¡Mi querido Antonio, por fin soy rey de los judíos! No
fue fácil, dada la ineptitud militar de Cayo Sosio. ¡No Silo, A! Un buen
gobernador para la paz, pero no a la altura de la tarea de disciplinar a los
judíos. Sin embargo, me hizo un gran humor al entregarme dos buenas legiones de
tropas romanas y dejarme que las llevase al sur, a Judea. Antígono salió de
Jerusalén para encontrarse conmigo en Jericó, y lo derroté.
Luego escapó a Jerusalén, que sufrió el asedio. Cayó
cuando Sosio me envió otras dos buenas legiones. Vino con ellas. Cuando cayó la
ciudad quiso saquearla, pero le convencí para que no lo hiciese. Lo que yo
quería y Roma necesitaba, le dije, era una Judea próspera, no un desierto
arrasado. Al final, estuvo de acuerdo. Pusimos a Antígono con cadenas y lo
enviamos a Antioquía. Una vez que estés tú en Antioquía puedes decidir qué
hacer con él, pero yo recomiendo vigorosamente la ejecución.
He liberado a mi familia y a la familia de Hircano de
Masada. y me he casado con Mariamne. Está embarazada de nuestro primer hijo.
Dado que no soy judío, no me he nombrado a mi mismo sumo sacerdote. Ese honor
le ha correspondido a un zadoquita, Ananeel, que hará todo lo que yo le diga.
Por supuesto, tengo oposición, y hay algunos que conspiran para levantarse en
armas contra mí, pero nada de eso prosperará. Mi pie está ahora bien firme en
el cuello judío, y no se levantará nunca mientras haya vida en mi cuerpo.
¡Por favor, te lo ruego, Marco Antonio, devuélveme una
Judea entera y contigua en lugar de estos cinco lugares separados! Necesito un
puerto de mar, y me sentiría feliz con Joppa. Gaza está demasiado al sur. La
mejor noticia es que he conseguido arrebatar los yacimientos de bitumen de
Malcus de Nabatea, que se alió con los partos y me rechazó a mí, su propio
sobrino, que fue a auxiliarle.
Acabo dándote las gracias más profundas por tu apoyo.
Estate seguro de que Roma nunca lamentará haberme hecho rey de los judíos.
Firmado, Herodes
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