Aquí
tenéis y podéis ver a Marco Antonio y a Quinto Casio han sido violados en su
condición de tribunos de la plebe. ¡Por esto estamos aquí, legionarios!.¡Para
prevenir esto nos hemos adentrado en Italia! ¡Ningún colectivo de hombres
romanos, por muy augusto o antiguo que sea, tiene el derecho de violar a las
personas sagradas que son los tribunos de la plebe, que surgieron para proteger
a toda la gente corriente, a la inmensa cantidad de miembros de la plebe, desde
el proletariado, pasando por los soldados de Roma, hasta los hombres de
negocios y los funcionarios! ¡Porque no podemos llamar a los plebeyos del
Senado nada más que futuros patricios! ¡Al tratar a dos tribunos de la plebe
del modo como los plebeyos del Senado han tratado a Marco Antonio y a Quinto
Casio, han renunciado a su condición y a su herencia plebeya!
La
persona de un tribuno de la plebe es inviolable, y su derecho al veto
inalienable. ¡Inalienable! Lo único que Antonio y Casio hicieron fue vetar un
decreto difamatorio dirigido a ellos, y que a través de ellos me apuntaba a mí.
Yo he ofendido a esos aspirantes a patricios del Senado al mejorar la imagen de
Roma a los ojos del resto del mundo y al añadir enormes riquezas a la bolsa de
Roma.
Porque
yo no soy uno de ellos. Nunca he sido uno de ellos. Senador, sí. Magistrado,
sí. Cónsul,
sí. ¡Pero nunca he sido uno de ese mezquino, corto de miras y vengativo grupo
de hombres que se llaman a sí mismos los boni, los hombres buenos! Los
cuales se han embarcado en un programa destinado a destruir el derecho del
pueblo a tomar parte en el gobierno, se han embarcado en un programa para
asegurarse de que el único colectivo de gobierno que quede en Roma seá el Senado.
¡Su Senado, muchachos, no el mío! Mi Senado es vuestro servidor, su Senado
quiere ser vuestro amo.
Ese
Senado de ellos, quiere decidir cuánto se os paga, cuándo ha de terminar
vuestro servicio militar después de haber servido con generales como yo, si
habéis o no de recibir una pequeña parcela de tierra donde estableceros cuando
os retiréis. Quiere regular el tamaño de vuestras ·primas, vuestro porcentaje
del botín, cuántos de vosotros tomaréis parte en un desfile triunfal. Incluso
quiere decidir si tenéis o no derecho a la ciudadanía, si vuestras espaldas,
que se han doblado mientras servían a Roma, han de ser
convertidas o no en gelatina por el látigo de espinos. Quiere que vosotros,
soldados de Roma, lo reconozcáis como vuestro amo. ¡Quiere que os acobardéis y
lloriqueéis como el mendigo más mezquino de una calle de Siria!
Ese
pequeño grupo de hombres y el Senado que ellos están consiguiendo manipular han impugnado
mi dignitas, mi derecho al honor público a través del esfuerzo personal.
¡Quieren destruir todo lo que yo he hecho, llaman traición a lo que he hecho!
¡Y al querer destruir mi dignitas, al llamarme traidor, están
destruyendo también vuestra dignitas y están llamando traición a lo que
también vosotros habéis hecho!
»¡Pensad
en ellos, muchachos! Todos esos fatigosos kilómetros, todas esas nundinae con
el estómago vacío, esos cortes de espada, esos pinchazos de flecha, esos
desgarros de lanza. ¡Todas esas muertes en primera línea, tan nobles, tan
valientes! ¡Pensad en ellas! ¡Pensad en los lugares donde hemos estado, pensad
en lo que hemos hecho, pensad en el trabajo, el sudor, las privaciones, la
soledad! ¡Pensad en la gloria colosal que hemos amasado para Roma! ¿Y para qué?
