domingo, 24 de junio de 2018

TRABAJO Y ESCLAVITUD EN LA ANTIGUA ROMA



En todas las épocas y en todas las tierras del mundo antiguo constituyó la agricultura la fuente principal de la economía y la ocupación fundamental de la población. Calculados a escala moderna el comercio y la industria estaban poco desarrollados. Esto obedecía a múltiples razones. Escaseaba el combustible y la tecnología estaba en mantillas. Ni las instituciones legales ni las sociales favorecían la acumulación del capital liquido. Y, sobre todo, el transporte resultaba lento y costoso. Bajo las tarifas de Diocleciano que fijaban el precio máximo, el coste de transportar una fanega de trigo a una distancia de 50 millas por tierra habría consumido los dos quintos del precio permitido en la venta al por menor. Por vía acuática o marítima era menos gravoso el transporte. Pero las embarcaciones eran pequeñas, la velocidad mínima, las facilidades de navegación muy escasas, aparte de que normalmente se suspendían las travesías durante el invierno. Italia, en particular, tenia pocos puertos en buenas condiciones y pocos ríos navegables.

 

Como la mayoría de la gente vivía a nivel de pura subsistencia, no había demanda efectiva de muchísimos géneros que habían de hacer un largo recorrido. Había ciertas materias primas indispensables que no había mas remedio que importar a cualquier precio, como el hierro; pero los bienes de consumo no hubieran podido encontrar un mercado a escala mundial, como el que alcanzo el algodón de Lancashire en el siglo XIX. Basta este detalle para explicar la falta de grandes factorías. La industria atendía a cubrir las necesidades locales o se dedicaba a la producción de artículos de alta calidad que pudieran compensar el coste del transporte.

 

El comercio se concentraba especialmente en artículos de lujo o semilujo. He de notar una excepción extraordinaria: la gran población de Roma, y, posteriormente, la de Constantinopla, se nutria con el trigo importado de ultramar, sobre todo de África y Egipto. Pero, en su mayor parte, lo pagaba el erario imperial, que a su vez se alimentaba de las rentas de provincias. Otras ciudades que carecían de análogos recursos no podían contar con alimentos importados. En general, cada comunidad, y de hecho cada propiedad suficientemente extensa, aspiraba a un régimen de autosuficiencia, cuyo resultado era que la mala cosecha o la carestía local provocaba el espectro del hambre.

 

Ni aun comparada con baremos antiguos tuvo importancia la industria en Italia y ni siquiera el comercio, a excepción de un breve periodo. La misma Roma no llego a ser nunca un centro manufacturero; solo se distinguieron por sus fabricas de armas y de ciertos productos de calidad algunas ciudades de Campania, Etruria y Norte de Italia. Así, sabemos que en tiempo de Augusto la porcelana de Arretium, en Etruria, fue la mas apreciada en el mundo mediterráneo.  Los romanos pero pronto la imitaron en los demás países y así perdió su mercado imperial. En el siglo i a. de C. predominaron en el Este los hombres de negocios italianos. Como resultado de las grandes conquistas realizadas por Roma, afluyo a Italia un capital enorme, con lo que los italianos se convirtieron en los financieros de las ciudades griegas. También traficaban en grano, que los arrendadores de impuestos italianos recaudaban en especie. Pero estas ventajas fueron temporales y fueron mermando a medida que Roma dejo de explotar a sus súbditos de una manera tan implacable. La misma Italia tenia poco que exportar, fuera de vino y aceite. Su sobrante en madera había desaparecido con la despoblación forestal; prácticamente tampoco poseía riqueza mineral. Lo único que alababan sin reserva los escritores antiguos era la fertilidad de su suelo.
 
