Tras más de dos mil años de
historia, la corona de Egipto cayó hacia el 525 a. C. en manos del Imperio
persa. Daba comienzo con ello la última fase de su historia, la que los
historiadores denominan como Período Tardío y que se caracteriza por el
sincretismo cultural primero con el mundo persa y después con el grecorromano.
Los persas fueron derrotados por Alejandro Magno en el año 332 a. C. y Egipto
quedó incorporado a su vastísimo imperio. A su muerte, uno de sus generales,
Ptolomeo, logró hacerse con la corona egipcia; empezaba así una nueva dinastía
de faraones, la Ptolemaica —pues todos los faraones adoptaron el nombre de
Ptolomeo— o Lágida, cuya última representante fue Cleopatra.
Pero aunque
los Ptolomeos se consideraban a sí mismos una legítima dinastía egipcia, lo
cierto es que bajo su reinado Egipto vivió un profundo proceso de cambio cultural
vinculado al origen macedonio y, por tanto, culturalmente helenístico de su
dinastía gobernante. Se produjo una masiva y constante inmigración de población
griega a Egipto y con ella llegaron sus costumbres y su cultura. Los egipcios
comenzaron a usar y acuñar moneda, el panteón tradicional se enriqueció con
dioses helenos cuyos atributos frecuentemente se mezclaban con los de las
deidades locales, buena parte del funcionariado estatal quedó en manos de
griegos y el griego pasó a ser la lengua de la administración y la corte. Su
uso se extendió de tal modo que los textos legales que debían hacerse públicos terminaron
por redactarse en ambas lenguas, el egipcio y el griego), y a partir precisamente
de uno de estos textos, un decreto de Ptolomeo V inscrito en la famosa piedra
Rosetta, se consiguió por fin descifrar la escritura jeroglífica. En este
Egipto profundamente helenizado nació Cleopatra hacia el año 70-69 a. C.
PREPARAR
EL CAMINO AL TRONO
La infancia de Cleopatra,
sobre la que hay muy pocos datos, estuvo marcada por los hechos políticos del
reinado de su padre, Ptolomeo XII, y éste por la dependencia de Egipto
del creciente poder político y militar de Roma. Aunque originalmente fueron los
propios griegos quienes solicitaron el apoyo romano para consolidar su dominio
en el Mediterráneo oriental, el poderío militar de Roma fue desplazando
paulatinamente el control ejercido por los herederos de Alejandro Magno, de
modo que en el año 168 a. C. la existencia de un Egipto independiente pudo
salvarse gracias a la intervención romana que hizo frente al ataque del rey de
Siria Antíoco IV.
Roma se limitó en aquella ocasión a enviar una
embajada al monarca sirio advirtiéndole de que si no se retiraba tomaría cartas
en el asunto; esta amenaza fue suficiente para que las tropas sirias se replegasen
ante el temor a una intervención militar romana. Como recuerda el historiador Wolfgang
Schuller, « cien años antes del nacimiento de Cleopatra quedó demostrado de
este modo que Roma, de manera ofensiva, sin utilizar un solo soldado, podía
obligar a un rey poderoso a retirarse, y que Egipto debía por tanto su
existencia a Roma: esto también era ofensivo. En consecuencia, la política
egipcia se entretejió cada vez más estrechamente con la romana» .
Ptolomeo XII, también
conocido por el sobrenombre de Auletes (« el flautista» ), accedió al trono de
Egipto en torno al año 80 a. C. El faraón precedente había sido asesinado y él
era en realidad uno de sus hijos ilegítimos, de modo que y a desde el comienzo
de su reinado se vio obligado a recurrir a todo tipo de argucias para afianzar
su poder. Tras un primer y fugaz matrimonio del que tuvo a una hija, Berenice
IV, repudió a su esposa y volvió a casarse con una mujer cuya identidad se
desconoce. De ella tuvo primero a Cleopatra y después a dos varones, ambos
llamados Ptolomeo, y otra hija más, Arsinoe. Auletes sabía que, por
encima de todo, su poder y el mantenimiento de la independencia de Egipto
dependían de las buenas relaciones con Roma, que en cualquier momento podía
hacer del antiguo reino una más de sus provincias.
Por esta razón su política exterior
se centró en tratar de impedir por todos los medios una intervención directa de
Roma en Egipto, y entre dichos medios el que resultó ser más eficaz fue el
abono de grandes cantidades de dinero y riquezas a los políticos más influyentes
de la ciudad eterna. Mientras que Gayo Julio César y Gneo Pompeyo (que
gobernaban Roma junto con Craso en el llamado Primer Triunvirato) disfrutaban de los generosos
donativos de Ptolomeo XII, la población egipcia veía crecer la presión fiscal para
financiar las cada vez mayores deudas adquiridas por su faraón.
