AMIANO MARCELINO DESCRIBE EL FINAL DE LA BATALLA DE ADRIANÓPOLIS
Los godos, después de su victoria, asedian Adrianopolis, donde Valente había dejado sus tesoros y las insignias imperiales confiados al prefecto y a los miembros del consistorio. Pero se retiran, después de fracasar en todas sus tentativas.
Después de la funesta batalla, cuando la oscuridad de la noche cubrió la tierra, los que sobrevivieron intentaron llegar junto a los suyos, ya por la derecha, por la izquierda, o por donde les llevara el temor, ya que, como no veían a nadie excepto a ellos mismos, pensaban que las espadas de los enemigos se cernían sobre sus cabezas. Sin embargo, a gran distancia, podían escuchar los quejidos lastimosos de los que habían quedado atrás, los sollozos de los moribundos y los llantos desgarradores de los heridos.
Por su parte, los vencedores, al amanecer, como bestias excitadas por el olor de la sangre, llevados por la tentación de una vana ganancia, se dirigieron hacia Adrianopolis en formación compacta, dispuestos a destruida a cualquier precio.
Gracias a las palabras de traidores y desertores, sabían que los oficiales de mayor rango y las insignias del poder imperial, así como los tesoros de Valente, habían quedado allí por ser considerada una fortaleza inexpugnable.
Y para que esta rabia no se apagara con largas demoras, a la hora cuarta del día, rodearon las murallas y, con su furia innata, comenzaron un ataque durísimo hasta las ultimas consecuencias, mientras que los defensores se empleaban con todas sus fuerzas.
Y como había un gran numero de soldados y de mozos a los que se les había prohibido entrar en la ciudad con sus animales, asentados junto a las murallas y a las construcciones anejas, luchaban con gran valor teniendo en cuenta la humildad de su posición.
Cuando el furioso ataque de los asaltante había superado ya la hora novena, súbitamente, trescientos de nuestros infantes, que estaban en las trincheras, se lanzaron sobre los godos en forma de cuna, pero fueron muertos todos.
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