domingo, 1 de diciembre de 2024

¡EL MOTÍN ES ALTA TRAICIÓN! ( EL MOTÍN DE LA NOVENA LEGIÓN DE CAYO JULIO CÉSAR)




-Estoy aquí para aclarar una ignominia -exclamó con aquella voz aguda y de gran alcance que había descubierto que llegaba más lejos que su natural tono grave-. Una de mis legiones se ha amotinado. La estáis viendo aquí en su totalidad, representantes de mis otras legiones. Se trata de la novena.

Nadie comenzó a murmurar a causa de la sorpresa, pues los rumores siempre corrían, aunque los hombres estuvieran acuartelados en campamentos diferentes.



-¡La novena! Que son veteranos de toda la guerra en la Galia Comata, una legión cuyos estandartes gimen a causa del peso de las condecoraciones al valor, cuya águila ha sido coronada de laurel una docena de veces y a cuyos hombres siempre he llamado mis muchachos. Pero la novena legión se ha amotinado. Sus hombres ya no son mis muchachos. Son chusma, agitados y vueltos contra mí por demagogos disfrazados de centuriones. i Centuriones! ¿Cómo llamarían aquellos dos magníficos centuriones, Tito Pullo y Lucio Voreno, a estos hombres mugrientos que los han sustituido al frente de la novena? -César adelantó la mano y señaló algún lugar cercano a él-. ¿Los veis, hombres de la novena? ¡Tito Pullo y Lucio Voreno! Se marcharon para cumplir el honroso deber de entrenar a otros centuriones aquí en Plasencia, pero hoy están presentes aquí para llorar ante el deshonor en que se ha sumido su antigua legión. ¿Veis sus lágrimas? ¡Lloran por vosotros!. Pero yo no puedo hacer lo mismo. Estoy demasiado lleno de desprecio, demasiado consumido por la ira. La novena ha roto mi historial, hasta ahora perfecto. Ya no puedo decir que ninguna de mis legiones se ha amotinado jamás. -No se movió. Las manos permanecían junto a los costados-. Representantes de mis otras legiones, os he reunido para que presenciéis lo que voy a hacer con los hombres de la novena. Ellos me han informado de que no piensan moverse de Plasencia, que desean ser licenciados aquí y ahora, que se les pague y se les liquide, incluida su parte del botín de una guerra de nueve años. Bien, pues tendrán esa licencia que piden... ¡pero no será una licencia con honor! Su parte del botín de esa guerra de nueve años será repartida entre mis legiones leales. ¡No recibirán tierras, y despojaré hasta el último de ellos de su ciudadanía! Yo soy el dictador de Roma. Mi imperium es superior al imperium de los cónsules, superior al de los gobernadores. Pero yo no soy Sila, y no abusaré del poder inherente a la dictadura. Lo que hago hoy aquí no es abusar de ese poder, sino que ésta es la decisión justa y racional de un comandante en jefe cuyos soldados se han amotinado.



»Soy bastante tolerante. ¡No me importa si mis legionarios apestan a perfume y se dan unos a otros por el culo con tal de que luchen como gatos salvajes y permanezcan completamente leales a mí! Pero los hombres de la novena son desleales. Los hombres de la novena me han acusado de engañarles deliberadamente y de privarles de sus derechos. ¡Me han acusado a mí! ¡A Cayo Julio César! ¡A su comandante en jefe durante diez largos años! ¡Mi palabra no es lo bastante buena para la novena! ¡La novena se ha amotinado! -La voz se le hizo más potente y rugió, algo que nunca había hecho en una asamblea de soldados-. ¡NO ESTOY DISPUESTO A TOLERAR EL MOTIN! ¿Me oís? ¡NO ESTOY DISPUESTO A TOLERAR EL MOTÍN! ¡El motín es el peor crimen que los soldados pueden cometer! ¡El motín es alta traición! ¡Y trataré el motín de la novena como alta traición! ¡Despojaré a esos hombres de sus derechos y de su ciudadanía! ¡Y los diezmaré! Aguardó hasta que las voces que le hacían eco se apagaron. Nadie producía sonido alguno excepto Pullo y Voreno, que lloraban. Todos los ojos estaban clavados en César.



