Senadores,
príncipe del Senado, tribunos de la plebe, hoy debo de hablar de los asuntos en
Oriente. Esto es, del tema del imperator Marco Antonio. En primer lugar, Roma
ha recibido muy poco en tributos de las provincias de Marco Antonio desde que
asumió el triunvirato en Oriente. Poco después de Filipos, aproximadamente hace
seis años y medio. Que yo, triunviro de Roma, Italia y las islas, acabe de poder
reducir algunos impuestos y cancelar otros es mi propio trabajo, sin
contribución o ayuda de Marco Antonio. Y antes de que alguien en los bancos de
delante o del medio salte para decirme que Marco Antonio donó ciento veinte barcos
para la campaña contra Sexto Pompeyo, debo decirles a todos que cobró a Roma
por el uso de dichos barcos. ¡Sí, cobró a Roma! ¡Escucho que preguntáis, ¿cuánto?
Cuarenta y cuatro mil talentos, padres conscriptos! Una suma que representa el
cuarenta por ciento del botín de las arcas de Sexto Pompeyo. Los otros sesenta
y seis mil talentos vinieron a Roma, no a mí. Repito, no a mí. Fueron
destinados a pagar las enormes deudas públicas y a regularizar la provisión de
trigo. ¡Soy el sirviente de Roma y no tengo el deseo de ser el amo de Roma! ¡Me
beneficio de aquello donde el beneficio es una costumbre honrada por el tiempo!
Aquellos ciento veinte barcos costaron trescientos sesenta y seis talentos cada
uno, y fueron prestados por Antonio, no dados. Un quinquerreme nuevo cuesta cien
talentos, pero tuvimos que alquilar la flota de Marco Antonio. No había dinero
en el tesoro, y no podíamos permitirnos posponer nuestra campaña contra Sexto
Pompeyo otro año más. Así que, en nombre de Roma, acepté este chantaje, porque
es un chantaje.
Vosotros,
los senadores partidarios de Antonio, no os alteréis, estad tranquilos y
dejadme que os explique.
Seguramente
os estaréis preguntado: ¿ah, pero el tesoro recibió los sesenta y seis mil
talentos de plata?. ¡Pues no! ¡Sólo fueron depositados cincuenta mil talentos!
¿Entoncs qué pasó con los otros dieciséis mil? ¿Acaso pensáis que acabaron en
mis cofres personales, como si lo hubiera robado?. Pues no . Con ese dinero fueron
pagados a las legiones romanas para evitar un grave motín. Un tema que tengo la
intención de discutir con los miembros de esta cámara en otra ocasión, porque
es algo que debe cesar. Hoy, la cámara discute la administración de Marco
Antonio en Oriente. ¡Es un fraude, padres conscriptos! ¡Un fraude! ¡Los magistrados
de Roma de mí para abajo no tienen ninguna noticia de las actividades de
Antonio en Oriente, como tampoco el tesoro de Roma recibe tributo de Oriente!
Todo
en Oriente es un fraude ,incluidas las victorias de Marco Antonio contra los
partos. No ha habido ninguna victoria, padres conscriptos. Ninguna en absoluto.