¡Para que a nuestros tribunos de la plebe los golpeen a puñetazos y puntapiés,
para que desprecien nuestros logros, para que nos infravaloren, para que se nos
cague encima una preciosa y pequeña claque de aspirantes a patricios! ¡Pésimos
soldados y peores generales hasta el último de ellos! ¿Quién ha oído
hablar alguna vez del general Catón? ¿Y de Enobarbo el conquistador ?. Pero
¿quiénes de vosotros conoce siquiera el nombre de Catón? El de Enobarbo, quizá,
pues su bisabuelo no fue mal soldado. Así que, muchachos, os voy a dar un nombre
que sí conocéis: Cneo Pompeyo, que se puso a sí mismo el cognomen de
Magno.
¡Sí, Cneo Pompeyo, que debería estar luchando por mí, por vosotros! ¡Pero que, en su vejez gorda y lela, ha elegido sujetar una esponja a un palo para limpiarles el culo a sus amigos los boni! ¡Que le ha vuelto la espalda al concepto del ejército! ¡Que ha apoyado esta campaña en contra mía y de mis muchachos desde el mismísimo comienzo! ¿Por qué? ¿Por qué ha hecho eso? ¡Porque está vencido, superado como general, superado en su clase y ultrajado! ¡Porque no es lo bastante «Grande» como para admitir que el ejército de otro es mejor que cualquiera de los ejércitos que él ha mandado en su vida! ¿Quién puede igualar a mis muchachos? ¡Nadie! ¡Nadie! ¡Vosotros sois los mejores soldados que han levantado nunca una espada y un escudo en nombre de Roma! ¡Así que aquí estoy, y aquí estáis vosotros, en el lado de un río en el que no deberíamos estar, y de camino para vengar nuestra mutilada, nuestra despreciada dignitas!
¡Sí, Cneo Pompeyo, que debería estar luchando por mí, por vosotros! ¡Pero que, en su vejez gorda y lela, ha elegido sujetar una esponja a un palo para limpiarles el culo a sus amigos los boni! ¡Que le ha vuelto la espalda al concepto del ejército! ¡Que ha apoyado esta campaña en contra mía y de mis muchachos desde el mismísimo comienzo! ¿Por qué? ¿Por qué ha hecho eso? ¡Porque está vencido, superado como general, superado en su clase y ultrajado! ¡Porque no es lo bastante «Grande» como para admitir que el ejército de otro es mejor que cualquiera de los ejércitos que él ha mandado en su vida! ¿Quién puede igualar a mis muchachos? ¡Nadie! ¡Nadie! ¡Vosotros sois los mejores soldados que han levantado nunca una espada y un escudo en nombre de Roma! ¡Así que aquí estoy, y aquí estáis vosotros, en el lado de un río en el que no deberíamos estar, y de camino para vengar nuestra mutilada, nuestra despreciada dignitas!
Yo no
iría a la guerra por ningún motivo menor que éste. Yo no me opondría a esos
idiotas senatoriales por ningún motivo menor que éste. Mi dignitas es el
centro de mi vida. ¡Es todo lo que tengo en mi vida! ¡No permitiré que me la
quiten! Ni permitiré que os quiten la vuestra. ¡Cualquier cosa que yo sea, lo
sois vosotros! ¡Hemos marchado juntos para cortarle las tres cabezas al Cancerbero!
¡Hemos sufrido penalidades en la nieve, en el hielo, bajo granizo y bajo la
lluvia! ¡Hemos cruzado un océano, hemos escalado montañas, hemos nadado en
caudalosos ríos! ¡Hemos derrotado a los pueblos más valientes del mundo y les
hemos obligado a arrodillarse ante Roma! ¡Les hemos hecho someterse a Roma!
¿Y
qué puede decir el viejo, pesado y pobre Cneo Pompeyo como
contrapartida? ¡Nada, muchachos, nada! Así que, ¿qué ha elegido hacer? Ha tratado
de despojarnos de todo lo que tenemos, muchachos: del honor, de la fama, de la
gloria, del milagro. ¡Todo lo que nosotros reunimos y llamamos dignitas. Pero
yo soy vuestro seguidor, muchachos. Existo por vuestra causa. Sois vosotros
quienes debéis tomar la última decisión. ¿Queréis que sigamos avanzando por
Italia para vengar a nuestros tribunos de la plebe y para recuperar nuestra
dignitas? ¿O damos media vuelta y regresamos a Rávena? ¿Qué hemos de hacer?
¿Seguimos o retrocedemos?
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