La
mayoría de los senadores son borregos. Todos se dan cuenta de esa realidad,
pero es que a algunos les impide ver otra realidad: el hecho de que entre los
borregos hay lobos. Ni el mismo Cetego se da cuenta. Pero a Metelo Caprario el
joven le conviene perfectamente el epíteto de gran lobo, y Catulo tiene
colmillos para destrozar, no molares para rumiar. Igual que Hortensio, que tal
vez no consiga ser cónsul esta vez, pero que cuenta con una influencia formidable
y es un consumado jurista. Luego está mi joven y listísimo tío Lucio Cotta. ¡
Incluso a mí se me podría considerar un lobo senatorial! Todos esos que he
dicho, e incluso todos juntos, son capaces de acusaros a ti y
a Marco Craso de traición.
Y
tendréis que ir a juicio ante un tribunal con un jurado compuesto exclusivamente
por senadores, senadores a los que habéis dejado con dos palmos de narices.
Marco Craso quizá se librara, pero tú no, Cneo Pompeyo. Estoy seguro de que
tienes muchos partidarios en el Senado, pero no podrías conservarlos después de
esgrimir la amenaza de la guerra civil para forzarlos a tus deseos. Podrías mantener
tu facción mientras fueses cónsul y procónsul, pero no cuando volvieses a ser
privatus. A menos que conservases tu ejército movilizado para el resto de tu
vida, y eso, como el Erario no lo pagaría, sería imposible aun para un hombre
con tus recursos.
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