Para
Livia Drusilia, amor de mi vida, saludos.
Como
ésta te dice, yo, César Divi Filius, no te olvidé después de habernos encontrado
en Fregellae. Me llevó algún tiempo encontrar la manera para librarte de
Tiberio Claudio Nerón sin escándalo ni odio. Le encomendé a mi liberto, Heleno,
a buscaren los nuevos Libros sibilinos hasta que encontrase un verso que se
pudiese aplicar a ti y a Nerón. Por sí mismo, esto era insuficiente. También
tenía que encontrar un verso que se aplicase a ti y a mí, algo más difícil.
Este hombre excelente -estoy tan complacido de tenerlo de nuevo conmigo después
de estar un año prisionero de Sexto Pompeyo- es en realidad mucho mejor erudito
que almirante o general. Estoy tan feliz de escribir esto que me siento como
Icaro, que se eleva en el éter. ¡Por favor, mi Livia Drusilia, no me hagas
caer! La desilusión me mataría, si la caída no lo hace. Aquí tienes el verso
tuyo y el de Nerón:
Marido
y esposa, negras como la noche.
Unidos
son el padecer de Roma.
Separados
deben ser, y pronto
o
Roma sufrirá para siempre
En
comparación, el tuyo y el mío son rosas en Campania:
El
hijo de un dios, blanco y de cabellos dorados,
debe
tomar como esposa a la madre de dos.
Negra
como la noche, de una pareja separada.
Ambos
construirán Roma de nuevo.
¿Qué
te parece? A mí me gustó cuando lo leí. Heleno es un tipo muy astuto, un experto
con los manuscritos. Lo he elevado a la posición de jefe de los secretarios.
El diecisiete de este mes de enero tú y yo nos casaremos. Cuando le llevé los
dos versos al quindecenviro -soy uno de los Quince Hombres-, ellos aceptaron
que mi interpretación era la correcta. Todos los impedimentos y obstáculos
fueron barridos y se aprobó una lex curiata que sanciona tu divorcio de Nerón
y nuestro casamiento.
La
jefa vestal, Apuleya, es mi prima, y aceptó acogerte hasta que nos casemos. Me
he comprometido a que, tan pronto como Roma esté recuperada, separaré a las
vestales del pontífice máximo y tendrán su propia casa. Te quiero.
Firmado,
César Octavio
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