Pero
el caballo que el mozo le llevó a César para que lo montase no era ninguno de
los animales
de viaje, hermosos y de patas altas, sino que se trataba de Toes. Como
los otros dos caballos con el mismo nombre que César había montado cuando
entraba en combate desde que Sila le regaló el animal original, este Toes,
veterano de los años pasados en la Galia, era un animal castaño y lustroso con
larga crin, larga cola y una linda cara, una montura de buena raza, como correspondía
a cualquier general que no prefiriera (como Pompeyo) un llamativo caballo
blanco. Sólo que este caballo tenía los cuatro cascos divididos en tres
auténticos dedos, cada uno de los cuales acababa en un casco diminuto.
Montados
en sus caballos, los legados lo miraban cautivados; habían estado esperando en vano
una declaración de guerra, y ahora la tenían. Cuando César cabalgaba sobre Toes
es que iba a entrar en combate.
Arreó
al animal para ponerse en cabeza y cabalgó a paso tranquilo por la hierba
otoñal que amarilleaba, adentrándose entre los árboles en dirección al
centelleante río. Y allí, en la orilla, se detuvo.
Y entonces César estuvo
pensando:
Aquí
está. Todavía puedo darme la vuelta. Todavía no he abandonado la legalidad, la constitucionalidad.
Pero una vez que cruce este río más bien mediocre, paso de ser un servidor de mi
patria a ser un agresor contra ella. Pero ya sé todo esto. Lo sé desde hace dos
años. He pasado por todo: he pensado, he proyectado, he programado, me he
esforzado muchísimo. He hecho concesiones increíbles. Incluso me hubiera
conformado con Iliria y una legión. Pero en cada paso del camino he sabido y he
comprendido que ellos no cederían. Que estaban decididos a escupirme, a hundir
mi cara en el polvo, a reducir a la nada a Cayo Julio César. Que no es nada.
Que nunca consentiría ser nada. Tú lo has querido, Catón. Ahora puedes
conseguirlo. Tú me has obligado a marchar contra mi patria, a volver la cara
contra la legalidad vigente. Y tú, Pompeyo, estás a punto de descubrir cómo es
enfrentarse a un enemigo de verdad competente. En el momento en que Toes
se moje los pies me convertiré en un fuera de la ley. Y para quitar esa mancha
de mi nombre, tendré que ir a la guerra, luchar contra mis compatriotas... y
ganar.
¿Qué
hay al otro lado del Rubicón? ¿Cuántas legiones habrán logrado reunir? ¿Cuántos auténticos
preparativos habrán llevado a cabo? Estoy basando toda mi campaña en una
corazonada que me dice que no han hecho nada. Que Pompeyo no sabe cómo empezar
una guerra, y que los boni no saben cómo se libra una guerra. Él,
Pompeyo, nunca, ni una sola vez, ha empezado una guerra a pesar de todos los
mandos especiales que ha ocupado. Es un experto en pasar la bayeta para acabar
lo que otros han empezado. Y los boni no tienen habilidad en nada que no
sea empezar una guerra. Y una vez que la lucha empiece, ¿cómo logrará Pompeyo
coexistir con los boni, que le obligarán a retrasarse, lo arengarán, lo
criticarán, intentarán reprimirlo? Ellos han pensado que esto es un juego, una
hipótesis. Nunca han pensado en ello como un hecho real. Pero claro, supongo
quese trata de un juego. Y yo tengo de mi parte la suerte además del ingenio.
Después
dijo "la suerte de los dados está echada". Y espoleó suavemente a Toes
en las costillas, cruzó cabalgando el Rubicón y entró en Italia y en la
rebelión.
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