Se ve, pues, que los romanos y demás italianos fueron primordialmente agrícolas. Ellos mismos estaban convencidos de que debían su Imperio a las reservas predominantemente campesinas de su pueblo. Gustaban de contar como, en los tiempos primitivos de la República, Cincinato dejó el arado para ponerse al frente del ejército. Como escribió Catón en el siglo II a. de C.:  "los hombres mas valientes y los soldados mas aguerridos salieron de nuestras granjas agrícolas; su profesión se ha hecho merecedora de la mas alta estima; su subsistencia esta aseguradísima:.., los que siguen este oficio se sienten menos inclinados a quejarse". Es un detalle característicamente romano el que Virgilio consagrase su gran poema las Georgicas a describir las duras labores del campo, sus tareas casi incesantes y las fiestas rusticas de la vida campesina:

Abre el surco el labrador con la reja del arado:
faena primordial, germen del año,
semilla de cosechas, sostén dé la familia,
del nieto pequeñín y de los fuertes bueyes,
los buenos compañeros de penas y fatigas.:.
Así vivían antaño los prístinos sabinos,
así Remo y su hermano;
así creció robusta nuestra Etruria,
así Roma la ilustre, la rana de las bellas,
se alzó en dueña del mundo,
ceñido el cinturón de sus murallas
al talle de sus siete colinas...

(Georgicas, II, 513-535.)



El campesino de los antiguos tiempos tenia justamente la tierra suficiente para formar y sostener una familia. Él no producía para el mercado, fuera de lo indispensable para comprar herramientas y algunas otras cosas que no podía hacer por si mismo. Las mujeres hilaban y tejían. Aún en tiempos mas recientes se consideraba un merito en las grandes matronas el que supieran confeccionar lana, y el emperador Antonino Pío se sentía orgulloso de usar ropa hilada en casa.

 

Por supuesto que había también artesanos profesionales. Se dice que Numa, el segundo de los reyes de Roma, organizó gremios de flautistas; plateros y aurifices, carpinteros, tintoreros, zapateros, curtidores, broncistas y alfareros. De las 193 centurias en que se dividía el pueblo romano en pie de guerra  Comitia Centuriata— dos estaban formadas por fabricantes de armas, y parece que gozaban de cierta posición de privilegio. En la época primitiva, estos oficios los desempeñaban en Roma ciudadanos en su mayor parte libres, y podemos suponer que, verosímilmente, lo mismo ocurría en otras ciudades.

 

Pero la mayor parte de los romanos y demás italianos hubieron de vivir del cultivo de la tierra. Nunca gozaron de una vida fácil. Si el año venia malo se veían obligados a pedir prestado, y si no podían pagar sus deudas, sus acreedores podían reducirlos a una especie de esclavitud. Las conquistas romanas en Italia hicieron probablemente mas por mejorar la situación del pequeño campesino que toda la legislación proteccionista. Roma confisco parte del territorio de las ciudades italianas que sometía y lo dedico a instalar a sus propios ciudadanos, una política con que aumento de pronto su población y su fuerza militar a la vez que proporcionaba tierras a los pobres. Pero desde el comienzo del siglo II en adelante, las guerras de ultramar contribuyeron a arruinar el campo. Mientras el labrador cumplía su servicio militar en España, acaso durante seis años seguidos, su granja quedaba prácticamente en barbecho. Hubo otros factores que contribuyeron a concentrar la propiedad de tierras de labor en las manos de unos pocos ricos que procuraban hacer buen acopio de ellas porque veían que era la inversión mas segura y mas honrosa, y no teñían escrúpulo en echarles mano, si hacia falta, con la violencia o con el fraude. Los pastos, que requerían relativamente poco trabajo, constituían de ordinario el medio mas lucrativo de explotar sus tierras. Por regla general preferían los esclavos a los jornaleros libres.

 

Así fue reduciéndose gradualmente la clase media campesina. Muchos labradores al verse desplazados buscaron refugio en la ciudad de Roma. No hay que exagerar la extensión ni la rapidez de este proceso. Según el cálculo más bajo, y probablemente correcto, la población libre de Italia en tiempo de Augusto no debió exceder los cinco millones; de ellos, posiblemente vivían en Roma cerca del millón. En el año 37 a. de C. hablaba Varrón de grandes números de pobres que labraban sus tierras con la ayuda de sus hijos: pequeños propietarios o acaso arrendatarios de grandes terratenientes, a quienes aconsejaban los expertos arrendar sus fincas si no podían inspeccionarlas de cerca o si estaban situadas en zonas insalubres donde los esclavos podrían morir como chinches. También resultaba antieconómico mantener todo el año esclavos suficientes para las labores de temporada como la recolección y la vendimia, para las que se contrataban cuadrillas de jornaleros libres, los cuales probablemente completaban su subsistencia en el resto del año labrando su propio pegujal o con cualquier trabajo ocasional en la ciudad.