La situación
llegaría a ser insostenible cuando, ante la anexión de Chipre al estado romano
acaecida en el año 58 a. C., Ptolomeo redoblase sus exigencias fiscales para,
con el aumento de sus regalos, evitar correr la misma suerte. El rey de Chipre,
hermano del faraón, se había suicidado y éste no mostraba intención alguna de
vengar la afrenta. La suma de todo era excesiva y tanto la corte como la
población de Alejandría se levantaron contra Ptolomeo que fue finalmente
expulsado de Egipto y sustituido en el trono por su hija Berenice.
Aunque las fuentes no dan
información concreta al respecto, es probable que Cleopatra acompañase a su
padre en el exilio que le llevó primero hasta Chipre (a casa de Catón) y luego
a Roma (a una de las fincas de Pompeyo), con el fin de conseguir los apoyos necesarios
para recuperar su trono. A los acreedores romanos de Ptolomeo les convenía su
retorno a Egipto para asegurar el cobro de su deuda, pero la intervención
militar era algo que había que pensar con detenimiento. Por otra parte, como
recuerda la egiptóloga Joyce Tyldesley, « entretanto, consciente de que
necesitaba la aprobación romana si quería conservar la corona, Berenice envió
una sólida delegación de cien personas, encabezada por el extraordinario
filósofo y académico Dión de Alejandría, para defender su causa. Auletes
reaccionó con brutal indiferencia, y una vergonzosa combinación de asesinato,
coacción y soborno impidió que la delegación hablase. El escándalo resultante
que amenazaba con implicar a los prominentes banqueros que apoyaban a Auletes,
se ocultó rápidamente tras el tapiz oficial» .
Para evitar problemas,
Ptolomeo marchó a Éfeso y desde allí continuó tejiendo la red necesaria para
repescar su trono. En el año 55 a. C., su ya habitual método del soborno le granjeó
el apoyo militar necesario del gobernador de Siria, Aulo Gabinio, para
atacar Egipto. No en vano el historiador romano Plutarco escribió: «
Gabinio tenía un cierto temor a la guerra, aunque estaba totalmente fascinado
por los diez mil talentos» . Con la ayuda de las tropas sirias, Auletes recobró
el poder en Egipto, ejecutó a Berenice y sus partidarios y continuó con su
política de presión fiscal para pagar sus deudas.
Cuatro años más tarde murió
y, conforme a lo establecido en su testamento, le sucedieron sus hijos mayores,
Cleopatra y Ptolomeo. La primera tenía dieciocho años. El segundo era sólo un
niño de diez. Pero Cleopatra, que había sido educada para ocupar el trono,
había extraído la lección esencial del reinado de su padre: la suerte de Egipto
dependía de Roma, y para mantener el poder los recursos de un faraón podían ser
de todo tipo. Los años siguientes demostrarían lo bien que la había aprendido.
UNA
MUJER FARAÓN
El testamento de Auletes
precisaba que le habían de suceder sus dos hijos mayores, lo que suponía que
ambos debían casarse. El matrimonio entre hermanos no era ajeno a la tradición
real egipcia, pues y a durante la etapa del Imperio Antiguo se había producido
esporádicamente con las primeras dinastías gobernantes. Desde el punto de vista
político, estos matrimonios incestuosos presentaban ventajas nada desdeñables ya
que reducían el número de posibles pretendientes al trono, y con ello los
conflictos sucesorios, y mantenían alejados de la corona a personas no
pertenecientes a la realeza, lo que permitía asegurar la preparación adecuada
de los futuros reyes y conjuraba en buena medida el peligro de los advenedizos.
Por otra parte, y no menos importante para la mentalidad egipcia, el matrimonio
entre hermanos era un modo de vincular a los reyes y reinas de Egipto con los
dioses de su panteón entre los cuales, según los relatos mitológicos, también
se habían producido. El matrimonio entre hermanos no era posible para los
egipcios, pero sí para sus dioses y para sus faraones. Los primeros Ptolomeos,
tan conscientes de las ventajas políticas de este tipo de matrimonio como
deseosos de legitimar su nueva dinastía, no dudaron en recurrir a él, y de paso
también se vinculaban con la tradición del Imperio Antiguo. Por tanto, cuando
Ptolomeo XII dejó establecida su sucesión recurriendo al reinado conjunto de
sus hijos y, en consecuencia, a su matrimonio, no estaba haciendo nada que
pudiese sorprender ni a sus herederos ni a su pueblo.
