Cilón era un ambicioso noble ateniense, yerno del
tirano de Megara, Teágenes, que llegó a ser nombrado arconte, y pensó
que podría aplicar el mismo sistema político en su ciudad, Atenas. Así que hacia
el 632 a. C. intentó un golpe de estado, tomando la Acrópolis durante las
Dipolias —festividad consagrada a Zeus Polieo con la ayuda de soldados de
Megara, y de aristócratas atenienses. La presencia de soldados megarenses no
gustó al pueblo ateniense, que opuso una resistencia masiva, y cercó a los
invasores. Los pritanos de los naucraros, que gobernaban entonces la ciudad,
prometieron respetar sus vidas si deponían su actitud. Tucídides y Plutarco
también responsabilizan a los pritanos del crimen y no a los arcontes
(corregido por Tucídides en i.126.8): su relato omite toda referencia al
lugar donde ocurrió la masacre y cita a los nueve arcontes como responsables de
la muerte de los suplicantes. Según B. Jordan, tendría razón Tucídides, que
corregía a Heródoto, que se basaría en una fuente proalcmeónida que
intentaba exculpar a los Alcmeónidas.
Las respuestas a la impiedad cometida por Cilón,
constituía un acto de violencia en un santuario: el asesinato por los
magistrados de los suplicantes «cilonianos» en los altares de las Semnai,
mientras que en las Dipolias un funcionario sacrificaba un buey en el altar de
Zeus Polieo y después huía de la escena. Tanto en las Dipolias como en el
relato sobre Cilón sigue un juicio para determinar quién es culpable de las
muertes en el santuario, para identificar la fuente de polución, es decir, de
la impureza sacral. El juicio está atestiguado en la Constitución de los
atenienses, por lo tanto, no debe ser considerado como una invención de
Plutarco, según la opinión de F. S. Naiden. El juicio que purificó la ciudad
implicaba la expulsión del culpable, igual que en las Dipolias el cuchillo del
sacrificio era expulsado de la ciudad y purificado con agua de mar.
La posibilidad de que sucediera durante otras festividades,
las Diasia, es transmitida por Heródoto y criticada por Tucídides.
Cilón escapó, siendo el resto de sus seguidores
asesinados por el arconte Megacles I, cabeza de la familia Alcmeónidas,
aun después de haberles jurado respetar la vida si se rendían, motivo por el
que fue expulsado posteriormente de Atenas, y por el que se lanzó la maldición
de los Alcmeónidas sobre él y sus descendientes, ya que su acción atrajo
también sobre Atenas una impureza de considerable trascendencia política.
Obtuvo una victoria en la doble carrera, llamada
díaulos, en Olimpia,1 en la Olimpíada 35 (640 a. C.). Pausanias acredita que en la Acrópolis
había una estatua del conspirador, presumiblemente una ofrenda expiatoria por
su muerte. Sin embargo, la existencia de dicha escultura podría contradecir el
relato tucidídeo en el que Cilón consigue escapar, pero concordaría con la
explicación narrada por Heródoto sobre su muerte. El asedio a los conspiradores
en la Acrópolis, incluso su asesinato, es consecuentemente retratado como un
acto oficial de la polis, llevada a cabo por sus magistrados legítimos. Sin
embargo en el juicio parece que únicamente los Alcmeónidas fueron maldecidos.
En suma, comúnmente se considera la conspiración de
Cilón como el primer acontecimiento cierto de la historia de Atenas, aunque su
lectura sea la de un relato mítico o ritual. Esto no menoscaba la historicidad
real del caso, sin embargo, como las tradiciones orales que relatan
acontecimientos históricos, como rutina, hacen uso de tales tropos para
estructurar sus relatos.
Las excavaciones de 2016 en el puerto de Fáliro han
sacado a la luz una necrópolis que incluye una fosa común con 80 esqueletos de
varones jóvenes maniatados, datada en el tercer cuarto del siglo VII a.C. Se
presume que los cadáveres corresponden a los participantes en la revuelta de
Cilón, que se entregaron pero fueron ejecutados.
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