 

A fines de la República había con frecuencia en pie de guerra unos doscientos mil italianos libres. Estos soldados procedían del campo y buscaban parcelas de tierra como compensación por sus servicios. Pero muchas de estas asignaciones de tierra a los hombres pobres del campo no parece lograron gran cosa fuera de retardar la concentración de la propiedad rural. El proceso continuó, y a fines del Imperio oímos hablar de enormes latifundios dentro de Italia, llamados massae.

 

Circula mucho la opinión general de que bajo la paz augustal descendió la oferta de esclavos y que los grandes latifundistas tenían que contar más con el trabajo libre y se veían obligados a arrendar sus tierras. Esto es dudoso. Cierto que se hacían menos esclavos a base de guerras, piratería y bandidaje, pero no podemos estar seguros de que los terratenientes italianos no los criaban en grandes cantidades, como hacían los propietarios de las plantaciones en los Estados del Sur. Aún los mismos arrendatarios empleaban esclavos para labrar su granjas, esclavos que podían suministrarles sus mismos amos junto con el demás equipo costoso. Tampoco los arrendatarios vivían prósperamente; con frecuencia se encontraban entrampados; ya en tiempo de Constantino habían quedado esclavizados a sus tierras, convertidos poco menos que en esclavos de la gleba. Es probable que durante la mayor parte de la historia de Roma tuvo que haber existido entre los pobres campesinos un paro endémico rayano en la inanición.

 

Arrojado de su tierra ¿qué podía hacer el campesino romano?.  No tenia la suerte que tuvieron en Inglaterra sus sucesores en tiempos de la revolución industrial: el campesino romano no encontraba tan fácilmente la alternativa de un empleo en las ciudades. Esto no se debía solamente a la falta de industria en gran escala, sino, además, a la competencia de los esclavos. En las ciudades los pobres libres por nacimiento tenían que depender en gran parte de los suministros públicos de trigo y de la bondad de las grandes casas. También se podía ganar algún jornal ocasionalmente, especialmente en el ramo de la construcción, en el que no había suficiente continuidad de trabajo para emplear la mano de obra de los esclavos, ya que a estos había que alimentarlos y vestirlos trabajasen o no. El emperador Vespasiano fue un constructor esplendido. Una vez se le presento un ingeniero con un sistema que había inventado para ahorrar mano de obra. Vespasiano premio su ingenio, pero rechazo el invento, diciendo: “Tienes que dejarme que alimente a mi pobre gente”. El Coliseo y los demás grandes monumentos que construyo se edificaron evidentemente a base de trabajo libre. Uno de los resultados del empobrecimiento de las masas a partir del siglo II a. de C. en adelante fue el descenso en el índice de natalidad. Muchos pobres eran incapaces de criar hijos. Esto constituyo una fuente de preocupación para muchos estadistas desde Tiberio Graco hasta Trajano. Este ultimo destinó ciertos fondos públicos para alimentar a los niños pobres, según un plan que estuvo en vigor durante un siglo. Sus resultados son inciertos: las epidemias, las fiebres malarias y el hambre endémicas contribuían a reducir la población. En el reinado de Marco Aurelio había en Italia zonas desoladas que pudieron utilizarse para instalar colonias bárbaras.

 

