viernes, 26 de junio de 2015

MEDIDAS ECONÓMICAS Y TRIBUTARIAS DEL DICTADOR CAYO JULIO CÉSAR PARA REORDENAR EL CAOS ECONÓMICO Y SALIR DE LA RUINA DE ROMA



Cayo Julio César aprovechó para decir que promulgaría una medida paliativa ante la moción de la no condonación de deudas. Comprendía que corrían tiempos difíciles. Los caseros romanos tendrían que aceptar una reducción de dos mil sestercios al año en el alquiler, los caseros del resto de Italia una reducción de seiscientos. Más tarde anunciaría otras medidas paliativas y para las deudas más grandes negociaría un acuerdo que resultara beneficioso para ambas partes. Para eso debían mantenerse pacientes durante un poco más de tiempo, porque se requería tiempo para dictar unas medidas que fueran absolutamente justas e imparciales.


A continuación anunció la nueva política fiscal, que tampoco entraría en vigor inmediatamente, teniendo en cuenta el papeleo que generaba. Es decir, el Estado pediría prestado dinero a particulares y empresas, y a otras ciudades y distritos de toda Italia y del mundo romano. Se les preguntaría a los reyes subordinados si deseaban convertirse en acreedores de Roma. El interés se pagaría al tipo corriente del diez por ciento simple. La res publica, dijo César, no se financiaría con los escasos impuestos que Roma cobraba: los aranceles aduaneros, los derechos de la liberación de los esclavos, los ingresos de las provincias, la parte del Estado en el botín de guerra, y eso era todo. No habría impuesto sobre las rentas, ni impuestos sobre las personas, ni impuestos sobre las propiedades, ni impuestos a la banca... ¿De dónde procedería pues el dinero? La respuesta de César fue que el Estado pediría prestado en lugar de instituir nuevos impuestos. Los ciudadanos más pobres se convertirían en acreedores de Roma. ¿Cuál era la garantía? La propia Roma. La mayor nación sobre la faz de la tierra, rica y poderosa, no susceptible de quiebra.


No obstante, advirtió, los petimetres y las lánguidas señoras que se paseaban en literas de púrpura tirio tachonadas con perlas marinas tenían los días contados, porque sí había un impuesto que se proponía establecer. La púrpura tiria no estaría libre de impuestos, los banquetes desorbitantemente caros no estarían libres de impuestos, el laserpicium que aliviaba los síntomas de los excesos en el comer y beber no estaría libre de impuestos.


Para concluir, dijo amigablemente, no se le escapaba el hecho de que existían muchos bienes raíces cuyos propietarios eran en la actualidad nefas, personas excluidas de Roma y la ciudadanía por delitos contra el Estado. Esos bienes se subastarían justamente y las ganancias resultantes se ingresarían en el erario, que había aumentado un poco gracias a la donación de cinco mil talentos de oro de la reina Cleopatra de Egipto y dos mil talentos de oro del rey Asander de Cimeria.



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