Dicen que al Dictador le bastaba con sus besos, pues gran dama aristocrática patricia Valeria Mesala era una preciosidad de mujer. Hasta el momento, su cuarto matrimonio había sido una agradable experiencia para Sila, pero no muy estimulante. Y en parte era debido a su edad y a la enfermedad que lo consumía; lo sabía. Pero más aún a los defectos seductores y sensuales de las romanas aristócratas, que no sabían relajarse debidamente en la cama para aceptar las triquiñuelas sexuales que el dictador ansiaba que Valeria se lo follara. Fallaba su energía y necesitaba esas triquiñuelas. ¿Por qué las mujeres, aun amando locamente a un hombre, no podían ceder incondicionalmente a sus fantasías sexuales?, se preguntaba Sila, y se lo preguntó a su lugarteniente Varrón Lúculo.
-Yo creo que las mujeres son receptáculos pasivos, Lucio Cornelio. Están hechas para sujetar cosas, desde el pene de un hombre hasta un niño. Y quien sostiene cosas es un ser pasivo. ¡Tiene que ser pasivo, si no la sujección peligra! Lo mismo sucede con los animales. El macho es el activo y sacia su gran deseo montando a varias hembras.
-¿Quieres decir, querido Varrón, que un hombre decente casado debe andar fornicando con la mitad de las hembras de Roma?
-¡No, no, desde luego que no!. ¡Todas las hembras son pasivas y no hallaría satisfacción!
-Entonces, ¿dices que si un hombre quiere saciar sus deseos carnales ha de emparejarse con otro hombre?
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-¡Oh! ¡Ah! ¡Hummm! No, Lucio Cornelio; claro que no. Ni mucho menos.
-Entonces, ¿qué hace un hombre decente casado?
-Me gusta estudiar los fenómenos naturales, sí, pero esto son cuestiones que no alcanzan a mis conocimientos
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-¡Cálmate, Varrón, te lo preguntaba en broma!
-Contigo nunca se sabe, Lucio Cornelio, si las mujeres de Roma te amaron con locura, por algo será.
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