Sin embargo no tenemos datos
que demuestren el matrimonio entre Cleopatra VII y Ptolomeo XIV, quizá porque,
como recuerda la profesora Tyldesley, « es probable que fuera tan sólo un
matrimonio de nombre. La diferencia de edad entre hermana y hermano constituía
un inconveniente. Cleopatra, con dieciocho años, era demasiado mayor para
permanecer soltera, mientras que Ptolomeo, con tan sólo diez, era demasiado
joven para consumar un matrimonio» . En cualquier caso, la edad de Ptolomeo
motivó que tuviese que gobernar mediante un consejo regente, situación que fue
aprovechada por Cleopatra para hacerse con el poder y, tomando su primera
decisión política, presentarse como reina única de Egipto. La adopción de su
sobrenombre, Thea Filópator (« diosa que ama a su padre» ), era una forma de
subrayarlo al vincular su reinado a su padre y no a su hermano.
Parece pues que durante más o
menos el primer año y medio de su reinado, Cleopatra gobernó en solitario como
faraón mujer de Egipto. La tradición egipcia no contemplaba la posibilidad de
que un faraón fuese mujer. De hecho, no existía la palabra « reina» como título
propio, sino que todas las mujeres reales eran denominadas en función de su
relación con el faraón: « esposas del rey » , « grandes esposas reales» , «
madres del rey » e « hijas del rey » . En los casos en que, ante situaciones
como la minoridad del faraón, una mujer gobernaba, recibía el título de « rey
mujer» . Paradigmático fue el caso de la reina Hatshepsut, que durante
el Imperio Nuevo trató de romper con esa tradición imponiendo su gobierno, pese
a lo cual se hacía representar con ropa y atributos masculinos. Sin embargo
Cleopatra no tuvo que hacer frente a ese problema y a que en la época
ptolemaica varias fueron las mujeres que llegaron a gobernar Egipto. Por tanto,
sin miedo a ser rechazada, no dudó en dejar a su hermano de lado, presentarse
como reina de Egipto, es decir, como faraón mujer, y en hacerse representar
como tal, esto es, con rasgos claramente femeninos.
A pesar de su éxito inicial,
los partidarios de su hermano no estaban dispuestos a dejarse atajar y
finalmente, quizá aprovechando el descontento popular por la política de apoyo
a Pompeyo contra Julio César por hacerse con el poder de Roma, y que recordaba demasiado
a la política seguida por Auletes, consiguieron imponerse sobre la joven reina.
Cleopatra se vio obligada a huir de Alejandría y buscar refugio en Tebas y
Palestina, pero estaba dispuesta a luchar por lo que consideraba suyo y comenzó
a reclutar soldados para imponer su regreso mediante la fuerza de las armas.
Como recuerda la historiadora Janet Louise Mente, « fue educada para ser el
faraón. Su padre la educó para el poder más que a ninguno de sus hermanos o
hermanas y cuando intentó marchar sobre Alejandría probablemente lo hizo no
tanto contra su hermano como contra la parte de la corte que pretendía alejarla
al darse cuenta de que era una mujer que sabía lo que quería, y eso a la tierna
edad de diecinueve años» . Pero Cleopatra nunca llegó a marchar contra
Alejandría pues otros hechos vinculados con Roma vendrían a precipitar la situación.
En enero del año 49 a. C.
había estallado la guerra civil en Roma. La muerte de Craso había supuesto el
fin del Triunvirato y entre Pompeyo y Julio César la situación era ya
irreconciliable. El primero, tras sus triunfantes campañas militares en la
Galia, había acumulado un enorme poder así como popularidad entre los
militares. Convencido de que lo mejor para Roma era poner punto final a su
decadente vida política y establecer un régimen de corte personal que permitiese
el gobierno eficaz de su cada vez más extenso territorio, César reclamaba para
sí ese papel. Por su parte, Pompeyo, no menos deseoso de poder, guardaba la
apariencia de apoyo al Senado y se arrogaba la defensa de la tradición política
romana. El enfrentamiento culminó con la declaración de guerra de César a
Pompeyo y al Senado mediante el simbólico acto de cruzar el río Rubicón hacia
Italia seguido de su ejército. La contienda terminaría inclinándose a favor del
primero, que derrotó ampliamente a Pompeyo en la batalla de Farsalia (Grecia).
Éste, vencido pero con ánimo de recomponerse, huyó hacia Egipto, donde esperaba
contar con el apoyo del hijo de su viejo amigo Auletes que, por otra parte,
había sido reconocido como legítimo rey de Egipto frente a Cleopatra por el
Senado. Cuando llegó a la costa (en Pelusio), una embarcación enviada por
Ptolomeo XIII en la que entre otros se hallaba un conocido compañero de armas,
el centurión Lucio Séptimo, le dispensó la bienvenida invitándole a embarcar
para conducirlo ante el faraón. Confiado, Pompeyo así lo hizo, pero cuando al
llegar a la playa tendió su mano para que le ayudasen a levantarse con
dignidad, Séptimo le atravesó con su espada. Su esposa, Cornelia, contempló
desde el barco que les había llevado al puerto de Pelusio cómo lo decapitaban y
arrojaban su cuerpo al mar.
