Padre,
he enviado esta misma carta a muchos lugares. Por favor, te lo ruego, ¡no te
des por vencido! Por Cicerón me he enterado de los terribles sufrimientos que
has pasado en la tienda de mando. Él ha estado aquí, pero ya se ha ido. ¡Ese
Labieno! Cicerón me lo ha contado todo.
Llegó
con Catón y mil soldados heridos que ya se habían recuperado. Luego Catón
anunció que continuaría su viaje a Africa con los soldados, pero que no era
propio que un simple pretor mandase, cuando un consular (se refería a Cicerón)
estaba disponible para asumir el mando. Su propósito era ponerse él y poner a
los hombres a las órdenes de Cicerón, pero tú conoces mejor que yo a esa vieja
bolsa de viento, así que puedes imaginarte cuál fue la respuesta. No quería
tener nada que ver con más resistencia, con más soldados ni con Catón. Cuando
éste se dio cuenta de que en secreto Cicerón se inclinaba por volver a Italia,
perdió los estribos y empezó a darle patadas y puñetazos. Tuve que tirar de él
para separarlos. En cuanto pudo, Cicerón huyó a Patras y se llevó consigo a su
hermano Quinto y a su sobrino del mismo nombre, que se habían alojado en mi
casa. Supongo que los tres estarán ya en Patras, peleándose entre ellos.
Catón
se llevó mis barcos de transporte (yo ya no los necesito) y puso rumbo a
Africa. Por desgracia yo no podía proporcionarle ningún piloto, así que le dije
que dirigiera las proas de los barcos hacia el sur y que se dejase llevar por
los vientos y las corrientes. Es un consuelo que Africa cierre el Mare Nostrum
por el sur, porque así Catón no tiene más remedio que ir a parar a algún lugar
de Africa.
Lo
que esto me dice es que la guerra contra César no ha terminado, ni mucho menos.
La resistencia se cristalizará en la provincia de Africa, pues todos los
refugiados Se dirigen allí Todavía seguimos vivitos y coleando, y seguimos
siendo los amos del mar. Por favor, te lo ruego, querido padre, reúne cuantos
barcos puedas y acude a mí o dirígete a Africa.
Tu
hijo, CNEO POMPEYO
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