Lo dicho hasta ahora indica la importancia de la esclavitud en la sociedad romana. Aquí, como en todas las demás tierras de la antigüedad, fue esta una institución inmemorial, que nadie propuso se aboliese. Los griegos, acostumbrados a discutir todo lo discutible, pusieron en tela de juicio su legitimidad y provocaron la defensa artillera de Aristóteles: a su juicio, el esclavo era un hombre con el grado preciso de racionalidad para entender las ordenes que se le daban y cumplirlas, y por lo mismo, le interesaba a él tanto como a sus amos el régimen de sujeción a un mando racional. (Este argumento con ligeras variantes es el que suelen esgrimir los apologistas imperialistas en sus escritos). Pero esta controversia se mantuvo en el plano de la pura teoría. Las mismas rebeliones de los esclavos no iban dirigidas contra el estado de esclavitud en cuanto tal; lo único que querían era su liberación personal. Dijo un jurista romano que todos los hombres nacen libres por ley natural, pero se apresuró a añadir que la esclavitud era una realidad impuesta por el fus gentium. Los estoicos, que gozaban de no poca influencia en Roma, enseñaban que todos los hombres eran hermanos, incluso los esclavos; pero, según su filosofía, el bienestar del hombre es de orden puramente espiritual y no depende para nada de las condiciones materiales. La verdadera miseria consiste en ser esclavo de las propias pasiones; y, al revés, la servidumbre legal no puede impedir que un hombre sea dueño de si mismo en el sentido moral. Muy parecida fue la actitud del cristianismo. Según San Pablo, los esclavos no tienen que preocuparse de la condición a que se han visto destinados; ni siquiera recomendó a Filemón que liberase a Onésimo. Por eso, no debe sorprendernos el que la Iglesia no abogase por la abolición de la esclavitud cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial. Al revés, ella misma adquirió sus esclavos propios. Al derrumbarse el Imperio fue disminuyendo gradualmente la esclavitud por razones que no conocemos bien; pero como grandes contingentes de hombres libres se veían reducidos a la servidumbre, de la que muchas veces era mas difícil escapar, no fue mucho el balance neto a favor de la libertad.

 

Los hijos de madres esclavas nacían esclavos. A los hombres libres se los podía hacer esclavos cogiéndolos prisioneros en guerra, o en una acción de piratearía, bandidaje o secuestro. Legalmente no se podía reducir a la esclavitud dentro de la jurisdicción de Roma a ningún ciudadano ni súbdito libre del Imperio, pero, en la practica, esta norma pudo burlarse no pocas veces. No estaba prohibido —hasta los tiempos del cristianismo— exponer a los recién nacidos: a estos expósitos se los podía criar como esclavos, sin que de ordinario quedasen pruebas de su origen libre.

 

 La primitiva Roma era una pobre comunidad. Posiblemente hubo pocos esclavos en ella. Pero hubo una gran invasión de esta mercancía desde mediados del siglo III a. de C. a consecuencia de las guerras de conquista de Roma. Dicen que en una sola campana, en el ano 167 a. de C., hicieron los romanos 50.000 esclavos en el Epiro. Con el comercio fronterizo aumentaba constantemente el número, lo mismo que con la piratería por mar y con el bandidaje por tierra hasta el tiempo de Augusto. Se cree que, en el cenit de la piratería, solo en el mercado de Delos se compraban hasta 20.000 esclavos en un dia. Nunca hubo tal abundancia y baratura de esclavos como en la Italia de Ciceron, y en ningún otro punto del Imperio quedo la economía tan vinculada, digamos esclavizada, al trabajo de los esclavos. Puede establecerse una comparación con los antiguos tiempos del Sur de los Estados Unidos. Aquí, en el ano 1850, solo había once propietarios que poseyeran mas de 500 esclavos cada uno. En cambio, en la Roma de Nerón, un solo senador tenia 400 en su domicilio urbano como criados: ¿cuantos mas tendría labrando sus campos para sostener este enjambre de zánganos?. Augusto creyó necesario prohibir a los propietarios manumitir por testamento mas de un centenar. Podemos calcular que en su tiempo había en Italia una proporción de tres esclavos por cada cinco hombres libres. Los esclavos procedían de todas las naciones, incluso celtas y germanos del Norte y asiáticos del Este; muchos, nacidos en la esclavitud o esclavizados ilegalmente, venían de Italia o de las provincias. Estos no solo resultaban trabajadores duros en el campo y en las minas, sino artesanos y hombres de talento y habilidades profesionales que aportaban nuevas artes o técnicas a Italia. Los propietarios astutos. entrenaban a los jóvenes esclavos para secretarios, contables o médicos. Un equipo de escribas entrenados según estos procedimientos se dedicaba a copiar las obras de Cicerón en la casa editorial de Ático. El dueño y maestro de un joven genio matemático consignaba con pena su muerte a la edad de doce anos. La fina alfarería de Arretium fue obra de esclavos. Hay centenares de epitafios que muestran que en las industrias del tipo de fabricación de lámparas, tubos y cristalería el 80 por 100 de los obreros era de origen servil; lo mismo se diga de los aurífices, plateros y joyeros. La mayoría de estos morían como libertos; es de creer que se los empleo como esclavos; pero normalmente se les concedía la manumisión como premio normal por sus servicios.

