martes, 9 de junio de 2015

CNEO POMPEYO MAGNO RECONOCE QUE CÉSAR ES MEJOR MILITAR Y POLÍTICO QUE ÉL




Pompeyo anduvo pensativo. Si, era cierto, aunque no podía admitirlo en voz alta. Hubo recelos en los primeros años de la carrera de César en la Galia de los cabelleras largas, y Vercingetórix los confirmó, les dio una forma concreta. Pompeyo devoró el despacho enviado al Senado que detallaba las proezas de aquel año: su año de consulado por tercera vez, y la mitad de él sin colega. Eclipsado. Ni un solo error militar por parte de Cayo Julio César. ¡Qué consumadamente habilidoso era aquel hombre! Con qué increíble rapidez se movía, qué decidido era en sus estrategias, qué flexible en sus tácticas. ¡Y qué ejército tenía! ¿Cómo lograba hacer que sus hombres lo venerasen como a un dios? Porque así era, lo veneraban. Les hacía pasar penalidades a través de dos metros de nieve, los agotaba, les pedía que pasaran hambre por él, los sacaba de los campamentos donde estaban acantonados en invierno y les hacía trabajar aún más. ¡Oh, qué tontos eran los hombres que atribuían todo eso a la generosidad de César! Unas tropas avariciosas que peleasen únicamente por dinero nunca estarían dispuestas a morir por su general, pero las tropas de César estaban dispuestas a morir por él cien veces.



Pensó Pompeyo: yo nunca he tenido ese don, aunque creí que sí lo tenía en los tiempos en que llamé a mis protegidos picentinos y me marché a guerrear junto a Sila. Entonces yo creía en mí mismo, y creí que mis legionarios picentinos me amaban. Quizá Hispania y Sertorio me quitaron ese don. Tuve que esforzarme mucho en aquella campaña, tuve que ver morir a mis tropas por culpa de mis propias meteduras de pata militares. Él nunca ha metido la pata. Hispania y Sertorio me enseñaron que, por supuesto, los números cuentan mucho, que es prudente tener más peso que el enemigo en el campo de batalla. Nunca he vuelto a luchar en inferioridad numérica desde entonces. Y nunca volveré a hacerlo. Pero él silo hace. César cree en si mismo; nunca lo asalta la duda. Se mete tranquilamente en una batalla con una inferioridad numérica tal que da risa. Y sin embargo no malgasta hombres ni busca batalla. Prefiere hacerlo pacíficamente si puede. Luego da la vuelta por completo y les corta las manos a cuatro mil galos. Y dice que ésa es la manera de asegurar un cese de hostilidades duradero. Probablemente tenga razón. ¿Cuántos hombres perdió en Gergovia? ¿Setecientos? ¡Y lloró por ello! En Hispania yo perdí casi diez veces ese número en una sola batalla, pero no fui capaz de llorar. Quizá lo que más temo es esa espantosa cordura suya. Incluso cuando le da un arranque de ese genio tan impresionante que tiene, permanece en condiciones de pensar con realismo, de hacer que los hechos se vuelvan en su favor. En lo más hondo de mi corazón tengo miedo de que César sea mejor que yo...


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