Mi
querido Marco Cicerón, tú eres una de las pocas personas implicadas en este lío
que quizá tengan la previsión y el valor de elegir un sendero intermedio. Noche
y día me preocupa el mal trago por el que atraviesa Roma, que se ha quedado sin
timón por el deplorable éxodo de su gobierno. ¿Qué clase de respuesta es gritar
tumultus y luego abandonar el gobierno? Porque eso es lo que Cneo
Pompeyo, empujado por Catón y los Marcelos, ha hecho. Hasta el momento no he recibido
indicación alguna de que ninguno de ellos, incluido Pompeyo, estén pensando en
Roma. Y eso a pesar de la retórica.
Si
tú quisieras regresar a Roma, sería una gran ayuda. En esto, lo sé, tengo el
apoyo de Tito
Atico. Es un gran gozo saber que se ha recuperado de ese terrible ataque de fiebres
intermitentes. No se cuida lo suficiente. Recuerdo que Ria, la madre de Quinto
Sertorio, que se encargó de cuidarme cuando estuve a punto de morir de las
fiebres intermitentes, me envió una carta cuando regresé a Roma donde me
aconsejaba qué hierbas tenía que colgar y qué hierbas tenía que echar en un
brasero para evitar contraer las fiebres. Funcionan, Cicerón. Desde entonces no
he vuelto a tener fiebre. Pero, aunque le expliqué lo que tenía que hacer,
Atico no quiere tomarse la molestia.
Por
favor, considera la idea de volver a casa. No por mí. Nadie te tachará de
partidario mío.
Hazlo por Roma.
Firmado
CAYO JULIO CÉSAR
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