Los consejeros del joven
Ptolomeo querían congraciarse con César pues no podían gobernar sin el apoyo de
Roma y, por otra parte, suponían que Pompeyo estaba del lado de Cleopatra,
quien avanzaba desde el este con su ejército. El asesinato de Pompeyo, aunque
indigno, era a juicio del joven rey la mejor opción política en una situación
desesperada. Cuatro días más tarde, César llegó a Alejandría en persecución de
Pompeyo y fue recibido por los consejeros de Ptolomeo con la cabeza de Pompeyo
en la mano. Algunas fuentes afirman que perdió el conocimiento, otras —las más—
que lloró, pero además debió de respirar aliviado por la muerte de su enemigo.
Aun así no estaba dispuesto a dejar pasar el asesinato público de un ciudadano romano,
por lo que inmediatamente desembarcó y, desafiante, desfiló por la ciudad con
sus lictores (magistrados) portando los símbolos de su poder. Las revueltas
populares ante la afrenta que suponía la afirmación de un poder considerado
extranjero no se hicieron esperar, pero al caer la noche César y a se había
apoderado del palacio real. En los disturbios que siguieron durante las
jornadas posteriores tendría lugar el tristemente célebre incendio que acabó
con la Biblioteca de Alejandría, pero para entonces el conflicto entre
Cleopatra y su hermano había comenzado a resolverse y no precisamente por las
armas, o no por las armas de guerra, sino por las de la seducción.
CLEOPATRA
Y JULIO CÉSAR
Establecido en el palacio de
Alejandría, César hizo llamar a su presencia a Ptolomeo y Cleopatra. La guerra
civil que el enfrentamiento entre ambos parecía traer sin remedio no convenía a
los intereses estratégicos de una Roma en situación interna asimismo inestable,
de modo que decidió dar una solución al problema sucesorio egipcio.
Ptolomeo
contaba con una situación de partida teóricamente más favorable para que el
conflicto se resolviese a su favor pues había mostrado su fidelidad a César con
la muerte de Pompeyo y, a diferencia de su hermana, tenía el apoyo de los
alejandrinos. Además, ésta se encontraba fuera de la ciudad, junto con su
ejército, por lo que Ptolomeo fácilmente podría entrevistarse primero con César
y convencerle de las bondades de su reconocimiento como faraón
por parte de Roma. No contaba con la astucia de Cleopatra.
Al recibir la convocatoria de
César, Cleopatra abandonó sus tropas y partió con toda rapidez y en secreto
hacia Alejandría. Había planeado un golpe de efecto que pasaría a la historia
gracias a la pluma de Plutarco: burlando la vigilancia de los partidarios de su
hermano, logró introducirse en palacio envuelta en un fardo de tela de un
mercader siciliano, Apolodoro, que la condujo hasta la presencia de
César y, desenrollando el paquete, dejó caer a los pies de éste a una seductora,
agitada y feliz Cleopatra.
La historia se ha popularizado y adornado tanto que
frecuentemente se dice que Cleopatra iba envuelta en una exótica (y anacrónica)
alfombra persa, pero no es eso lo que cuenta Plutarco. En cualquier caso, cabe
imaginar la sorpresa de César por la osadía de una mujer a la que sacaba más de
veinte años y a la que, sin duda, encontró interesante.
Mucho se ha escrito acerca de
la belleza de Cleopatra y su poder de seducción, a pesar de que no se conserva
ningún retrato; no obstante, las fuentes de la época, al contrario que el mito,
no afirman que fuese una mujer especialmente bella aunque sí seductora. Como
recuerda Janet Louise Mente, « Plutarco describe a Cleopatra al menos en dos
pasajes, uno en el que dice: “Cleopatra tiene una voz como un instrumento de
muchas cuerdas”. Así que debía de haber algo en ella, tal vez su voz o el modo
en que hablaba, que hacía que los hombres, que la gente en general se
interesara por ella. Y también dijo que Platón hablaba de cuatro modos
distintos de alagar, pero Cleopatra conocía miles. Así que quizá no era una
mujer hermosa, pero debía de tener muchos encantos» .
Para el historiador
Wolfgang Schuller no cabe duda de que fueron dos cosas las que cautivaron a
César, « la astucia, en la que él pudo reconocer a alguien que le igualaba en
calculada osadía, y por supuesto el atractivo de la joven como mujer» .
