Tras llegar el día acordado para el reparto de la soldada,
ordenó a los oficiales que formasen las tropas y repartiesen el dinero a cada
hombre a la vista del enemigo. Las tropas, como era costumbre, sacaron sus
armas de donde estaban guardadas y avanzaron vestidos con cota de malla, con la
caballería montando sus caballos ricamente ajaezados. La zona que se hallaba
enfrente de la ciudad resplandecía a lo largo y ancho de oro y plata. Nada era
más gratificante para los romanos, o más aterrador para el enemigo que ese
espectáculo.
( Flavio Josefo en "La guerra judía" )
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