-¿Cómo habéis podido? -le gritó luego a la novena-. ¡Oh, no tenéis ni idea de lo profundamente que les he agradecido a todos nuestros dioses que Quinto Cicerón no esté hoy aquí!. Pero ésta no es su legión; estos hombres no pueden ser los mismos que mantuvieron a raya a cincuenta mil nervios durante más de treinta días, los mismos que resultaron todos heridos, que enfermaron todos, que vieron cómo sus alimentos y sus enseres ardían envueltos en llamas... ¡Y SIGUIERON LUCHANDO COMO SOLDADOS! ¡No, éstos no son los mismos hombres! ¡Estos hombres son quejicas, avariciosos, mezquinos e indignos! ¡No llamaré a hombres así mis muchachos! ¡No los necesito! -Adelantó ambas manos-. ¿Cómo habéis podido? ¿Cómo habéis podido creer a los hombres que iban haciendo correr rumores entre vosotros? ¿Qué os he hecho yo para merecer esto? Cuando vosotros teníais hambre, ¿comía yo mejor? Cuando vosotros teníais frío, ¿dormía yo caliente? Cuando teníais miedo, ¿os ridiculicé? Cuando me necesitabais, ¿no estuve siempre allí? Cuando os di mi palabra, ¿alguna vez me eché atrás? ¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho? -Las manos le temblaban, por lo que apretó los puños-. ¿Quiénes son esos hombres que están entre vosotros, esos hombres a quienes creéis antes que a mí? ¿Qué laureles llevan en la frente que yo no haya llevado? ¿Son los campeones de Marte? ¿Son hombres más importantes que yo? ¿Os han servido ellos mejor que yo? ¿Os han enriquecido más de lo que os he enriquecido yo? No, todavía no habéis recibido vuestra parte del botín triunfal... ¡No lo ha recibido ninguna de mis legiones! ¡Pero habéis recibido mucho de mí a pesar de eso! ¡Primas en efectivo que saqué de mi propia bolsa! ¡Yo os doblé la paga! ¿Acaso tenéis pagas atrasadas? ¡No! ¿No os he compensado por la falta de botín que una guerra civil prohíbe? ¿Qué he hecho? -Dejó caer las manos-. La respuesta es, novena, que no he hecho nada para merecer un motín, aunque el motín fuera una prerrogativa aceptada. Pero es que el motín no es una prerrogativa aceptada. ¡EL MOTÍN ES ALTA TRAICIÓN, y lo sería aunque yo fuera el comandante en jefe más tacaño y más cruel de toda la historia de Roma! Me habéis escupido encima. Yo no os dignifico si os escupo a mi vez. ¡Simplemente os digo que sois indignos de ser mis muchachos!


Una voz se hizo oír; era la de Sexto Cloacio, a quien las lágrimas le corrían por la cara.

-¡César, César, no! -exclamó llorando al tiempo que salía de la primera fila y subía al estrado-. Puedo soportar que me licencies. Puedo soportar perder el dinero. Puedo soportar incluso ser diezmado si me toca en suerte. ¡Pero no puedo soportar no ser uno de tus muchachos!




Salieron todos, los diez hombres que habían formado la delegación de la novena, llorando, suplicando perdón, ofreciendo morir sólo porque César los llamase sus muchachos, les siguiera concediendo el respeto de antes. El dolor se extendió, los soldados rasos sollozaban y gemían. Auténtico, de corazón.



¡Son como niños!, pensó César mientras escuchaba, mecido por palabras bellas salidas de bocas sucias, timado como los apuflos reunidos con charlatanes. Eran niños. Valientes, duros, a veces crueles. Pero no hombres en el verdadero sentido de la palabra. Eran niños. Les dejó que se desahogasen.

-Muy bien -les dijo después-. No os licenciaré. No os consideraré a todos culpables de alta traición. Pero hay condiciones. Quiero a los ciento veinte cabecillas de este motín. A todos ellos se les expulsará del ejército y todos perderán la ciudadanía. Y los diezmaré, lo que significa que doce de ellos morirán de la manera tradicional. Que salgan ahora.




Ochenta de ellos formaban la centuria entera de Carfuleno, la primera de la séptima cohorte; entre los otros cuarenta se contaban los centuriones amigos de Carfuleno, y Cloacio y Aponio. Las suertes para escoger a los doce hombres que morirían fueron amañadas, pues Sulpicio Rufo había hecho sus propias averiguaciones para saber quiénes eran los cabecillas. Uno de los cuales, el centurión Marco Pusión, no estaba entre los ciento veinte hombres que la novena había indicado.

-¿Hay aquí algún hombre inocente? -preguntó César.

