martes, 25 de noviembre de 2014

EL VIGOR DE CAYO MARIO EN SU MADUREZ



Muchos otros en la posición de Mario habrían optado por permanecer tumbados en el baño, mientras los esclavos los enjabonaban, rascaban y masajeaban, Cayo Mario prefería seguir haciéndolo él mismo. Hay que decir que a sus cuarenta y siete años seguía siendo un hombre muy atractivo, con un físico nada desdeñable. Por tranquilas que fuesen las jornadas que vivía, si tenía tiempo, hacía bastante ejercicio con pesas y barras, cruzaba a nado varias veces el Tíber por el tramo llamado Trigarium, y volvía corriendo por el perímetro externo del Campo de Marte hasta su casa en la ladera del Arx capitolino. Comenzaba a escasearle algo el cabello en la parte superior de la cabeza, pero aún conservaba suficientes rizos para peinárselos hacia adelante con muy buen efecto. Qué remedio. Nunca había sido, ni nunca sería, una belleza, pero igual daba la imagen de un romano común.



Por otra parte, un hombre tan inclinado a lo militar y tan físicamente activo como Cayo Mario, buscaba solaz sexual sólo cuando, en su necesidad, el azar le deparaba un encuentro con alguna mujer atractiva; y no había tenido muchos en su vida. Disfrutaba así, de vez en cuando, de una cana al aire con alguna mujer bonita que se hubiera sentido atraída por su persona (si estaba libre y dispuesta), con una doméstica o con alguna cautiva en las campañas. Y así era cuando estaba casado con Grania, una mujer que le fue impuesta en su niñez y a la que no amaba ni le dio hijos, pero cuando la repudió y se casó con Julia de los Césares, se abocó totalmente hacia ella, y descubrió l que era el amor, sentirse enamorado, y los placeres completos del sexo.



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