jueves, 29 de diciembre de 2022

CARTA DEL CONSULAR PUBLIO RUTILIO RUFO A SU AMIGO EL GENERAL CAYO MARIO


 

Imagino que fue decisión tuya enviar a Lucio Cornelio a vigilar a nuestro altanero amigo Quinto Lutacio, cosa que aplaudo de todo corazón. Circulan toda clase de rumores, pero lo cierto es que nadie parece capaz de confirmarlos, ni siquiera los boní. Te habrán llegado, sin duda, por medio de Lucio Cornelio; más adelante, cuando haya concluido esto de los germanos, reclamaré en base a nuestra amistad una aclaración completa. De momento he oído hablar de motín, cobardía, torpeza y toda clase de fechorías militares. Lo más fascinante es la brevedad y sinceridad -me atrevería a decir- del informe de Quinto Lutacio a la cámara. ¿Pero es realmente sincero ese reconocimiento de que cuando se vio ante los cimbros comprendió que Tridentum no era el lugar adecuado para presentar batalla, y dio media vuelta para retirarse y salvar su ejército, después de destruir el puente para retrasar el avance germano? ¡Debe de haber algo más! Parece que te estoy viendo sonreír mientras lees.

 

Esto, sin los cónsules, es una ciudad muerta. Naturalmente que sentí profunda lástima por Marco Emilio, e imagino que a ti te sucederá lo propio. ¿Qué puede uno hacer cuando se da cuenta de que ha engendrado un hijo indigno de llevar el nombre de la familia? Pero el escándalo concluyó en seguida por dos motivos. Primero, porque todos respetan enormemente a Escauro (ésta va a ser una larga carta, así que perdona que prescinda de los cognomen), independientemente de que le aprecien o no. El segundo motivo es mucho más sensacional. El viejo y artero culibonia (¿a que tiene gracia el epíteto?) ha dado a todos tema de conversación: se ha casado con la prometida de su hijo, Cecilia Metela Dalmática, que estaba bajo la tutela de Metelo el Meneítos. ¡Con diecisiete años! Sería para llorar si no fuese tan divertido. Aunque no la conozco, dicen que es una muchacha preciosa, muy amable y encantadora, algo difícil de entender sabiendo del establo del que procede, pero lo creo, ¡lo creo! Tendrías que ver a Escauro; te daría risa. Anda haciendo cabriolas. ¡Yo de verdad que estoy pensando en hacer una incursión por las mejores escuelas de Roma a ver si encuentro una doncella que sea la nueva esposa de Rutilio Rufo!


Este invierno hay una grave escasez de trigo, oh primer cónsul, únicamente por recordártelo, ya que por las tareas inherentes a tu cargo en el enfrentamiento con los germanos te ha sido imposible actuar en este asunto. Sin embargo, he oído que dentro de poco Catulo César va a ceder el mando de Placentia a Sila para pasar el invierno en Roma. En cuanto a ti, no creo que haya ninguna novedad. El asunto de Tridentum ha reforzado tu candidatura in absentia para otro consulado, pero Catulo César no se presentará a elecciones hasta después del enfrentamiento con los germanos. Debe hacérsele muy duro desear por el bien de Roma que obtengas una gran victoria y, al mismo tiempo, desear por su propio bien que te caigas de golpe sobre tu podex de patán. Si vences, Cayo Mario, serás sin duda cónsul el año que viene. Por cierto, ha sido una hábil maniobra dejar que Manio Aquilio se presentase a cónsul. El electorado estaba profundamente impresionado cuando llegó, proclamó su candidatura y dijo con firmeza que volvía contigo para enfrentarse a los germanos, aunque ello le supusiera no estar en Roma cuando se celebren las elecciones. Si vences a los germanos, Cayo Mario -e inmediatamente envías a Manio Aquilio a Roma- tendrás por fin un colega joven con el que podrás trabajar bien.

