viernes, 12 de junio de 2015

CAYO JULIO CÉSAR DECIDE CRUZAR EL RUBICÓN




Pero el caballo que el mozo le llevó a César para que lo montase no era ninguno de los animales de viaje, hermosos y de patas altas, sino que se trataba de Toes. Como los otros dos caballos con el mismo nombre que César había montado cuando entraba en combate desde que Sila le regaló el animal original, este Toes, veterano de los años pasados en la Galia, era un animal castaño y lustroso con larga crin, larga cola y una linda cara, una montura de buena raza, como correspondía a cualquier general que no prefiriera (como Pompeyo) un llamativo caballo blanco. Sólo que este caballo tenía los cuatro cascos divididos en tres auténticos dedos, cada uno de los cuales acababa en un casco diminuto.



Montados en sus caballos, los legados lo miraban cautivados; habían estado esperando en vano una declaración de guerra, y ahora la tenían. Cuando César cabalgaba sobre Toes es que iba a entrar en combate.


Arreó al animal para ponerse en cabeza y cabalgó a paso tranquilo por la hierba otoñal que amarilleaba, adentrándose entre los árboles en dirección al centelleante río. Y allí, en la orilla, se detuvo.



Y entonces César estuvo pensando:

Aquí está. Todavía puedo darme la vuelta. Todavía no he abandonado la legalidad, la constitucionalidad. Pero una vez que cruce este río más bien mediocre, paso de ser un servidor de mi patria a ser un agresor contra ella. Pero ya sé todo esto. Lo sé desde hace dos años. He pasado por todo: he pensado, he proyectado, he programado, me he esforzado muchísimo. He hecho concesiones increíbles. Incluso me hubiera conformado con Iliria y una legión. Pero en cada paso del camino he sabido y he comprendido que ellos no cederían. Que estaban decididos a escupirme, a hundir mi cara en el polvo, a reducir a la nada a Cayo Julio César. Que no es nada. Que nunca consentiría ser nada. Tú lo has querido, Catón. Ahora puedes conseguirlo. Tú me has obligado a marchar contra mi patria, a volver la cara contra la legalidad vigente. Y tú, Pompeyo, estás a punto de descubrir cómo es enfrentarse a un enemigo de verdad competente. En el momento en que Toes se moje los pies me convertiré en un fuera de la ley. Y para quitar esa mancha de mi nombre, tendré que ir a la guerra, luchar contra mis compatriotas... y ganar.


¿Qué hay al otro lado del Rubicón? ¿Cuántas legiones habrán logrado reunir? ¿Cuántos auténticos preparativos habrán llevado a cabo? Estoy basando toda mi campaña en una corazonada que me dice que no han hecho nada. Que Pompeyo no sabe cómo empezar una guerra, y que los boni no saben cómo se libra una guerra. Él, Pompeyo, nunca, ni una sola vez, ha empezado una guerra a pesar de todos los mandos especiales que ha ocupado. Es un experto en pasar la bayeta para acabar lo que otros han empezado. Y los boni no tienen habilidad en nada que no sea empezar una guerra. Y una vez que la lucha empiece, ¿cómo logrará Pompeyo coexistir con los boni, que le obligarán a retrasarse, lo arengarán, lo criticarán, intentarán reprimirlo? Ellos han pensado que esto es un juego, una hipótesis. Nunca han pensado en ello como un hecho real. Pero claro, supongo quese trata de un juego. Y yo tengo de mi parte la suerte además del ingenio.


Después dijo "la suerte de los dados está echada". Y espoleó suavemente a Toes en las costillas, cruzó cabalgando el Rubicón y entró en Italia y en la rebelión.




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