-¡Sí! -le respondió una voz a gritos desde las profundidades de la novena legión-. Su centurión, Marco Pusión, lo ha nombrado. ¡Pero Pusión es culpable!

-Sal, soldado -le ordenó César. El hombre inocente salió. -Pusión, ocupa su lugar.




A Carfuleno, Pusión, Apicio y Escapcio les tocó en suerte morir; los otros ocho condenados eran todos soldados rasos, pero estaban muy implicados. La sentencia se cumplió de inmediato. En cada grupo de diez hombres acusados, a los nueve a quienes les tocó en suerte vivir se les dieron porras y se les ordenó que aporrearan a aquel de su grupo que había sido condenado a muerte hasta que quedase convertido en pulpa irreconocible.

-Bien -dijo César cuando todo acabó. Pero en realidad no estaba bien: nunca más podría volver a decir que sus tropas nunca se habían amotinado-. Rufo, ¿me has preparado una listarevisada de la jerarquía de los centuriones?

-Sí, César.

-Pues reestructura tu legión de acuerdo con ella. Hoy he perdido a más de veinte centuriones de la novena.

-Pues me alegro de que no hayamos tenido que perder a la novena entera -le dijo Cayo Fabio dejando escapar un suspiro-. ¡Qué asunto tan espantoso!




-Todo por un hombre auténticamente malo -apuntó Trebonio con la cara más triste de lo habitual-. De no haber sido por Carfuleno, dudo que esto hubiera ocurrido.

-Quizá, pero el hecho es que ha ocurrido -sentenció César con voz dura-. Nunca perdonaré a la novena.

-César, no todos ellos son malos -le aseguró Fabio, un poco perturbado.

-No, son simplemente niños. Pero ¿por qué la gente espera que a los niños se les perdone? No son animales, son miembros de la gens humana. Por ello deberían ser capaces de pensar por sí mismos. Nunca perdonaré a la novena legión. Y los hombres que la forman lo descubrirán cuando esta guerra civil acabe y yo los licencie. No recibirán tierras en Italia ni en la Galia Cisalpina. Pueden irse a una colonia cerca de Narbona.

Hizo un gesto de despedida con la cabeza.

Fabio y Trebonio se dirigieron juntos a sus tiendas, muy callados al principio.




Por fin Fabio habló:

-Trebonio, ¿son imaginaciones mías o puede ser que César esté cambiando?

¿Quieres decir endureciéndose?

-No estoy seguro de que ésa sea la palabra más adecuada. Quizá... sí, más consciente de que es especial. ¿Crees que eso tiene sentido?

-Desde luego.

-¿Por qué?

-Oh, pues por la marcha de los acontecimientos -le explicó Trebonio-. A un hombre inferior a él lo habrían destrozado. Lo que ha hecho que César se haya mantenido de una pieza es que nunca ha dudado de sí mismo. Pero el motín de la novena ha roto algo dentro de él. Nunca había ni soñado siquiera que sucediera. No creía que nunca, nunca pudiera sucederle a él. En muchos aspectos, creo que esto ha sido para César más traumático que cruzar el Rubicón, ese río insignificante.

-Sigue creyendo en sí mismo.

-Seguirá haciéndolo incluso cuando se esté muriendo -le aseguró Cayo Trebonio-. Pero el día de hoy ha empañado la idea que tenía de sí mismo. César quiere la perfección. Nada debe empequeñecerlo.

-Cada vez pregunta con más frecuencia por qué nadie quiere creer que él es capaz de gana resta guerra -comentó Fabio frunciendo el ceño.

-Porque cada vez está más enojado ante la necedad de la gente. ¡Imagínate, Fabio, cómo debe ser el saber que no hay nadie igual que tú, que esté a tu altura! Pues César lo sabe. ¡Él puede hacer cualquier cosa! Lo ha demostrado demasiadas veces para enumerarlas. Lo que en realidad quiere es que se le reconozca como lo que es. Pero eso no sucede. Lo que recibe es oposición, no reconocimiento. Ésta es una guerra para demostrarle a la gente lo que tú y yo, y por supuesto César, ya sabemos. Ha cumplido los cincuenta y todavía está batallando por lo que considera que se le debe. No es de extrañar, creo yo, que se le esté endureciendo la piel.

