¿Que no me soportas?. ¿Acaso
eres pobre y desgraciado?. ¿No tienes casa, esposa, hijos, ni una sola moneda
de cobre en tu bolsillo?. ¿Duermes debajo de los acueductos junto con los
esclavos fugitivos?. ¡No!. Eres rico y famoso, posees una casa magnífica,
cuentas con la amistad de los poderosos y eres propietario de otras muchas
casas, fincas, villas y granjas. Gozas de buena salud y puedes satisfacer todos
tus caprichos. En tu mesa hay vajilla de oro y plata, en tus aposentos muebles
de ébano y limonero, tienes vasos de Alejandría y objetos de bronce; tus
paredes están recubiertas de costosos murales y tus suelos de ricas alfombras.
Los banqueros se apresuran a honrar tus pagarés. Tu despacho está siempre lleno
de clientes importantes. Pronto serás nombrado pretor. Y todo esto me lo debes
a mi, a mi dinero, a la dote que yo aporté en nuestro matrimonio. ¡Y sin
embargo me hablas de «soportar»! ¡Ten cuidado, Marco, que puede que los dioses
te vuelvan la espalda por ser tan desagradecido!
No, no me divorciaré de ti, Marco. El divorcio es
algo odioso. Ya sé que no me amas y que quieres a Clodia, esa fulana que se
perfuma el cuerpo, que es joven y se rocía el cabello con polvo de oro y no le
da vergüenza exhibir sus senos. Pero yo te amo, Marco. No privaré a Tulia de su
padre, al que ella adora. Despréciame y recházame, como has hecho durante
tantos años, Marco. Pero siempre me
encontrarás aquí para darte la bienvenida, cada vez que te plazca darte cuenta
de mi presencia, y por supuesto lo tengo claro: no pienso divorciarme de ti.
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