraón era la personificación deificada del río.


( C. McC.)


No hay comentarios:

Publicar un comentario