( ESCRITO POR COLLEEN MCCULLOUGH, EN SU OBRA “CÉSAR”)







250 MUJERES DE LA ANTIGUA ROMA, por PILAR PAVÓN

  

250 MUJERES DE LA ANTIGUA ROMA, por PILAR PAVÓN



Pilar Pavón es una historiadora y académica española especializada en la historia antigua de Roma. Actualmente es profesora en la Universidad de Sevilla y directora científica de la exposición virtual "250 mujeres de la antigua Roma". Su trabajo se centra en el estudio de las mujeres en la sociedad romana, con un enfoque particular en la visibilidad y marginación de las mujeres en el Imperio Romano.

El libro "250 mujeres de la antigua Roma", editado por Pilar Pavón, es una obra colectiva que ofrece un recorrido por la historia de Roma a través de las biografías de 250 mujeres, tanto reales como legendarias, que dejaron una huella significativa en la sociedad romana. La obra abarca un extenso período histórico, desde los orígenes de Roma hasta el reinado del emperador Justiniano en el siglo VI d.C.

El libro se estructura en cuatro partes principales, correspondientes a los períodos fundamentales de la historia antigua de Roma:

Desde los orígenes hasta el final de la Monarquía (ca. siglos VIII-VI a.C.)

La República romana (509 a.C. - 27 a.C.)

El Imperio romano (27 a.C. - 284 d.C.)

Antigüedad tardía (284 d.C. - 565 d.C.)

Cada sección contiene una serie de fichas biográficas elaboradas por especialistas en el campo. Estas fichas incluyen:

Un breve texto biográfico sobre la mujer en cuestión

Una imagen representativa

Un mapa mudo con la ubicación aproximada donde vivió la protagonista

Una lista concisa de fuentes y bibliografía

La obra no se limita a presentar las vidas de mujeres famosas o de la élite romana, sino que busca ofrecer una visión amplia y diversa de la experiencia femenina en la antigua Roma. Incluye perfiles de mujeres de diferentes clases sociales, orígenes étnicos y roles en la sociedad, desde emperatrices y matronas hasta esclavas y figuras mitológicas.

"250 mujeres de la antigua Roma" es el resultado de un proyecto de investigación titulado "Marginación y visibilidad de la mujer en el Imperio romano: Estudios de contrastes en los ámbitos políticos, jurídicos y religiosos", financiado por instituciones españolas y europeas. El libro no solo sirve como una valiosa herramienta académica, sino que también está diseñado para ser accesible al público general interesado en la historia romana y los estudios de género.

La obra destaca por su enfoque innovador al utilizar las biografías femeninas como lente para examinar la sociedad romana en su conjunto. A través de estas 250 historias, los lectores pueden obtener una comprensión más profunda de las estructuras sociales, políticas y culturales de Roma, así como de los roles cambiantes de las mujeres a lo largo de los siglos.

Además de su valor histórico, el libro también sirve como un recurso para reflexionar sobre cuestiones de género, poder y representación en la antigüedad, ofreciendo paralelos y contrastes con las sociedades contemporáneas. La inclusión de figuras tanto históricas como legendarias permite una exploración de cómo la mitología y la historia se entrelazaban en la construcción de la identidad romana.

En resumen, "250 mujeres de la antigua Roma" es una obra exhaustiva y multifacética que no solo arroja luz sobre las vidas de mujeres individuales, sino que también proporciona una nueva perspectiva sobre la civilización romana en su conjunto, contribuyendo significativamente al campo de los estudios de género en la historia antigua.




domingo, 24 de noviembre de 2024

CÉSAR DICE SOBRE LA GUERRA



Tanto la cabeza como el cuerpo tiene colmarse con esa serenidad, avidez y fuerza sin límites para ganar la guerra, porque el enemigo tampoco descansa nunca en su propio propósito de ganarla. Cuando se está en guerra no hay tiempo para el descanso ni para el descuido, y si para la velocidad, la eficacia y adelantarse a todos los acontecimientos.
















miércoles, 10 de abril de 2024

CÉSAR, LA BIOGRAFÍA DEFINITIVA, por ADRIAN GOLDSWORTHY

 


CÉSAR, LA BIOGRAFÍA DEFINITIVA, por ADRIAN GOLDSWORTHY



Adrian Goldsworthy es un historiador británico especializado en historia militar romana. Se doctoró en Historia en la Universidad de Oxford y ha impartido clases en diversos centros docentes. Su formación se centra principalmente en la Historia Militar y la aristocracia romana, lo que le proporciona una sólida base para abordar la figura de Julio César.

"César, la biografía definitiva" es una obra magistral que ofrece un retrato completo y vívido de Julio César, uno de los personajes más influyentes de la historia. Goldsworthy presenta una narrativa fluida y bien estructurada que abarca los 56 años de vida de César, explorando tanto su faceta política como militar.

