En ningún sitio está escrito que
por el hecho de que un hombre sea romano tenga taxativamente el derecho de su
parte . No hablo en nombre de Lucio Frauco, el acusado, ¡hablo en nombre de
Roma! ¡Hablo en nombre del honor! ¡Hablo en nombre de la integridad! ¡Hablo en
nombre de la justicia! No la clase de justicia de pacotilla que interpreta una
ley en su sentido más literal, sino de la justicia que interpreta la ley en su
sentido más lógico. La ley no debe ser una pesada y enorme losa que cae sobre
el hombre, convirtiéndole en algo uniforme, porque los hombres no son
uniformes. La ley debe ser una suave sábana que caiga sobre el individuo y bajo
su amparo igualitario muestre la peculiaridad del mismo. No debemos olvidar que
nosotros, ciudadanos de Roma, somos ejemplo para el resto del mundo, y en
particular por nuestras leyes y nuestros tribunales. ¿Se ha visto nunca
semejante meticulosidad en otra parte? ¿Semejante preparación? ¿Semejante
clarividencia? ¿Semejante cuidado? ¿Semejante prudencia? ¿No lo admiten hasta
los griegos de Atenas? ¿Los de Alejandría? ¿Los de Pérgamo?
Lucio Frauco, un itálico de
Marruvio , es la última víctima, y no el culpable. Nadie, incluido Lucio
Frauco, niega el hecho de que falte esa gran suma de dinero entregada por Cayo
Opio. Ni se cuestiona que esa gran suma de dinero deba ser reintegrada a Cayo
Opio, junto con los intereses habidos por el préstamo. De una forma u otra,
será reembolsada. Si hace falta,
Lucio Frauco está dispuesto a vender sus casas, sus tierras, sus inversiones,
sus esclavos, sus muebles... ¡todo lo que posee! ¡Bienes de sobra para
conformar la restitución!
Habéis escuchado a los testigos.
Habéis escuchado a mi docto colega el acusador. Lucio Frauco fue el
prestatario. Pero no un ladrón. Por consiguiente, afirmo que Lucio Frauco es la
verdadera víctima de este fraude, no Cayo Opio, su banquero. Si condenáis a
Lucio Frauco, miembros del jurado, le
sometéis al pleno castigo de la ley que se aplica a quien no es ciudadano de
nuestra gran ciudad, ni poseedor de los derechos latinos. Todas las propiedades
de Lucio Frauco serán puestas a la venta, y ya sabéis lo que eso significa. No
alcanzarán ni con mucho su valor real e incluso puede que no lleguen ni para restituir
la suma en cuestión. ¡Bien! ¡Ni con mucho su valor real! Tras lo cual, miembros
del jurado, Lucio Frauco será vendido a cuenta de su deuda hasta que cubra la
diferencia entre la suma demandada y la suma obtenida por la venta forzosa de
sus propiedades. Bien; puede que Lucio Frauco haya sido poco acertado en la
elección de sus administradores, pero en el desenvolvimiento de sus negocios,
Lucio Frauco es muy dispuesto y obtiene buenos resultados. Pero ¿cómo podrá
pagar su deuda si, privado y desposeído de sus propiedades, se le vende como
esclavo? ¿Le serviría acaso a Cayo Opio de escribano?
Para quien no es ciudadano
romano, ser convicto de un cargo delictivo significa antes que nada ser
azotado. No castigado con la vara, como los ciudadanos romanos, que sufren
algo, aunque sobre todo en su dignidad. ¡No! ¡A él se le azota! Se le golpea a
diestro y siniestro con el látigo de púas hasta que no le quede piel ni
músculos y quede tullido para el resto de sus días, con cicatrices peores que
las de los esclavos de las minas.
¡Somos romanos! . Italia y sus ciudadanos están bajo nuestra protección.
¿Vamos a comportarnos como propietarios de minas con los que miran hacia
nosotros como ejemplo? ¿Vamos a condenar a un hombre inocente por un
tecnicismo, por el simple hecho de que sea suya la firma del documento de préstamo?
¿Vamos a ignorar el hecho de que está dispuesto a llevar a
cabo la total restitución? ¿Es que vamos a concederle menos justicia que a un
ciudadano de Roma? ¿Vamos a azotar a un hombre que antes bien merecería llevar
un gorro de zopenco por su necedad al confiar en un ladrón? ¿Vamos a hacer
viuda a una esposa? ¿Dejar a unos niños huérfanos de su querido padre? ¡Claro
que no, miembros del jurado! Somos romanos: ¡el mejor linaje humano!
Gracias,
praetor peregrinus
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