lunes, 8 de junio de 2015

MARCO ANTONIO SE DIVIERTE EN LA CORTE DE CLEOPATRA



Así comenzaron para Cleopatra más de dos meses de constantes diversiones. Cuanto más salvajes eran las fiestas, más las disfrutaba Antonio y mejor se sentía. Sosigenes había heredado la tarea de crear novedades que variasen el tenor de aquellas fiestas sibaríticas con el resultado de que de los barcos que anclaban en Alejandría desembarcaban músicos, bailarines, acróbatas, mimos, enanos, monstruos y magos de todo el lado oriental del Mare Nostrum.


A Antonio le encantaban toda clase de bromas, incluso aquellas pesadas que algunas veces rayaban en la crueldad; le encantaba pescar; le encantaba nadar entre muchachas desnudas; le encantaba conducir cuadrigas, una actividad prohibida a los nobles en Roma; le encantaba cazar cocodrilos e hipopótamos; le encantaba la poesía grosera; le encantaban las fiestas. Sus apetitos eran tan enormes que gritaba que tenía hambre una docena de veces al día; por consiguiente, Sosigenes dio con la brillante idea de tener siempre una cena completa preparada para servir, junto con grandes cantidades de los mejores vinos. Fue todo un éxito, y Antonio, que lo besó sonoramente, declaró que el pequeño filósofo era el príncipe de los buenos tipos.



Alejandría no podía hacer mucho en la protesta contra cincuenta y tantos borrachos que corrían por las calles bailando a la luz de las antorchas, llamaban sonoramente a las puertas y salían corriendo con grandes risas; algunas de las personas enfadadas eran los principales funcionarios de la ciudad, cuyas esposas se quedaban en casa llorando y se preguntaban por qué la reina lo permitía. Y la reina lo permitía porque no tenía otra alternativa, aunque su propia participación en esas actividades no la entusiasmaba. Antonio, una vez, la desafió a echar la perla de seis millones de sestercios de Servilia en una copa de vinagre y bebérsela; él era de la escuela que creía que las perlas se disolvían en vinagre.


Cleopatra, que sabía que no era así, aceptó el reto, aunque quizá no debía beberse el vinagre. La perla, que no había sufrido ningún daño, estaba alrededor de su cuello al día siguiente, y las bromas de los pescadores no cesaban. Al no tener suerte como pescador, Antonio le pagó a los buzos para que bajasen y enganchasen peces en su anzuelo. Luego, a la hora de sacar a esas criaturas, se vanagloriaba de sus habilidades como pescador. No obstante, un día, Cleopatra, cansada de tanta alharaca, mandó a un buzo para que enganchase un pescado podrido al anzuelo. Pero él se tomó la broma de muy buen humor, porque así era su naturaleza.



Cesarión contemplaba esas aventuras con una expresión risueña, aunque nunca le habían pedido que asistiese a las fíes- tas. Cuando Antonio estaba de buen humor, la pareja se marchaba a caballo para cazar cocodrilos o hipopótamos, y Cleopatra se quedaba sumida en la angustia ante la visión de su hijo aplastado por aquellas inmensas bestias y devorado por aquellos largos dientes amarillos. Pero había que reconocerle a Antonio su mérito, ya que protegía al niño de cualquier peligro y le hacía divertirse al máximo.


( C. McC.)


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