Desde
la Velia caminó entre los antiguos pilares cubiertos de musgo de la Porta
Mugonia y subió al monte Palatino por su lado menos elegante. Su casa había pertenecido
alguna vez al famoso abogado Quinto Hortensio Hortalo, rival de Cicerón ante
los tribunales. Antonio había culpado al hijo por la muerte de su hermano Cayo,
y lo había proscrito. Eso no preocupó al joven Hortensio, quien murió en
Macedonia, siendo su cuerpo arrojado al monumento de Cayo Antonio. Como la mayoría
de Roma, Octavio era muy consciente de que Cayo Antonio era tan incompetente
que su muerte había sido toda una bendición.
La
domus Hortensia era una casa muy grande y lujosa, aunque no del tamaño del palacio
de Pompeyo Magno en el Carinae. Antonio se había apropiado de aquella mansión,
y cuando César se enteró, hizo pagar a su primo por ella. A la muerte de César,
los pagos se interrumpieron.
Pero Octavio no quería una casa tan ostentosa que
pudiera compararse a un palacio, sino sólo algo lo bastante grande para
utilizar como sala de negociaciones y también de residencia. La domus Hortensia
se la habían adjudicado por dos millones de sestercios, una fracción de su
valor real, en la subasta de los bienes incautados. Esa clase de cosas ocurrían
a menudo en las subastas de bienes incautados a los proscritos, en las que
tantas propiedades de enorme valor se vendían al mismo tiempo.
En el
lado elegante del Palatino, todas las casas buscaban tener vista al foro romano,
pero Hortensio no se había preocupado por la vista. A él le interesaba el espacio.
Muy aficionado a la pesca, tenía grandes estanques dedicados a la cría de
carpas doradas y plateadas y jardines y campos que eran más habituales en las casas
situadas al otro lado de los muros Servían, como el palacio que César había
construido para Cleopatra al pie de la colina Janicula. Sus campos y jardines
eran legendarios.
La
domus Hortensia estaba en lo alto de un acantilado de cincuenta pies que daba
al Circo Máximo, donde en los días de destiles o carreras de cuadrigas se apiñaban
más de ciento cincuenta mil romanos para maravillarse y aplaudir. Sin dirigirle
al Circo una mirada, Octavio entró en su casa a través del jardín y los
estanques de detrás y llegó a una vasta sala de recepción que Hortensio nunca
había utilizado debido a la enfermedad que sufría cuando la añadió.
A
Octavio le gustaba el diseño de la casa, porque las cocinas y las habitaciones
de la servidumbre estaban a un lado, en un edificio separado que contenía las letrinas
y los baños para uso del servicio. Los baños y las letrinas para el
propietario, su familia y los invitados estaban en la casa principal y, además,
eran de valioso mármol.
Como muchas casas en el Palatino, estaba situada encima de un arroyo
subterráneo que descargaba en las inmensas cañerías de la Cloaca Máxima.
Para Octavio,
era la razón principal para la compra de aquella domus, ya que era la más
reservada de las personas cuando se trataba de vaciar los intestinos y la
vejiga. ¡Nadie
debía verlo, nadie debía escucharlo! También era muy meticuloso en el aseo
personal, que incluía un baño, por lo menos, una vez al día. Por lo tanto, las
campañas militares eran un tormento sólo algo mitigado por Agripa, que hacía lo
imposible por conseguirle intimidad cada vez que podía. Octavio no sabía por
qué le daba tanta importancia a ese tema, puede que por su buena planta o
porque los hombres se sentían vulnerables si su imagen no iba acorde con su
persona.
El
mayordomo salió a su encuentro con un signo de ansiedad; Octavio detestaba la
menor mancha en la túnica o la toga, cosa que hacía la vida dura para el hombre,
siempre ocupado con la tiza y el vinagre.
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