En cambio, Antonio ha caído derrotado. Antes de asumir el triunvirato, el
palacio de verano del rey de los partos en Ecbatana tenía siete águilas
romanas, perdidas cuando Marco Craso y siete legiones fueron exterminadas en
Carras. ¡Una vergüenza que todos los verdaderos romanos deploran! La pérdida de
una águila significa la pérdida de una legión; en estas circunstancias, el
enemigo controla el campo de batalla al acabarse la contienda. Estas siete
águilas están allí para vergüenza de Roma, porque eran las únicas que tenía el
enemigo. ¡Sí, utilizo el pasado! ¡Con toda intención! Porque en estos seis años
y medio durante los cuales Marco Antonio ha gobernado Oriente, otras cuatro de
nuestras águilas han ido al palacio de verano en Ecbatana. ¡Perdidas por Marco
Antonio! Las dos primeras
pertenecían a las dos legiones que Cayo Casio dejó en Siria, a quien Antonio
confió la defensa de Siria cuando se marchó a Atenas después de la invasión de los
partos. Pero ¿cuál era su deber? Pues permanecer en Siria y expulsar al
enemigo. No lo hizo y escapó a Atenas para continuar su disoluto estilo de
vida. Mataron a su gobernador, Saxa, y también al hermano de Saxa. ¿Regresó
Antonio para vengarlos? ¡No, no lo hizo! Gobernó lo que le quedaba de Oriente
desde Atenas, y cuando los partos fueron expulsados, su conquistador, Publio
Ventidio, tuvo los honores de un vulgar mulero. Un buen hombre, un soberbio
general, un hombre del que Roma puede estar completamente orgullosa. Mientras
su jefe descansaba en Atenas y hacía pequeños viajes a través del Adriático
para atormentarme, a mí, un compañero, por no conseguir mis objetivos, como
habíamos acordado. Pero los he conseguido, y cuando llegó el momento estuve
allí en persona. Que confiase el mando de mi campaña a Marco Agripa era puro
sentido común. Es mucho mejor general que yo y, sospecho, de lo que es Marco
Antonio. Porque yo le di a Marco Agripa vía libre, mientras que Antonio ató a
Ventidio de pies y manos. Se le ordenó que mantuviese a los partos contenidos
para su jefe para cuando a éste le viniese de gusto mover su pesado culo, ya
fuese dentro de cinco meses o cinco años. Por fortuna para Roma, Ventidio no
hizo caso de las órdenes y expulsó a los partos. Pero no puedo evitar pensar,
padres conscriptos, que si Ventidio hubiese obedecido las órdenes, Antonio
habría dirigido las legiones al desastre. Como ahora.
Entiendo
vuestra preocupación y asombro ahora en saber esos informes. Los senadores
partidarios de Antonio, ¿os dais cuenta de por qué no merece vuestro apoyo?.
-Hay
más a decir: el pasado mayo Antonio
dirigió a una poderosa fuerza desde Carana, en la Pequeña Armenia, hacia el
este en una larga marcha. Dieciséis legiones romanas (noventa y seis mil
hombres) y una fuerza auxiliar de caballería e infantería de sus provincias
(otros cincuenta mil) hicieron una pausa en Artaxata, la capital de Armenia,
antes de embarcarse en un viaje a través de territorio desconocido guiados por
unos armenios en los que confiaba Antonio. Una de las tragedias de mi relato,
padres conscriptos, es que Marco Antonio ha demostrado una increíble capacidad
para confiar en los hombres equivocados. Sus consejeros protestaron hasta lo
indecible, pero Antonio no quiso escuchar sus sabios consejos. Confió en aquellos
que no debía confiar, comenzando por el rey de Armenia y luego el rey de Media.
Los dos Artavasdes, primero, le taparon los ojos y, después, lo esquilaron.
Nuestra pobre oveja Antonio perdió su tren de equipajes, el más grande reunido
nunca por un comandante romano, y en el proceso también perdió dos excelentes
legiones comandadas por Cayo Oppio Estatiano, de la eminente familia de los
banqueros. A Ecbatana fueron otras dos águilas de plata, que sumaron en total
cuatro las perdidas por Antonio y once las que adornan el palacio de verano del
rey Fraates. ¿Una tragedia? Sí, por supuesto. Pero fue más que eso, padres
conscriptos, ¡fue una calamidad! ¿Qué enemigo extranjero va a temer al poder de
Roma cuando sus tropas pierden las águilas?. Sé que la mayoria de vosotros, los
senadores no conociáis la historia, y los que la conociáis, no habíais
escuchado los detalles. Tengo un montón de pruebas a vuestra disposición que lo
confirman. Pero dejadme que os continúe explicando.
Sin su equipo de asedio robado por el rey
Artavasdes de Media junto con el resto del equipaje, Marco Antonio permaneció
acampado fútilmente delante de la ciudad de Fraaspa durante más de cien días,
incapaz de tomarla. Sus grupos forrajeros estaban a merced de los partos que lo
acechaban, dirigidos por un tal Monaeses, el parto en quien había confiado
totalmente. Cuando llegó el otoño, Antonio no tuvo más alternativa que
retirarse. Quinientas millas hasta Artaxata, acosado por Monaeses y su horda
parta, que mataban a los retrasados por miles, la mayoría, tropas auxiliares,
que no podían marchar al ritmo de una legión romana. Pero un gobernador romano
que emplea tropas auxiliares está ligado por el honor a protegerlos como si
fuesen romanos, y Antonio los abandonó deliberadamente para salvar a sus
legiones.