 

Cayo Servilio Glaucia, buen compañero de tu casi-cliente Saturnino -ya sé que es un comentario poco oportuno-, ha anunciado que se presentará a las elecciones de tribuno de la plebe. ¡Va a ser un gatazo gris entre los palomos! Hablando de Servilios y volviendo a lo del trigo, Servilio el Augur sigue actuando pésimamente en Sicilia. Como te decía en mi anterior misiva, él contaba con que Lúculo le traspasara humildemente lo que tanto trabajo le había costado conseguir. Ahora, la cámara recibe, con regularidad digna de asombro, cada día de mercado, una carta en la que Servilio el Augur se lamenta de su suerte y reitera que piensa procesar a Lúculo en cuanto regrese a Roma. El rey de los esclavos ha muerto -se autodenominaba Salvio o Trifón- y han elegido a otro, un griego de Asia llamado Atenión, que es mas listo que Salvio/Trifón. Si Manio Aquilio sale elegido segundo cónsul, no sería mala idea enviarle a Sicilia para poner fin de una vez por todas a aquel desbarajuste. De momento, quien manda en Sicilia es el rey Atenión, no Servilio el Augur. De todos modos, mis quejas respecto a la situación en Sicilia son puramente semánticas. ¿Sabías lo que ese despreciable y viejo culibonia tuvo arrestos para decir el otro día en la cámara? Me refiero a Escauro, ¡ojalá su aparato procreador se le caiga por exceso de uso! "¡Sicilia se ha convertido en una auténtica Iliada de aflicciones!", exclamó a voz en grito. Y todos se agolparon para acercársele después de la reunión y darle la enhorabuena por la invención de semejante frase. Debió oírmela decir a mí. Así se pudra entero.



Ahora daré un salto atrás en el asunto de los tribunos de la plebe. Este año han sido una pandilla de lo más ineficaz y desastroso, y por ello -aunque tiemblo al decirlo- me alegro de que Glaucia vuelva a presentarse el año que viene. Roma es un aburrimiento si no hay un par de buenas pugnas en los comicios. Aunque hemos asistido a uno de los incidentes más raros entre los tribunos y no hacen más que correr rumores.

 

Hará cosa de un mes llegaron a la ciudad doce o trece individuos con extraña vestimenta a base de largas capas multicolores bordadas en oro, joyas en barbas y cabello, pendientes y unos tocados fastuosos de pañuelos bordados. ¡Yo me sentía como en un espectáculo! Se presentaron como embajadores y solicitaron que los recibiera el Senado en sesión extraordinaria. Pero cuando nuestro venerable y rejuvenecido príncipe del Senado examinó sus credenciales, les negó la audiencia, alegando que no tenían categoría oficial. Los tales pretendían proceder del santuario de la Gran Diosa en Pessinus de la Frigia anatólica, y venir por encomienda de la mismísima diosa a Roma para desearle suerte en su lucha contra los germanos. Es como si te oyera preguntar ¿pero por qué a una gran diosa de Anatolia le importan los germanos? Eso mismo nos dijimos todos, y estoy seguro de que fue el motivo por el que Escauro se negó a recibir a los estrafalarios individuos.

 

Pero nadie ha logrado descubrir a qué han venido. Los orientales son tan consumados timadores, que todo romano que se precie cose su bolsa y se la mete en el sobaco cuando se tropieza con ellos. ¡Pero éstos no! Van por Roma repartiendo generosamente dinero como si sus bolsas no tuvieran fondo. Su jefe es un ejemplar indescriptible llamado Bataces. Los demás palidecen a su lado, porque va cubierto de pies a cabeza con auténtico brocado de oro y lleva una corona de oro macizo. Yo había oído hablar
de ese fantástico brocado de oro, pero no creía que fuesen a contemplarlo mis ojos de no emprender viaje para ver al rey Tolomeo o al rey de los partos.