 

Según la ley romana el esclavo era un bien mueble. Varrón clasificaba el equipo de una granja en articulado, inarticulado, y mudo: es decir, esclavos, ganado y herramientas. A los esclavos se los puede comprar, vender, alquilar, aparearlos o no aparearlos —Catón el viejo no admitía mujeres para trabajar en sus granjas—, alimentar, vestir y en general, castigar a discreción del amo. Todo cuanto ganan pertenece legalmente a su dueño. El hijo de una madre esclava es propiedad del dueño.

 

Sin embargo, la ley no fue consecuente desde un principio; ni pudo serlo. Tenia que tener en cuenta la humanidad del esclavo aunque solo fuera por interés de los mismos ciudadanos libres. Si el esclavo cometía un crimen, el Estado tenia que castigarlo y, por cierto, con mas severidad que si fuera libre. Si presenciaba un crimen debía comparecer como testigo. Podía denunciar un complot contra el Estado y este le premiaría concediéndole la libertad. Además, la ley establecía ciertos procedimientos formales a que debía atenerse el mismo dueño para manumitir a sus esclavos. La manumisión estuvo siempre en función de la esclavitud, pero según la ley romana el liberto de un ciudadano romano se convertía por el mismo hecho en ciudadano si se efectuaba su emancipación conforme a las formalidades legales, cosa que no ocurría en el derecho griego.

 

Aunque solo fuera mirando por su propio interés, el dueño se veía obligado a cuidar del bienestar de sus esclavos. Tenia que alimentarlos y vestirlos aun cuando muchos ciudadanos libres, pero pobres, estuviesen hambrientos y desnudos. El austero Catón recomendaba que se proporcionase a la mano de obra de las granjas tanto trigo como a los soldados, y, además, un poco de vino, aceite, aceitunas o pescado en conserva y sal; se les debía proveer también de calzado, túnica y capa cada dos años; las mantas podían hacerse de ropas desechadas. Durante mucho tiempo estuvo autorizado el que los dueños pudieran disponer de la vida de sus esclavos; pero solo un amo caprichoso tendría gusto en deshacerse de su propiedad sin motivo grave. Podía azotarlo, pero Varrón, por lo menos, prefería la reprensión verbal, suponiendo que fuera igualmente eficaz. Muchas veces el sistema de premios daba mejor resultado que el de castigos desde el punto de vista de los intereses del amo. Este podía pagar un salario a su esclavo o ponerlo al frente de un negocio y cederle parte de los beneficios. Lo mismo del dinero que de cualquier otra propiedad que adquiriese entonces, aunque legalmente perteneciese a su amo, podía disponer el esclavo como de cosa propia —peculium—: en este peculium podían entrar incluso otros esclavos. Con sus ahorros podía comprar su libertad, “defraudando a su estómago”, como decía Séneca. Pero, generalmente, la libertad la obtenía como una gracia. Los propietarios sentían especial inclinación a incluir en su testamento la emancipación de un buen numero de esclavos, especialmente cuando morían sin dejar herederos naturales. Ese rasgo de generosidad les conquistaba tributos póstumos de elogio. Pero también era frecuente manumitir en vida del dueño. A primera vista esto pudiera extrañar, pero tiene fácil explicación. La perspectiva de la libertad constituía el mas poderoso acicate para estimular el buen servicio del esclavo: probablemente el único efectivo para los siervos empleados en trabajos especializados o en puestos de confianza. Además, al manumitir a un esclavo el dueño se convertía en su patrón, con lo que conservaba ciertos derechos al respeto y a muchas clases de servicios: de hecho, podía imponer a su nuevo liberto la obligación de trabajar gratuitamente en beneficio suyo sin más limitación que la de comprometerse a seguirle manteniendo o dejarle suficiente tiempo disponible para que el se ganase su mantenimiento. No sabemos hasta que punto era esto corriente en la practica; pero, desde luego, no era costumbre general, ya que muchos libertos se hacían ricos.