El libro comienza situando a César en el contexto de la República romana tardía, un período de crisis y transformación. Goldsworthy describe con detalle el funcionamiento del Senado romano, la estructura de la clase dirigente y el sistema militar que llevó a Roma a dominar el mundo conocido.

A lo largo de la obra, el autor traza la trayectoria de César desde sus orígenes aristocráticos hasta su ascenso al poder supremo. Se exploran sus primeros pasos en la política romana, sus alianzas estratégicas y su habilidad para manipular el sistema en su beneficio. Goldsworthy presta especial atención a la formación del Primer Triunvirato con Pompeyo y Craso, un evento crucial en la carrera política de César.

La conquista de la Galia ocupa un lugar central en la narración, donde Goldsworthy despliega su experiencia en historia militar para analizar las tácticas y estrategias empleadas por César. El autor no solo se centra en los aspectos bélicos, sino que también examina cómo César utilizó estas campañas para aumentar su prestigio y poder en Roma.

La guerra civil contra Pompeyo es otro punto focal del libro. Goldsworthy detalla las causas del conflicto, las maniobras políticas y militares de ambos bandos, y cómo César emergió victorioso, consolidando su posición como dictador de Roma.

El autor no elude los aspectos controvertidos de la vida de César, como sus relaciones personales, incluyendo su famoso romance con Cleopatra, y las acusaciones de ambición desmedida que llevaron a su asesinato. Goldsworthy ofrece un análisis equilibrado de las motivaciones de César y de quienes lo rodeaban, evitando caer en la hagiografía o la demonización.

La obra concluye con una evaluación del legado de César y su impacto duradero en la historia romana y mundial. Goldsworthy argumenta que las acciones de César prepararon el terreno para la transformación de la República en el Imperio Romano, aunque este no fuera necesariamente su objetivo final.

A lo largo del libro, Goldsworthy entreteje hábilmente el relato biográfico con el análisis histórico, ofreciendo una visión completa no solo de César, sino también de la sociedad romana de la época. El autor evita entrar en discusiones académicas excesivamente técnicas, lo que hace que la obra sea accesible para un público amplio sin sacrificar el rigor histórico.En resumen, "César, la biografía definitiva" es una obra exhaustiva y bien documentada que ofrece una visión integral de uno de los personajes más fascinantes de la historia. Goldsworthy logra presentar a César como un hombre de su tiempo, con sus virtudes y defectos, cuyas decisiones y acciones tuvieron un impacto profundo y duradero en el curso de la historia occidental.


PROMETEO ENCADENADO


 

Prometeo robó el fuego y se lo entregó a los hombres. Pero cuando Zeus se enteró, ordenó a Hefesto que clavara el cuerpo de Prometeo al monte Cáucaso. Allí pasó muchos años encadenado. Todos los días un águila caía sobre él y le devoraba los lóbulos del hígado, que volvían a crecerle durante la noche.

( Apolodoro en "Biblioteca mitológica" , siglo II a. C. )


PLATÓN Y EL ORFISMO, por ALBERTO BERNABÉ

 


PLATÓN Y EL ORFISMO, por ALBERTO BERNABÉ




"Platón y el Orfismo" es una obra escrita por Alberto Bernabé, un destacado experto en el mundo de la mitología y la filosofía de la antigua Grecia. Publicado en 2006, este libro ofrece una profunda exploración de la relación entre la filosofía de Platón y la religión órfica, dos aspectos fundamentales de la cultura griega antigua que influyeron significativamente en su pensamiento y cosmología.

El órfismo era un movimiento religioso y místico que se originó en la antigua Grecia, basado en las enseñanzas atribuidas al legendario poeta y profeta Orfeo. Los órficos creían en la purificación del alma y la idea de la reencarnación. También sostenían que había un mundo de realidad superior al que podían acceder a través del conocimiento y la ascensión espiritual. Estas creencias se entrelazaron con la filosofía griega y, en particular, con las obras de Platón.

El libro de Alberto Bernabé explora cómo Platón incorporó elementos del órfismo en su filosofía y cómo estas influencias se reflejan en sus diálogos y teorías filosóficas. Bernabé examina las similitudes y las diferencias entre las ideas órficas y platónicas, destacando cómo Platón adoptó ciertas creencias órficas, como la inmortalidad del alma y la importancia de la purificación espiritual, en su propio sistema filosófico.

