El
pueblo se dedicaba a sus rutinarias obligaciones diarias sin mostrar demasiado
interés en todo aquello; la larga experiencia les había enseñado que cuando se
producían aquellas convulsiones internas, todas las bajas y sufrimientos se
daban en el campo de aquellos que estaban en lo alto del árbol social. Y,
además, la mayor parte de la gente consideraba que César sería mejor para Roma
que los boni.
En
las filas de los caballeros, particularmente en las de aquéllos con la
importancia suficiente como para pertenecer a las Dieciocho, los sentimientos
eran muy diferentes... y muy mezclados. Eran los que tenían más que perder en
caso de guerra civil. Sus negocios se desmoronarían, las deudas serían
imposibles de cobrar, dejarían de producirse préstamos y las inversiones en el
exterior se harían imposibles de dirigir. El peor aspecto era la incertidumbre:
¿quién tenía razón, quién decía la verdad? ¿Había realmente cuatro legiones en
la Galia Cisalpina?. Y si las había, ¿por qué nadie podía localizarlas? ¿Y por
qué, si allí no había cuatro legiones, no se decía la verdad en público? ¿Acaso
a los de la calaña de Catón y los Marcelos les importaba otra cosa que no fuera
su absoluto empeño en darle a César una lección? Y, de todos modos, ¿qué lección
era ésa? ¿Qué había hecho César exactamente que no hubieran hecho los demás?
¿Qué le ocurriría a Roma si se le permitía a César presentarse como candidato
al consulado in absentia y salía libre de los procesamientos por
traición que los boni estaban tan decididos a instruir en su contra? La
respuesta a esas preguntas podían verla todos los hombres de Roma menos los boni:
¡Nada! ¡No sucedería nada! Roma continuaría como siempre. Mientras que la
guerra civil sería una verdadera catástrofe. Y parecía que aquella guerra civil
iba a librarse por una cuestión de principios. Y para un hombre de negocios,
¿había algo más ajeno y menos importante que los principios? ¿Ir a la guerra
por eso? ¡Era una locura! De manera que los caballeros empezaron a ejercer
presión sobre los senadores más propensos a ser agradables con César.
Desgraciadamente,
los boni de línea dura no eran dados a escuchar aquel cabildeo de los plutócratas,
aunque el resto del Senado lo fuera; para Catón y los Marcelos aquello no
significaba nada comparado con la progresiva pérdida de prestigio e influencia
que sufrirían a los ojos de todos si César ganaba en aquel forcejeo para ser
tratado del mismo modo que Pompeyo. ¿Y Pompeyo qué? ¿Aún perdiendo el tiempo en
Campania? ¿De qué parte estaba en realidad? La evidencia señalaba que se aliaba
con los boni, pero todavía había muchos que creían que a Pompeyo podría apartársele
de ellos si se le pudieran decir al oído ciertas cosas, aunque él se mostrara
reacio a ello.
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