 

Ya se entiende que los sentimientos humanos y amables, junto con la doctrina filosófica de que el amo era el custodio del bienestar de sus esclavos, reforzaban muchas veces la idea interesada, que ya por si misma les inspiraba la conveniencia de tratar bien y hasta de llegar a manumitir a sus esclavos. Pero los que principalmente se beneficiaban de todos estos motivos eran los esclavos especializados y los domésticos, cuyas ocupaciones los ponía en contacto intimo con sus amos. Poco se beneficiaban, en cambio, los que trabajaban sus tierras en fincas lejanas. Muchas veces trabajaban y dormían encadenados unos a otros. Plinio los llamaba “hombres sin esperanza”. El mismo administrador de la finca era generalmente un esclavo, no un liberto.

 

Escribiendo por experiencia propia declaro Jefferson: “Todas las relaciones entre esclavos y amos constituyen un ejercicio constante de las más violentas pasiones: por una parte, el despotismo mas implacable y, por otra, la sumisión más degradante”. ¿Hasta que punto ocurría esto en Roma?. No podemos deducir una consecuencia general de algunos ejemplos particulares ni de relaciones amables y amistosas, ni de tratos abusivos. Pero Séneca nos dice que la gente señalaba con el dedo en las calles a los amos de reconocida crueldad. Es también significativo el desarrollo de las leyes sobre este particular, ya que, por regla general, las leyes no suelen guiar la opinión, sino reflejarla y seguirla. Así, por ejemplo, desde el siglo I de nuestra era se consideró como asesinato el que un amo matase a su esclavo sin razón; y si un esclavo era victima del salvajismo o de la crápula de su amo o este intentaba matarle de hambre, el esclavo podía buscar asilo en una de las estatuas del emperador, con lo que adquiría derecho a que le vendiesen a otro amo. No es probable que la protección de la ley resultase de mucha eficacia, como tampoco lo fue en el antiguo Sur, donde los amos a quienes se acusaba de asesinar a un esclavo siempre eran absueltos por sus compadres. Para colmo, el emperador cristiano, Constantino, ordenó que cuando se acusaba a un amo por haber asesinado a su esclavo había de probar que había intentado matarle: no bastaba probar que había caído muerto bajo los azotes. En todo caso, las disposiciones de la ley revelan por lo menos el clima moral de la opinión.

 

Claro que los sentimientos de humanidad no eran el único motivo que movía al legislador a proteger a los esclavos contra la brutalidad de los amos particulares. Antonino Pío declaró que esas medidas de protección iban en interés de los mismos amos y apuntaban a prevenir las sublevaciones. Hacia siglos que el filosofo historiador Posidonio había indicado que los malos tratos de que se hizo victima a algunos esclavos fueron la causa de la gran revolución que devastó a Sicilia del 134 al 132 a. de C. No fue esta la ultima.

 

Por los años 70 a. de C. ejércitos de esclavos a las ordenes de Espartaco sembraron la desolación en muchas partes de Italia llegando a derrotar a los ejércitos romanos. El Principado, tenia mas recursos para asegurar el orden, pero la sensación de inseguridad seguía latente. Decía el proverbio romano: quot servi tot hostes: "cada esclavo es un enemigo”. Los esclavos se escapaban constantemente y los amos corrían continuo peligro de ser asesinados. Según un decreto salvaje del tiempo de Augusto, que sentó precedente para muchos casos, cuando moría asesinado un amo había que ejecutar a todos los esclavos que "vivían bajo su mismo techo”, pues si no eran cómplices, por lo menos eran culpables de no haber impedido su muerte. Una joven esclava alego que el asesino de su ama la había hecho callar amenazándola brutalmente; Adriano sentencio su muerte, pues tenia la obligación de gritar con peligro de su propia vida. En todo caso, junto a la dura represión se hacían tentativas por reducir los abusos de los amos.