Uno de los aspectos más destacados del libro es su análisis detallado de los diálogos de Platón en los que se pueden rastrear influencias órficas. Bernabé se sumerge en obras como el "Fedón", el "Timeo" y el "Mito de Er" en la "República" para mostrar cómo Platón integra conceptos órficos en sus discusiones sobre el alma, el cosmos y la moralidad.

El autor también examina el contexto cultural y religioso de la antigua Grecia en el que se desarrollaron estas ideas. Esto incluye una discusión sobre los misterios órficos, rituales de purificación y la influencia de las creencias religiosas en la vida cotidiana de los griegos.

Además, el libro de Bernabé también analiza cómo estas influencias órficas en la filosofía de Platón han tenido un impacto en el pensamiento posterior, incluyendo la influencia en la filosofía neoplatónica y en las corrientes místicas de la Antigüedad tardía y la Edad Media.

En resumen, "Platón y el Orfismo" de Alberto Bernabé es una obra erudita que arroja luz sobre la relación entre la filosofía platónica y el movimiento religioso órfico en la antigua Grecia. A través de una investigación profunda y un análisis meticuloso de los textos filosóficos, Bernabé demuestra cómo estas dos tradiciones se entrelazaron y cómo influyeron en el pensamiento y la cosmología de Platón. Este libro es una valiosa contribución al estudio de la filosofía antigua y a la comprensión de las complejas interacciones entre la religión y la filosofía en la Grecia clásica.

miércoles, 27 de septiembre de 2023

HISTORIAS, por POLIBIO










HISTORIAS, escrito por Polibio, es una obra histórica que nos transporta a la apasionante y tumultuosa época de la antigua Grecia y Roma. Este libro nos sumerge en un vasto relato que abarca desde los orígenes de Roma hasta la conquista de Grecia por parte de los romanos.

Polibio, un destacado historiador y político griego del siglo II a.C., nos ofrece un relato detallado y exhaustivo de los acontecimientos históricos más relevantes de su tiempo. Su enfoque objetivo y analítico nos permite comprender la complejidad de los eventos y las dinámicas políticas y militares que dieron forma al mundo antiguo.

En HISTORIAS, Polibio nos presenta una narración cronológica de los eventos más destacados de la antigua Grecia y Roma, desde la fundación de Roma por Rómulo y Remo hasta la expansión del Imperio Romano por todo el Mediterráneo. A través de sus relatos, podemos explorar las guerras, las alianzas, las traiciones y los grandes líderes que marcaron la historia de esta era fascinante.

Además de narrar los eventos históricos, Polibio también nos ofrece una visión profunda de las instituciones políticas y militares de la antigua Grecia y Roma. Nos sumerge en las complejidades del sistema de gobierno republicano romano, así como en las estrategias militares utilizadas por los líderes de la época. Sus descripciones detalladas y su análisis nos permiten comprender mejor cómo funcionaba la sociedad en aquellos tiempos.

Una de las principales contribuciones de HISTORIAS es la teoría política desarrollada por Polibio conocida como "teoría del ciclo político". Según esta teoría, las sociedades pasan por una secuencia cíclica de formas de gobierno, desde la monarquía hasta la tiranía y finalmente la democracia, para luego volver al punto de partida. Polibio explora esta idea a lo largo de su obra, analizando cómo los factores sociales y políticos influyen en la evolución de las sociedades.

En resumen, HISTORIAS, escrito por Polibio, es una obra histórica que nos sumerge en el fascinante mundo de la antigua Grecia y Roma. A través de una narrativa detallada y analítica, Polibio nos presenta los eventos más relevantes de la época, desde la fundación de Roma hasta la expansión del Imperio Romano. Además, nos ofrece una visión profunda de las instituciones políticas y militares de la época, así como una teoría política innovadora. Esta obra es esencial para aquellos interesados en comprender la historia y la política de la antigua Grecia y Roma.







martes, 27 de junio de 2023

CÉSAR EXPLICA EL MOTIN QUE TUVO EN SU EJÉRCITO

Siento peculiar horror por el amotinamiento de un ejército, así como siento horror por la traición de un amigo. Quizá los dos acontecimientos de la historia de mi época que más me conmovieron (en un sentido moral y en un sentido estético) sean el amotinamiento del victorioso ejército de Lúculo en el Oriente y el asesinato de Sertorio perpetrado por aquellos que, según se suponía, eran sus amigos. Hay algo trágico en tales hechos, pues tanto Lúpulo como Sertorio eran grandes soldados, que habían conquistado triunfos, y ambos, en momentos críticos, fueron abandonados y traicionados por débiles e innobles subordinados en quienes ellos confiaban. En cuanto a mí, supongo que siempre existe la posibilidad de que me asesinen, pero no creo que alguna vez sea incapaz de sofocar cualquier motín que se produzca entre mis tropas. Las conozco demasiado bien, y en el fondo también ellas me conocen.


