Nada
nos detendrá ahora, oh poderoso Mitrídates, pues Atenas marcará el camino a Grecia.
Inicié mi campaña hablando de la antigua hegemonía y riqueza de Atenas, porque
en mi opinión la gente mayor piensa en la gloria del pasado con profunda
nostalgia, y, por ello, es fácil seducirla con la promesa de un regreso a esos
días gloriosos. Hablé en el ágora seis meses seguidos, venciendo poco a poco a
la oposición y ganando prosélitos. Incluso convencí a mi público de que Cartago
se había aliado con vos contra Roma, ¡y me creyeron! ¡Qué lejanos los tiempos
en que los atenienses eran el pueblo más culto del mundo! Nadie sabía que
Cartago fue totalmente arrasado por Roma hace casi cincuenta años. Increíble.
Escribo
porque tengo el placer de comunicaros que acabo de ser elegido capitán militar de
Atenas; escribo a mediados de Poseidón. Y me han concedido autoridad para
elegir a mis colegas. Naturalmente, he elegido a hombres que creen firmemente
que la salvación de nuestro mundo griego está en vuestras manos, gran rey, y
que ansían ver el día en que aplastéis a Roma con vuestra bota leonina.
Atenas
es totalmente mía, incluido el Pireo. Lamentablemente, los elementos romanos y mis
enemigos jurados huyeron antes de que pudiera echarles la mano encima, pero los
que han sido tan necios de quedarse -casi todos atenienses ricos que no
acababan de creerse que pudieran correr peligro- ya han perecido. He confiscado
todas las propiedades de los desterrados y los muertos y he reunido un fondo
para nuestra guerra contra Roma.
Lo
que he prometido a mis electores lo cumpliré, tengo que cumplirlo, pero no entorpecerá
vuestra campaña, oh gran rey. Les he prometido liberar la isla de Delos de los romanos.
Es un emporio muy rentable, cuyas rentas mantuvieron la prosperidad ateniense
en épocas de máxima hegemonía. A principios de Gamelio, mi amigo Apelicon
(magnífico almirante y diestro general) organizará una expedición contra Delos.
Es una manzana podrida y no opondrá resistencia.
Y eso
es todo de momento, mi señor y dueño. La ciudad de Atenas es vuestra y el puerto
del Pireo está abierto a vuestras naves siempre que lo necesitéis.
( C.
McC. )
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