Cayo
Julio César aprovechó para decir que promulgaría una medida paliativa ante la
moción de la no condonación de deudas. Comprendía que corrían tiempos
difíciles. Los caseros romanos tendrían que aceptar una reducción de dos mil sestercios
al año en el alquiler, los caseros del resto de Italia una reducción de
seiscientos. Más tarde anunciaría otras medidas paliativas y para las deudas
más grandes negociaría un acuerdo que resultara beneficioso para ambas partes.
Para eso debían mantenerse pacientes durante un poco más de tiempo, porque se requería
tiempo para dictar unas medidas que fueran absolutamente justas e imparciales.
A
continuación anunció la nueva política fiscal, que tampoco entraría en vigor inmediatamente,
teniendo en cuenta el papeleo que generaba. Es decir, el Estado pediría
prestado dinero a particulares y empresas, y a otras ciudades y distritos de
toda Italia y del mundo romano. Se les preguntaría a los reyes subordinados si deseaban
convertirse en acreedores de Roma. El interés se pagaría al tipo corriente del
diez por ciento simple. La res publica, dijo César, no se financiaría con los
escasos impuestos que Roma cobraba: los aranceles aduaneros, los derechos de la
liberación de los esclavos, los ingresos de las provincias, la parte del Estado
en el botín de guerra, y eso era todo. No habría impuesto sobre las rentas, ni
impuestos sobre las personas, ni impuestos sobre las propiedades, ni impuestos
a la banca... ¿De dónde procedería pues el dinero? La respuesta de César fue
que el Estado pediría prestado en lugar de instituir nuevos impuestos. Los ciudadanos
más pobres se convertirían en acreedores de Roma. ¿Cuál era la garantía? La
propia Roma. La mayor nación sobre la faz de la tierra, rica y poderosa, no
susceptible de quiebra.
No
obstante, advirtió, los petimetres y las lánguidas señoras que se paseaban en
literas de púrpura tirio tachonadas con perlas marinas tenían los días
contados, porque sí había un impuesto que se proponía establecer. La púrpura
tiria no estaría libre de impuestos, los banquetes desorbitantemente caros no
estarían libres de impuestos, el laserpicium que aliviaba los síntomas
de los excesos en el comer y beber no estaría libre de impuestos.
Para
concluir, dijo amigablemente, no se le escapaba el hecho de que existían muchos
bienes raíces cuyos propietarios eran en la actualidad nefas, personas
excluidas de Roma y la ciudadanía por delitos contra el Estado. Esos bienes se
subastarían justamente y las ganancias resultantes se ingresarían en el erario,
que había aumentado un poco gracias a la donación de cinco mil talentos de oro
de la reina Cleopatra de Egipto y dos mil talentos de oro del rey Asander de Cimeria.
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