Cleopatra era una mujer refinada, de modales cortesanos y amplia cultura
conforme al reputado modelo helenístico. Según las fuentes, dominaba multitud
de lenguas diferentes, incluida la egipcia, que sus sucesores habían abandonado
en aras del griego, y no necesitaba de intérpretes para tratar con extranjeros.
Nada de lo que vio César aquella noche en Alejandría debió de desagradarle.
Cuando al día siguiente Ptolomeo llegó para entrevistarse con César, descubrió
estupefacto que su hermana había evitado su vigilancia, se le había adelantado,
había intimado con César y había logrado convencerle para que la apoyase. No es
de extrañar que, como relata Plutarco, sin poder contener su ira comenzase a
gritar mientras arrojaba al suelo la diadema que llevaba en la cabeza.
La solución al conflicto se
produjo rápidamente. César procedió a leer ante una asamblea pública el
testamento de Auletes dejando de este modo claro que esperaba que se diese
cumplimiento a lo que en él se establecía, es decir, el reinado conjunto de
ambos hermanos. Cleopatra VII y Ptolomeo XIII pasaron a ocupar el trono de
Egipto, pero era la primera quien, recordando las lecciones aprendidas, había
asegurado el vínculo con Roma: nueve meses más tarde daba a luz al único hijo
varón de César, Ptolomeo César, también conocido como Cesarión. César y
Cleopatra se convirtieron en amantes pero los meses siguientes no resultaron
precisamente tranquilos.
El reparto equitativo de poder no había contentado a
nadie, ni siquiera a Cleopatra, pero ella sabía que gozaba del favor de César y
que lo mejor que podía hacer era aguardar a que los acontecimientos se
decantasen por sí solos. Y así sucedió, pues los partidarios de Ptolomeo XIII y
su hermana Arsinoe trataron de oponerse por las armas a la decisión del general
romano. El resultado fue la muerte de Ptolomeo y sus colaboradores, la captura de
Arsinoe y el nuevo matrimonio nominal de Cleopatra con su hermano menor Ptolomeo XIV para reinar
conjuntamente. Ptolomeo XIV tenía trece años, Cleopatra era la protegida de
César y Egipto dependía por completo de Roma. La reina tenía vía libre.
Una vez apaciguada la
situación interna de Egipto, César se entregó a un placentero y suntuoso viaje
por el Nilo junto con su amante. Obviamente no fue sólo un viaje de placer
pues, como apunta Wolfgang Schuller, « al hacer este viaje y llevar consigo
soldados romanos manifestaba ante Egipto que la cuestión del poder había sido
resuelta a favor de Cleopatra, que gozaba del apoyo de Roma» . Por otra parte,
Cleopatra exhibía su triunfo segura de que su hijo sería la garantía de la independencia
de Egipto y de su perpetuación en el poder.
Aunque la vida en Alejandría era
más que apetecible, César no podía abandonar sus obligaciones políticas, de
forma que en el verano del año 47 a. C. salió hacia Asia Menor para defender
los intereses militares romanos y un año más tarde hacía su entrada triunfal en
Roma conmemorando las victorias habidas desde el año 58 a. C. en Galia, Egipto,
el Ponto y África. Arsinoe, la hermana de Cleopatra que había tratado de
arrebatarle el trono, encadenada como prisionera, formaba parte del séquito.
Pero el nacimiento de
Cesarión y su relación con César habían hecho acariciar a Cleopatra el sueño de
compartir el poder conjunto de Egipto y Roma. En palabras del historiador Antonio
Loprieno, « es posible que la aventura amorosa de Cleopatra con César la ayudara
a tomar conciencia no tanto de su papel personal como del papel de Egipto en el
Imperio romano. A través de su relación con César percibió que Roma prestaba
una atención especial a Egipto y quería que él jugase esa carta a favor de los intereses
de Egipto tanto como fuese posible» . Guiada por esa idea, se presentó en Roma
con su hijo y su hermano-esposo en el otoño del 46 a. C. César acogió la visita
con auténtica alegría e instaló a la reina egipcia en una villa situada al otro
lado del Tíber.
Aunque la relativa lejanía del alojamiento de Cleopatra no facilitó
su presencia en el centro de la vida social romana, lo cierto es que su
estancia en Roma, y particularmente el comportamiento de César al respecto
(como la erección de una estatua de oro de Cleopatra como Venus), causó no poca
irritación y se convirtió en un motivo más de crítica y afrenta para los
enemigos del hombre más poderoso de Roma. Finalmente, las tensiones
internas de la política romana cristalizaron en el famoso asesinato de César en
los idus de marzo del año 44 a. C. Los sueños y la seguridad de Cleopatra
saltaban en pedazos y un mes más tarde abandonaba Roma para regresar a Egipto.
Nada hacía presagiar que poco después, para desesperación de los romanos,
volvería a estar íntimamente situada en el centro del poder político junto a
Marco Antonio.