Ello no obstante, el estallido de desórdenes en el seno de las legiones de Piacenza me inquietó mucho en aquella época. Comprobé que el desorden estaba concentrado en la novena legión, donde un pequeño grupo de agitadores había conseguido influir en la mayor parte de sus camaradas, incluso en unos pocos centuriones. Las perturbaciones emocionales se difunden rápidamente en un ejército, y cuando llegué a Piacenza también otras legiones estaban comprometidas en lo que equivalía a una rebelión. En cierto sentido, el aparente éxito de los agitadores me hizo más fácil tratar aquella cuestión, puesto que se habían organizado, hasta el punto en que pueden organizarse los amotinados, y habían elegido una comisión de doce hombres que pretendían representar al resto. La codicia y la piedad de si mismos eran los sentimientos que les habían sugerido sus supuestos motivos de queja.

 En virtud de varios tortuosos argumentos estaban convencidos de que merecían recompensas mayores de las que habían recibido. Y se quejaban a gritos (quejas que nunca se oyen, sino cuando los soldados están ociosos) sobre su estado de salud, los duros trabajos que habían sufrido en el pasado y la presión que constantemente yo ejercía sobre ellos para que acometieran aún más campañas y emprendieran más duros trabajos. Uno de sus oradores favoritos era aficionado a frases como ésta: «Hasta el metal de las espadas y escudos termina por gastarse. Sin embargo, este general nuestro continúa usándonos sin descanso para sus fines, aunque no estamos hechos de metal, sino de carne y hueso». Consideré esta oratoria bastante efectiva, aunque, por supuesto, en extremo deshonesta, y me enfureció el hecho de descubrir que se pretendía hacer creer a mis soldados que yo estaba prolongando la guerra deliberadamente, cuando desde el comienzo todas mis acciones indicaban mi deseo de la paz.


Evidentemente, era preciso que me presentara en persona ante la turba en desorden, que poco antes había sido un cuerpo de hombres disciplinados. Me llegué a ellos rodeado por un cuerpo de guardias inusitadamente grande y poderoso; eran hombres escogidos, a quienes todo el ejército conocía por sus hazañas. Y no era que yo temiera correr la suerte que hace ya mucho corrió mi suegro Cinna, quien por no haber tomado convenientes precauciones había sido asesinado por sus propias tropas amotinadas. Yo deseaba tan sólo mostrar a mis hombres que eran indignos de mi confianza y en seguida pude ver que mi actitud era eficaz. Aquellos soldados se desconcertaron al verme tan inesperadamente alejado de ellos. Sin duda sus supuestos cabecillas los habían persuadido de que todo cuanto tenían que hacer era amenazarme con que se unirían a Pompeyo y que entonces yo cedería a todas las demandas que quisieran exigirme. Ahora comenzaban a recordar lo que sabían perfectamente bien; es decir, que yo no soy hombre que se deje intimidar y que prefería morir antes que aceptar órdenes de mis propias tropas. Cuando comencé a hablar, se levantaron unos pocos gritos coléricos desde los bordes de la multitud de hombres, pero después de mis primeras frases, todos me escucharon en completo silencio.


Comencé por recordarles con serenidad lo que ellos y yo habíamos hecho juntos en las Galias y mencioné un hecho que, según dije, en mi opinión era obvio: que yo amaba a mis soldados y deseaba que ellos me amaran; pero como ellos sabían, no era yo uno de esos generales que tratan de ganar popularidad participando de los defectos de los soldados o bien perdonando sus faltas. Luego les señalé la circunstancia de que en todas sus campañas no sólo habían conquistado gran renombre, sino que habían sido las tropas mejor y más regularmente pagadas de toda la historia romana. Sabían cómo yo personalmente me había ocupado de todos los problemas referentes a los abastecimientos y a la comodidad de los soldados; sabían cómo los había recompensado después de cada acción triunfante. Sin duda recordarían los grandes esfuerzos que les había exigido, pero, ¿recordaban también el júbilo y la exaltación que habían mostrado en medio de la fatiga?. ¿Recordaban las victorias que nos habían hecho famosos en todo el mundo?.


