martes, 9 de junio de 2015

CORNELIA METELA, HIJA DE UN ESCIPIÓN, NUEVA ESPOSA DE CNEO POMPEYO MAGNO


Era una mujer bastante atractiva, por esa parte no había nada malo en casarse con ella. Tenía el pelo castaño espeso y brillante y lo llevaba enrollado en trenzas que le cubrían en parte las orejas; la boca era lo bastante carnosa como para que apeteciera besarla, los pechos considerablemente más abundantes que los de Julia. Y los ojos grises estaban bastante espaciados, aunque tenía los párpados un poco abultados. Se había sometido al lecho matrimonial con resignación encomiable; había perdido la virginidad porque había estado casada con Publio Craso, aunque no era, según descubrió Pompeyo, ni lo bastante experta ni lo bastante ardiente como para querer aprender a disfrutar de lo que los hombres les hacen a las mujeres. Pompeyo se enorgullecía de sí mismo por sus habilidades como amante, pero Cornelia Metela lo había derrotado. En conjunto, ella no mostraba desagrado ni repugnancia, pero seis años de matrimonio con la deliciosamente entusiasta Julia, que se excitaba fácilmente, lo habían sensibilizado de un modo peculiar; el antiguo Pompeyo nunca se habría fijado, pero el Pompeyo de después de Julia era incómodamente consciente de que una parte de la mente de Cornelia Metela estaba pensando en la tontería que era aquello mientras él le besaba los pechos o se apretaba con fuerza contra ella. Y la única vez que Pompeyo jugueteó con la lengua entre los labios de la vulva de Cornelia Metela para provocar una auténtica reacción, obtuvo, en efecto, dicha reacción: ella se apartó hacia atrás con ofendida repulsión.


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