EL
DESTINO FINAL: CLEOPATRA Y MARCO ANTONIO
En torno a julio del año 44 a.
C., Cleopatra regresó a Egipto y poco después de un mes su hermano-esposo
falleció. Las fuentes egipcias no dan explicaciones sobre la muerte de Ptolomeo
XIV, pero las romanas —que describen a Cleopatra bajo la perspectiva del
enemigo— afirman que su hermana lo envenenó o bien ordenó que lo asesinaran.
Fueran cuales fuesen las causas de la muerte del jovencísimo faraón, se imponía
la necesidad de buscar un nuevo corregente varón para el trono egipcio y,
agotados los hermanos, la línea natural señalaba a Cesarión. ¿Asesinato? No es
posible saberlo, pero sin duda que la muerte de su hermano no podía resultar
más adecuada políticamente para los intereses de Cleopatra.
Así, con tres años
Cesarión pasó a ser Ptolomeo XV y a gobernar Egipto con su madre. El
sobrenombre que ésta escogió para él era toda una declaración de las
intenciones políticas de Cleopatra: Ptolomeo XV, Theos Filópator Filómetor («
dios que ama a su padre y a su madre» ). Quizá algún día el hijo de César
podría gobernar Roma además de Egipto. Sólo había que esperar y dejar pasar el
tiempo.
Entretanto en Roma se
sucedían los acontecimientos a raíz del asesinato de César. La apasionada
lectura que hizo Marco Antonio de su testamento desató una oleada de ira
popular contra sus asesinos, los defensores de la Roma republicana, especialmente
Casio y Bruto. El poder estaba nuevamente del lado de César. No sin
problemas se formó un segundo Triunvirato integrado por los incondicionales del
general asesinado —Octavio, Marco Antonio y Lépido— que abordó como tarea
prioritaria la captura de los asesinos que habían huido hacia la zona oriental del
Mediterráneo.
Cleopatra trató de retrasar cuanto pudo su intervención como reina
de Egipto en el conflicto, pues su cautela política la aconsejaba aguardar hasta
que se hubiese decantado la situación hacia alguno de los dos bandos, más aún
cuando las tropas de Casio estaban tan cerca de Egipto. Sólo cuando éstas se retiraron
para acudir a la llamada de Bruto, Cleopatra decidió enviar una poderosa flota
de guerra en apoyo de Marco Antonio y Octavio.
Los barcos egipcios no tuvieron ocasión de intervenir pues fueron devastados por una violenta tempestad, y antes de que la reina pudiese armar una nueva flota las tropas de los triunviros vencieron a los asesinos de César en Filipos.
Los barcos egipcios no tuvieron ocasión de intervenir pues fueron devastados por una violenta tempestad, y antes de que la reina pudiese armar una nueva flota las tropas de los triunviros vencieron a los asesinos de César en Filipos.
La actitud titubeante de
Cleopatra no había pasado desapercibida y por esa razón el victorioso Marco
Antonio reclamó su presencia en Asia Menor para que aclarase la postura de
Egipto en relación con Roma. Como años antes cuando sorprendió a César envuelta
en sábanas, Cleopatra preparó un encuentro impactante con uno de los nuevos
hombres fuertes de Roma. Según Plutarco: « Se resolvió a navegar por el río
Cidno en galera con popa de oro, que llevaba velas de púrpura tendidas al
viento, y era impelida por remos con palas de plata, movidos al compás de la
música de flauta, oboes y cítaras. Iba ella sentada bajo dosel de oro, adornada
como se pinta a Venus» .
Cuando llegó al punto de encuentro, en lugar de
visitar a Antonio le invitó a participar en un fabuloso banquete en su barco.
Al día siguiente repitió su invitación y colmó a Marco Antonio y sus invitados
de magníficos regalos. Nuevamente desplegaba sus habilidades políticas y su
innegable poder de seducción. Como indica el profesor Schuller, « sin duda a Cleopatra
le costó poco convencer a Antonio de que ella no solamente no había ayudado a
los asesinos de César, sino también de que incluso había tratado de prestar
apoyo a los partidarios de éste con barcos de guerra» . Unas semanas después
Cleopatra regresaba a Alejandría y tras ella, un mes más tarde, llegaría Marco
Antonio.