 

Para muchos que veían la posibilidad de obtener la libertad, la esclavitud no constituya una fatalidad sin esperanza. Petronio refiere el caso de un siciliano que se vendió como esclavo —ilegalmente— porque prefería la perspectiva de llegar a ser un ciudadano romano a la de quedarse en el grado de un simple contribuyente provinciano. Los libertos podían integrarse con relativa facilidad en la sociedad porque no existía el prejuicio de color; pocas veces se daban diferencias apreciables de color que pudieran provocarlo. Pero sus derechos eran en realidad limitados: no podían servir en el ejército ni desempeñar cargos municipales ni estatales, aparte de las obligaciones onerosas que pudiera haberle impuesto su antiguo amo y presente patrono. Pero, con tal de poseer suficiente independencia económica y un poco de talento e ins tinto para los negocios, podía hacerse rico. Sus mismas limitaciones políticas canalizaron sus energías hacia los negocios, en los que con frecuencia se imponían los libertos- —un caso parecido al que ocurrió posteriormente con los judíos y los cuáqueros—. En esto podían ayudarles sus mismos patronos, como sucedió al liberto de un noble del tiempo de Augusto, a quien llevo la administración de todos sus negocios y de quien recibió generosos regalos para si, una dote para su hija y un nombramiento militar para su hijo. Otro liberto de esta misma época se gloriaba en su testamento de dejar 4.116 esclavos, 3.600 pares de bueyes y 257.000 cabezas de ganado.


El Trimalquion de Petronio, cuyas posesiones en Italia se extendían de mar a mar, no era pura fantasía de novelista. Son estos ejemplos excepcionales, pero había muchos otros libertos que se aseguraban su modesto modo de vida y podían promover a sus hijos en la escala social, ya que estos no heredaban las cortapisas legales de sus padres. El poeta Horacio fue hijo de un liberto, el cual le proporcionó la educación de un hidalgo, contribuyendo con ello a formar al futuro vate laureado de la Corte. Horacio, por su parte, no se avergonzaba de recordar su origen. Ya en tiempo de Nerón se pudo alegar que la mayoría de los senadores tenia en sus venas sangre servil, y, un siglo mas tarde, Marco Helvio Pertinax, hijo de un liberto, subió tan alto por la escala militar y administrativa que se le llegó a proclamar emperador en el año 193.

 

Entre los esclavos y libertos los mas favorecidos eran los del emperador. En el reinado de Tiberio un esclavo, a quien tenia como pagador en la Galia, trajo consigo a 16 esclavos propios en una visita que hizo a Roma; dos de ellos se ocupaban exclusivamente en guardar su vajilla. Se dice que los secretarios libertos de Claudio fueron los hombres mas ricos de su tiempo y los verdaderos amos del Imperio. Aquel Felix que gobernaba la Judea en tiempo de Pablo y se caso con una descendiente de Cleopatra era hermano de un liberto. Así, vemos que, en reinados posteriores de la historia, los camarlengos, muchas veces eunucos, que gozaban del favor privado del emperador, ejercieron no menor poder.

 

La enorme importancia que adquirió la esclavitud en la economía de la antigua Italia plantea un problema histórico de cierta envergadura. Esta claro que si el mundo romano hubiese poseído aunque solo hubiera sido los primeros adelantos técnicos conocidos en los tiempos modernos de la historia europea, el Imperio hubiera tenido fuerza de sobra para contener a los bárbaros, cuya invasión fue, por lo menos, la causa próxima y la condición necesaria de su derrumbamiento. ¿Podemos achacar al empleo en masa de la esclavitud la culpa del retraso técnico y del estancamiento económico de Roma?

 

Se ha objetado que en el mundo falto el incentivo para los inventos tecnológicos debido a la abundancia y baratura de la mano de obra servil y que la esclavitud rebajó la dignidad del trabajo hasta el extremo de que los mejores talentos evitaban con repugnancia cualquier profesión u ocupación que oliese a trabajo manual. De aquí el atraso de los griegos y de los romanos en toda clase de investigaciones científicas, las cuales, a diferencia de las matemáticas, exigían un enfoque y una manipulación muy distinta de la pura abstracción. A esto se añade que “el trabajo servil se presta a regañadientes, carece de arte y de elasticidad y de facilidad de movimientos”, según el famoso dictamen de Cairnes sobre la esclavitud en América. Por lo mismo, puede darse por descontado que era ineficiente.

