Acabo
de enterarme de la muerte de Publio Clodio. Es un asunto chocante, Magno. ¿Hasta
dónde va a llegar Roma? Y ha sido muy prudente por tu parte protegerte con un
buen cuerpo de guardia. Cuando el asesinato se convierte en algo tan descarado,
cualquiera es una víctima en potencia, y tú tienes más probabilidades de serlo
que nadie.
Tengo
varios favores que pedirte, mi querido Magno, el primero de los cuales se que
no te importará concederme, pues mis informadores me dicen que ya le has pedido
personalmente a Cicerón que utilice su influencia para arremeter contra Celio a
fin de obligarle a que deje de alborotar en tu contra y en apoyo de Milón. Si
quisieras pedirle a Cicerón que haga el viaje hasta Rávena (el clima de aquí es
delicioso, así que no se le hará demasiado duro), yo te estaría muy agradecido.
Quizá si mis súplicas se unen a las tuyas, Cicerón se decida a ponerle el bozal
a Celio.
El
segundo favor es más complicado. Llevamos ocho años siendo amigos estimados, seis
de ellos con el deleite de compartir a nuestra queridísima Julia. Han pasado diecisiete
meses desde que nuestra niña falleció, tiempo suficiente para aprender a vivir
sin ella, aunque nuestras vidas no volverán a ser lo que eran. Quizá ahora sea
el momento de pensar en renovar nuestra relación a través de lazos
matrimoniales, que es una manera romana de demostrarle al mundo que estamos unidos.
Ya he hablado con Lucio Pisón, que está feliz con la idea de que yo le ceda una
muy cómoda fortuna a Calpurnia y me divorcie de ella. La pobre criatura está
completamente aislada en el mundo femenino de la domus publica, pues mi madre
ya no está allí para hacerle compañía y ella no ve a nadie. Debería darle la
oportunidad de encontrar un marido que tenga tiempo para dedicarle antes de que
llegue a una edad en que no sea fácil encontrar un buen marido. Fabia y Dolabela
son buenos ejemplos.
Tengo
entendido que tu hija Pompeya no es muy feliz con Fausto Sila, especialmente
desde que Fausta, la hermana gemela de éste, se casó con Milón. Con Publio
Clodio muerto, Pompeya se verá obligada a mantener contactos sociales que van
en contra de su gusto y de los deseos de su padre. Lo que te propongo es que
Pompeya se divorcie de Fausto Sila y se case conmigo. Yo soy, como tú ya tienes
buenos motivos para saber, un marido decente y razonable siempre que mi esposa
se mantenga por encima de cualquier sospecha. La querida Pompeya es todo lo que
yo podría pedirle a una esposa.
Ahora
vamos a tratar de ti, que estás viudo desde hace diecisiete meses. ¡Cómo
desearía tener una segunda hija que ofrecerte! Pero desgraciadamente no es así.
Tengo una sobrina, Acia, pero cuando le escribí a Filipo para preguntarle qué
le parecería divorciarse de ella, me respondió que prefería conservarla, pues
es una perla que no tiene precio y está por encima de toda sospecha.
Si hubiera
una segunda Acia yo echaría mis redes más allá, pero, ay, Acia es mi única sobrina.
Acia tiene una hija del difunto Cayo Octavio, como tú sabes, pero de nuevo la
suerte de César falla.
Octavia apenas tiene trece años, si es que llega. No
obstante Cayo Octavio tiene otra hija de su primera esposa, Ancaria, y esta
Octavia ya está en edad casadera. Tiene unos precedentes senatoriales muy buenos
y sólidos, y los Octavios, que proceden de Velitras, en tierras del Lacio,
siempre han tenido cónsules y pretores en alguna de las ramas de la familia.
Cosas todas estas que tú ya sabes. Bueno, pues tanto Filipo como Acia se
sentirían muy complacidos en darte a Octavia como esposa.
Por
favor, piénsalo bien, Magno. ¡Echo muchísimo de menos a mi yerno! Y convertirme
ahora en tu yerno sería un cambio muy agradable.
El
tercer favor es sencillo. Mi gobierno de las Galias e Iliria acabará unos
cuatro meses antes de las elecciones, en las que pienso presentar la
candidatura para mi segundo consulado. Como los dos hemos sido el blanco de los
boni y no les tenemos en gran estima, desde Bíbulo hasta Catón, no deseo darles
la oportunidad de juzgarme en cualquier tribunal que esté tan amañado que
consiga hacerme caer. Si tengo que cruzar el pomerium y entrar en la ciudad de
Roma para presentar mi candidatura, automáticamente renunciaré a mi imperium.
Sin él pueden obligarme a ir a juicio ante un tribunal. Gracias a Cicerón, los
candidatos al consulado no pueden presentar la candidatura in absentia. Pero yo
necesito hacerlo así. Una vez que sea cónsul, me ocuparé de cualquier acusación
falsa que los boni presenten contra mí.
Pero
durante esos cuatro meses tengo que conservar mi imperium. Magno, he oído decir
que pronto serás dictador. No hay nadie que pueda hacer las funciones de ese
cargo mejor que tú. En realidad creo que tú podrás devolverle la luminosidad
que necesita después de que Sila lo mancilló de manera tan lamentable. ¡Roma no
tendrá que temer a las proscripciones y a los asesinatos bajo el gobierno del
buen Pompeyo Magno! Si tú vieras el camino despejado para procurarme una ley
que me permitiera presentar in absentia mi candidatura al consulado, te estaría
enormemente agradecido por ello.
Acabo
de recibir una copia del informe que Cayo Casio Longino hizo para el Senado explicando
cómo están las cosas en Siria. Un documento extraordinario; escribe mejor de lo
que yo pensaba que ningún Casio pudiera hacer, aparte de Casio Ravila. El epílogo
hablando del avance del pobre Marco Craso hacía Artaxata y de la corte de los
dos reyes era desgarrador.
Que
sigas bien, mi querido Magno, y escríbeme en seguida. Queda tranquilo con la seguridad
de que sigo siendo el amigo que más te quiere,
César
( C. McC. )
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