Una vez más las pasiones
políticas y humanas de Cleopatra coincidían y, una vez más, dieron un fruto que
unía los destinos de Roma y Egipto: en el otoño del año 40 a. C., Cleopatra dio
a luz mellizos. Marco Antonio era padre de un varón llamado Alejandro y de una
niña llamada Cleopatra. Pero en Roma las intrigas políticas continuaban y, tras
la desaparición de Lépido de la escena pública, Octavio, hijo adoptivo de
César, acumulaba poder y con él se alimentaba el conflicto con Antonio, que
ante la situación —y antes del nacimiento de sus hijos — había optado por
regresar a Roma. Mientras Cleopatra traía al mundo a los hijos de Marco
Antonio, éste acordaba en Brundisium una reorganización del Triunvirato con
Octavio que se selló con su matrimonio con la hermana de éste, Octavia.
Durante
los tres años siguientes el pacto de poder que entregaba a Marco Antonio los
dominios orientales de Roma y a Octavio los occidentales funcionó, pero en el
año 37 a. C. Antonio, que aparentemente se dirigía hacia el este para combatir
a los partos, en lugar de seguir su rumbo decidió desviar su camino para volver
a encontrarse con Cleopatra en Egipto.
Una vez allí sucedió algo
inesperado que las fuentes romanas atribuyen a la desaparición de la voluntad
de Marco Antonio en manos de la pasión de Cleopatra: el romano solicitó ayuda
militar de Egipto para abordar su campaña militar contra los partos y Cleopatra
accedió a dársela a cambio de la devolución administrativa de buena parte de
los territorios orientales que Egipto había perdido en tiempos de los primeros
Ptolomeos. Marco Antonio aceptó y Cleopatra recibió el control de Chipre,
Creta, Libia, Siria, Fenicia, Cilicia y Nabatea. Además, reconoció a los hijos
de Cleopatra como propios.
Ambos volvían a ser amantes y desde Roma la
situación se veía con preocupación. El poder de Cleopatra había aumentado hasta
ser el mayor de los faraones de su dinastía aunque la soberanía finalmente
pertenecía a Marco Antonio y a Roma. Pero como Octavio y sus partidarios
advertían, Marco Antonio le pertenecía a ella.
En el año 36 a. C., Cleopatra
daba a luz a otro hijo, Ptolomeo Filadelfos. Poco después Antonio decidía
reanudar su campaña contra los partos, pero tras sufrir varias derrotas que
mermaron sus tropas volvió a retirarse a Alejandría. Entretanto, su esposa
Octavia se puso al frente de una expedición organizada por su hermano Octavio
para enviarle refuerzos.
Cuando Antonio se enteró de ello escribió a Octavia
pidiéndole que regresase a Roma. La ofensa sería hábilmente empleada por Octavio,
que emprendió una intensa campaña de desprestigio de su rival político en la
que le hacía aparecer como una marioneta en manos de la calculadora y ambiciosa
Cleopatra.
Finalmente, un nuevo hecho
llevaría la tensión con Roma a un punto insostenible: las llamadas Donaciones
de Alejandría. Para conmemorar un acuerdo con los medos que le permitía frenar
a los partos, Marco Antonio organizó un desfile al modo de los triunfos
romanos. A renglón seguido se convocó una asamblea pública en la que los hijos
de Cleopatra y Antonio, y también Cesarión, fueron proclamados soberanos de los
territorios orientales devueltos a Egipto, e incluso de otros más hacia el
este, hasta la India, que aún se esperaba conquistar. Marco Antonio y Cleopatra
mostraban al mundo su sueño político conjunto.
Como indica el historiador Robert
Gurval, « lo que llamamos las Donaciones de Alejandría refleja la tradición
romana de administración en el este. Marco Antonio distribuyó territorios a
Cleopatra y sus hijos. En ese momento probablemente provocaron poca
preocupación o problemas para Antonio en Roma. Al año siguiente cuando comenzó
la propaganda de guerra entre Octavio y él, el primero usó los regalos para
acusar a Marco Antonio de traidor a su patria» . La campaña de desprestigio
dirigida por Octavio arreció y, como señala asimismo Gurval, « la propaganda de
Octavio contra Marco Antonio y Cleopatra tuvo un gran éxito, y no porque fuera
verdad o porque la mayoría de los romanos la considerasen cierta, sino porque
éstos temían las consecuencias de que pudiera ser cierta. El miedo es una
herramienta poderosa e importante en cualquier forma de propaganda y los
romanos temían a Cleopatra como extranjera y como mujer» .
En el año 32 a. C., en un
rito solemne, Octavio declaraba la guerra a Cleopatra, la mujer que hacía
peligrar el poderío de Roma y que había acabado con la voluntad de Marco
Antonio.
El enfrentamiento entre
Octavio y Marco Antonio tuvo lugar el 2 de septiembre del año 31 a. C. en
Accio. Se trató de una batalla naval en la que la flota egipcia que apoyaba a las
fuerzas de Marco Antonio y que estaba comandada por Cleopatra abandonó el escenario
de la batalla antes de que ésta concluyese. Los historiadores romanos hablan de
deserción cobarde de Cleopatra pero actualmente se cree que ésta obedeció las directrices
de Antonio para evitar que el tesoro egipcio que trasladaban sus barcos, así
como la propia reina, cayesen en manos enemigas.