Las mujeres de esta tonta ciudad nuestra están locas por Bataces y su cortejo y deslumbradas por tanto oro; y alargan sus codiciosas manos por si cae una perla o un carbúnculo de sus barbas o de... no quiero seguir, Cayo Mario. Simplemente añadir, con exquisita delicadeza, que no son ni mucho menos eunucos.

 

En fin, ya sea porque su propia esposa fuese una de las damas romanas encandiladas, o por motivos mas altruistas, el tribuno de la plebe Aulo Pompeyo subió a la tribuna y acusó a Bataces y a sus sacerdotes de ser unos charlatanes e impostores, y pidió su expulsión de nuestra amada ciudad, preferiblemente montados al revés en asnos y bien embadurnados con pez y plumas. Bataces se ofendió profundamente por el discurso de Pompeyo y acudió inmediatamente al Senado a quejarse. Algunas esposas de ese ínclito organismo deben haber sido infectadas -o inyectadas- de entusiasmo por los embajadores, porque la cámara ordenó sin tardanza a Aulo Pompeyo que desistiera de una vez por todas de acosar a tan importantes personajes. Los puristas entre los padres conscriptos se pusieron del lado de Aulo Pompeyo, porque no es competencia del Senado reprobar a un tribuno de la plebe su comportamiento en la tribuna de los comicios. Luego hubo un altercado sobre si Bataces y su séquito eran o no embajadores, pese a la previa descalificación de Escauro. Como nadie encontraba a Escauro -yo supongo que estaría releyendo mis antiguos discursos para encontrar frases, o levantando las faldas a su nueva esposa para encontrar carne-, no se llegó a un acuerdo.

 

Así que Aulo Pompeyo siguió despotricando como una fiera desde su tribuna, acusando a las damas romanas de codicia y lujuria. Lo que sucedió a continuación fue que el propio Bataces se llegó con gran pompa hasta la tribuna, seguido por su séquito de lujosos sacerdotes y no menos elegantes damas romanas, cual gatos callejeros detrás del vendedor de pescado. Afortunadamente yo estaba presente, ¡ya sabes cómo es Roma! Me lo habían advertido, claro, igual que a media ciudad. Y asistimos a una farsa increíble, mayor que lo que haya podido ver Sila en el teatro. Aulo Pompeyo y Bataces se enzarzaron rápidamente - ¡lástima que sólo de palabra!- y nuestro tribuno de la plebe no cejaba en que su contrincante era un saltimbanqui y Bataces en que Aulo Pompeyo estaba jugando con fuego porque a la Gran Diosa no le complacía que insultaran a sus sacerdotes. La escena la concluyó Bataces pronunciando -en griego, para que todos lo entendiesen- un estremecedor maleficio de muerte contra Aulo Pompeyo. Yo no sé si es que le complacería ser invocada en frigio.

 

¡Y ahora viene lo mejor, Cayo Mario! Nada más pronunciar el maleficio, Aulo Pompeyo comenzó a ahogarse y a toser, tuvo que bajar de la tribuna tambaleante y dejar que lo llevasen a casa, y allí estuvo tres días en cama cada vez peor, hasta que murió. La diñó. Bueno, ya puedes imaginarte el efecto que esto causó entre los senadores y las damas romanas. Ahora, Bataces puede ir a donde quiera y hacer lo que quiera. La gente se aparta a su paso de un brinco como si padeciese una especie de lepra dorada. Le invitan a comer, la cámara cambió de postura y recibió oficialmente a la embajada (sin que apareciera Escauro), las mujeres le hacen corrillo y él sonríe y bendice con la mano y campa por ahí como el mismísimo Zeus.



Estoy perplejo, disgustado, harto y no sé cuántas cosas más. La cuestión estriba en cómo lo logró Bataces. ¿Fue intervención divina o un veneno desconocido? Yo apuesto por esto último, pero es que yo soy partidario de la persuasión escéptica o un redomado cínico.

( C. McC. )



No hay comentarios:

Publicar un comentario