Dije que me era difícil reconocer ahora en ellos a aquellos hombres a quienes había conocido y en quienes había confiado. Los encontraba en su propio país dedicados al saqueo de los bienes de sus compatriotas y comportándose verdaderamente peor que aquellos celtas y belgas a quienes habíamos derrotado. De esta manera se habían y me habían deshonrado. Les señalé que no me era posible creer que todos ellos estuvieran igualmente comprometidos en los cobardes e irresponsables actos que se estaban cometiendo. Prefería pensar que la mayor parte de ellos había sido inducido a cometer aquellas fechorías por un puñado de personajes ambiciosos y enfadados, a quienes probablemente pagaba el enemigo y que nunca habían sido buenos soldados ni buenos hombres. Pero, así y todo, la actitud general era mala. Aquellos pocos bribones habían sin duda conseguido corromper a la masa de hombres. Los habían persuadido a obrar contra el honor y contra la naturaleza; porque en efecto, existe una ley de la naturaleza según la cual algunos deben mandar, y otros, obedecer. Si se viola esa ley, toda la organización de los seres humanos, con el conjunto de sus instituciones, cae en el caos y la confusión.


En cuanto a mí, ellos sabían muy bien si estaba capacitado o no para mandar. Yo descendía de los fundadores originales de Roma; es más, de los propios dioses inmortales. Y el Estado me había confiado los poderes de pretor, de cónsul y de procónsul, para gobernar provincias. ¿De qué me valía mi linaje, o los poderes con que me había investido el pueblo romano, si ahora iba a recibir órdenes de unas pocas personas despreciables de mi propio ejército?.  ¿Se imaginaban esos miserables agitadores que podrían amedrentarme?. ¿De qué manera?. ¿Creerían que yo temía la muerte?. Pero aun suponiendo que todo el ejército hubiera decidido salirse de mi mando, yo prefería morir antes que renunciar a mis derechos y deberes de combate. ¿Creían que podían influir en mi con la amenaza de desertar y de unirse a Pompeyo?. 

Si ésta era la idea de lealtad que ellos tenían, y si ésta era realmente su disposición, que Pompeyo les diera la bienvenida. Por mi parte, prefería tener a tales soldados contra mí que en mi ejército. Pero no fueran a imaginarse que iba a facilitarles el libre traslado a Grecia o permitirles que marcharan por Italia saqueando su propio país. Ellos podrían pensar sólo en sí mismos, pero yo tenía que pensar en los intereses de la república y en los míos propios. No deseaba tener en mi ejército hombres dispuestos a amotinarse, pero tampoco iba a tolerar ladrones y bandidos en Italia, así como no los había tolerado en las Galias.


Al terminar este discurso, la mayor parte de los centuriones y oficiales se adelantaron, cayeron a mis pies y me imploraron que perdonara a los hombres que tenían bajo su mando. Pude ver que verdaderamente representaban el sentimiento del ejército. Así y todo, me pareció que era necesario tomar alguna medida disciplinaria. Sobre la base de la información que había recibido, había mandado componer una lista de ciento veinte nombres que incluía el de todos los cabecillas y casi todos sus más ardientes seguidores. Hice leer en voz alta la lista, y por la reacción de los hombres noté que mi información en general era correcta. Seguidamente se hizo un sorteo para elegir doce nombres del total de la relación, pero dispuse las cosas de modo tal que los doce fueran aquellos que, según mis informaciones, eran los verdaderos jefes del amotinamiento. Una vez más, cuando se leyeron estos nombres en voz alta, el ejército pareció manifestar una especie de satisfacción y respeto por lo que se suponía era el acierto del azar. Sin embargo, uno de los hombres protestó violentamente, y vi que el resto consideraba con simpatía sus protestas. Hice investigar el caso de aquel hombre y comprobé que era un buen soldado, que se hallaba ausente con licencia cuando comenzó el motín y que no estaba complicado de ninguna manera en el levantamiento. Había sido denunciado por un centurión con el que tenía una cuestión personal. Me pareció justo que ese centurión ocupara en la lista de condenados el lugar de aquel hombre a quien había acusado falsamente. Y así se hizo. Los doce hombres fueron ejecutados, y la disciplina quedó enteramente restablecida. Ahora tenía la libertad de ir a Roma y tenía la seguridad de que en mi ejército no se producirían más disturbios.