 

Pero, aun admitiendo estas premisas, la esclavitud no pudo ser una causa primaria de la decadencia y ruina de Roma. Después de Augusto el Imperio fue sacando sus fuerzas de las provincias cada vez en mayor proporción hasta terminar por extraerlas de ellas exclusivamente. Ahora bien, en las provincias la esclavitud no era una institución dominante como en Italia. No solo proporcionaban las provincias soldados, sino que algunas de ellas, especialmente la Galia y Egipto, gozaban de mayor prosperidad económica; y, sin embargo, es cierto que en Egipto la esclavitud era relativamente escasa y probablemente lo mismo ocurría en la Galia. Y con todo, esos países no resultaron ni mas inventivos ni más progresivos que Italia. Por tanto, hemos de buscar otros motivos para explicar el estancamiento científico y tecnológico del mundo romano. Ya hemos expuesto algunos. Aquí debo añadir que el progreso depende de la formulación de fecundas hipótesis científicas o de inventos luminosos como el de la lente: pero, ¿por que se producen estos en una época y no en otra?. Acaso es esta pregunta tan difícil de contestar como la de por que florecen los genios poéticos en un tiempo y no en otro.

 

Pero, ¿es que el trabajo servil fue en realidad tan ineficiente? Los peritos agrícolas romanos suponían que, con buena tierra y el adecuado control, la mano de obra servil era más rentable y producía mayores beneficios que el trabajo libre. Nos faltan pruebas antiguas para comprobar esta suposición; tampoco nos dan más luz sobre esto las analogías modernas. Los últimos análisis que se han realizado sobre la economía del antiguo Sur norteamericano parecen demostrar que no puede atribuirse con seguridad a la esclavitud su retraso con relación al Norte. Los esclavos eran hábiles en
el comercio y en la industria y se sentían estimulados por la esperanza de obtener la libertad; en realidad se les atribuyen algunos inventos menores  -como a los esclavos negros americanos— y, si hubiera habido otros factores que hubiesen desarrollado la mecanización, tenían capacidad sobrada para manejar las maquinas, de eso no cabe duda. De hecho, también se empleo con éxito a los negros en las fabricas, aunque se encontraban en un nivel cultural inferior y carecían de incentivos poderosos. (Paralelamente, en la ultima guerra mundial aumento de hecho la productividad alemana con el empleo generalizado de un tipo de trabajo al que solo le faltaba el nombre de esclavo.) Por muy baratos que fuesen los esclavos romanos —y la verdad es que no sabemos exactamente hasta que punto lo eran—, no por eso hay que suponer que los propietarios habían de mostrarse indiferentes a cualquier recurso que pudiera incrementar su rendimiento.

 

En consecuencia, hemos de reprobar la esclavitud romana mas por motivos morales que económicos. Aparte de que muchos esclavos romanos no lo pasaban peor que las masas campesinas. Estas gozaban de libertad nominal, pero no les era fácil hacer valer sus derechos ni defender sus intereses y siempre estaban al borde de morir por inanición. Ya se sabe que en una sociedad pobre y preindustrializada la pobreza de las masas es el precio que hay que pagar para que siquiera unos pocos puedan disfrutar de ocio, civilización y facilidades para impulsar el progreso. Pero en el mundo romano esa desigualdad en si inevitable se llevo demasiado lejos, mas lejos, por ejemplo, que en las comunidades democráticas griegas. Por eso, en el siglo I a. de C. el descontento originado por la situación agraria contribuyo a derribar la República, y en el siglo IV de nuestra era y posteriormente a él, los campesinos, inconscientes de los beneficios que le reportaba a ellos mismos la paz romana, con frecuencia se mostraban indiferentes y aún, a veces, hostiles contra aquel Imperio en el que siempre prevalecían los intereses de los ricos: beati possidentes. Esta fue indudablemente una de las razones de por que sucumbió el Imperio romano ante las irrupciones de los bárbaros a pesar de poseer recursos inmensamente superiores a ellos.


( Peter Astbury Brunt )


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