Quizá
yo o Marco Agripa hubiésemos hecho lo mismo en similares circunstancias, pero
dudo de que cualquiera de los dos hubiese perdido un tren de equipajes al permitir
que se retrasara centenares de millas detrás del ejército.
Se
acabó la retirada y el ejército se quedó en un campamento temporal en Carana a
finales de noviembre. Antonio, entonces, escapó a un pequeño puerto sirio, Leuke
Kome, y dejó a Publio Canidio el encargo de traer las tropas, que estaban
necesitadas de auxilio. Algunos perecieron en aquella última marcha debido al
terrible frío, muchos perdieron los dedos de las manos y los pies por
congelación. De sus ciento cuarenta y cinco mil hombres murieron más de la
tercera parte, la mayoría de ellos auxiliares. El honor de Roma quedó manchado,
padres conscriptos. Menciono la pérdida de un hombre en particular, un rey
nombrado por Marco Antonio: Polemón de Pontus, que contribuyó en gran medida a
las victorias de Publio Ventidio y generosamente dio fuerzas a Antonio,
incluida su propia persona. Añado que yo, en nombre de Roma, decidí que una
pequeña parte del botín de Sexto Pompeyo fuera destinado a rescatar al rey
Polemón, que no se merece morir cautivo de los partos. Le costará al tesoro una
minucia: veinte talentos.
No,
no os pongáis a llorar ahora, senadores. Entiendo que saber esas cosas es una
horrible verguenza para Roma, pero permitidme que os continúe explicando.
Dije
que el ejército de Antonio necesitaba ayuda con desesperación. Pero ¿a quién se
volvió Antonio en busca de auxilio? ¿Dónde fue a buscar ayuda? ¿Os la pidió a
vosotros, padres conscriptos? ¿Acaso a mí? ¡No, no lo hizo! ¡Acudió a Cleopatra
de Egipto! Una extranjera, una mujer que adora a dioses bestias, una no romana.
Sí, envió a buscarla. Y mientras esperaba, ¿informó al Senado y al pueblo de
esta desastrosa campaña? ¡No, no lo hizo! Se emborrachó hasta quedar
inconsciente durante dos meses, sólo para hacer pausas dornas de veces cada día
para correr fuera de su tienda y preguntar: «¿Ya viene?», como un niño pequeño
que llama a su mamá. «Quiero a mi mamá», es lo que dijo realmente una y otra
vez. «Quiero a mi mamá, quiero a mi mamá.» El pequeño Marco Antonio, triunviro
de Oriente.»Y finalmente vino, padres conscriptos del Senado. La Reina de las
Bestias vino con comida, vino, médicos, hierbas dadoras, vendas, frutas
exóticas, toda la abundancia de Egipto. Y mientras los soldados llegaban a
duras penas a Leuke Kome ella los atendió. ¡No en nombre de Roma, sino en el nombre
de Egipto! Mientras, Marco Antonio, borracho, ponía su cabeza y lloraba. Sí,
lloraba.
Ahora
ya os noto furiosos, a vosotros los senadores partidarios de Antonio. Pues no
os miento, y aquí en estos documentos tenéis un montón de pruebas para que
podáis ver que no os miento.
Quizás
os preguntéis si tengo alguna moción que presentar. Pues de momento no la
tengo, padres concriptos. He venido hoy a la Curia Hostilia de mi divino padre para
relatar una historia, para dejar las cosas bien claras. Lo he dicho muchas
veces antes, y lo repito ahora, ¡nunca iré a la guerra contra un romano! Por ninguna
razón, ni siquiera por ésta, nunca se me ocurriría pensar en una guerra contra
el triunviro Marco Antonio. Que se las componga. Que continúe cometiendo error
tras error, hasta que esta cámara decida que, como Marco Lépido, tendría que
ser apartado de sus magistraturas y sus provincias. No presentaré ninguna
moción al respecto, padres conscriptos, ahora o en el futuro. A menos, claro
está, que Marco Antonio rechace su ciudadanía y su tierra natal. Roguemos a Quirino y a
Sol Indiges que Marco Antonio nunca haga eso. Hoy no habrá debate. Esta reunión
se ha acabado.
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