Al parecer de Robert Gurval, «
el hecho más importante que nos enseñan las fuentes históricas sobre la batalla
de Accio es que la flota egipcia, unos sesenta barcos completos, Cleopatra y,
lo que es aún más importante, el tesoro egipcio, escaparon de la batalla. Eso
probablemente no se debió a la cobardía de Cleopatra sino a la estrategia de
Marco Antonio» . Su derrota fue abrumadora y, tras pensar en quitarse la vida,
sus fieles le convencieron de que se reuniese con Cleopatra en Alejandría.
El fin de la pareja se
acercaba. En un último intento de salvar el sueño político para sus hijos,
ambos enviaron misivas a Octavio para llegar a un acuerdo, pero la situación no
admitía vuelta atrás. Éste se dirigió a Egipto en persecución de Antonio, que
preparó sus fuerzas para salirle al encuentro. Corría el verano del año 30 a.
C. y Octavio ponía seguro sus pies en Egipto en el puerto de Pelusio.
Las
tropas de Marco Antonio lo traicionaron cuando lo saludaron y se unieron al
enemigo. Desesperado, se dirigió a Alejandría en busca de Cleopatra, y por el
camino le llegaron rumores de que la reina se había suicidado. Abandonado por
todos desenvainó su espada y decidió poner fin a su vida. Sin embargo Cleopatra
estaba viva y refugiada en el magnífico mausoleo que había hecho construir para
su muerte. Le hicieron llegar el cuerpo aún con vida de Marco Antonio y ella
misma, ayudada de una sirvienta, logró hacerlo entrar en el mausoleo a través
de una ventana antes de que muriese desangrado en sus brazos.
Poco después, Octavio hizo su
entrada en Alejandría y capturó a Cleopatra. Pretendía llevarla en su cortejo
cuando hiciese su entrada triunfal en Roma, pero como no podía ser de otro
modo, Cleopatra no estaba dispuesta a consentirlo. En los días siguientes trató
de quitarse la vida privándose del alimento, pero Octavio la amenazó con matar
a sus hijos. La última gran demostración de sus encantos iba a tener lugar:
solicitó hablar con Octavio y le hizo creer que aspiraba a lograr la
intercesión de su esposa Livia para proteger a sus hijos. Debió de hacerlo con toda
la habilidad de la que era capaz pues Octavio se convenció de que había renunciado
a sus intenciones suicidas y de que deseaba una solución diplomática.
Como
afirmó Plutarco, « se retiró contento, pensando ser engañador, cuando realmente
era engañado» . Tras la entrevista Cleopatra visitó la tumba de Antonio, se
bañó y arregló con sus mejores galas y organizó una cena en sus aposentos.
Cuando apareció un criado portando una cesta de hermosos higos nadie sospechó
que bajo los frutos se escondía un áspid.
Finalizada la cena, Cleopatra se
quedó a solas con dos de sus sirvientas, Eiras y Carmion, y envió un mensaje a
Octavio pidiendo ser enterrada junto a Marco Antonio. Cuando éste recibió la
misiva salió corriendo con algunos de sus hombres para intentar impedir lo
inevitable. Al llegar a la habitación de Cleopatra ésta yacía muerta sobre el
lecho. Eiras estaba muerta a sus pies y Carmion con su último aliento colocaba
bien la diadema de la última reina de Egipto.
La muerte de Cleopatra marcó
el final de una época. El Egipto de los faraones pasaba a la historia y la Roma
imperial iniciaba su andadura bajo Octavio Augusto. El sueño de dominar el
Mediterráneo oriental e incluso de emular los logros de Alejandro Magno
desaparecía con Cleopatra y Marco Antonio, y con ellos expiraba un tiempo.
Roma
se abría paso borrando del mapa su huella, pues como recuerda Robert Gurval, «
cuando Octavio dejó Alejandría para celebrar su triunfo en Roma, Cesarión había
muerto y el hijo mayor de Marco Antonio había sido ejecutado.
De los tres hijos
de Cleopatra y Marco Antonio, los dos chicos habían desaparecido y la hija
había sido entregada en matrimonio a un rey africano. La estirpe de los
Ptolomeos había llegado a su fin» . Octavio había sido aconsejado por el
filósofo Ario Dídimo, que tomó prestada una frase de la Ilíada de
Homero: « No es bueno que hay a demasiados Césares» . Sin embargo, la memoria
de Cleopatra permaneció viva y terminarían siendo los historiadores romanos
quienes la elevasen a mito.
( Canal televisivo Historia )
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