Cada vez que César regresa a Roma, ésta presenta un aspecto de
mayor abandono. ¿Se debe ello
a que César visita otras muchas ciudades, ciudades planificadas y construidas
por griegos que con su
avanzada concepción de la arquitectura no temen arrasar edificios antiguos en
nombre del progreso?. Como
los romanos reverencian la antigüedad y a los antepasados, no se atreven a
derruir un edificio
público simplemente porque no cumple ya su función. Pese a sus grandes
dimensiones, la pobre Roma
no es una dama encantadora. Su cogollo está en el fondo de una húmeda hondonada
que en justicia debería desaguar en los pantanos de las Palus Cerollas, pero no
lo hace porque el borde
rocoso de la Velia separa Esquilina de Palatina, de modo que el cogollo es casi
una ciénaga.
Si la Cloaca Máxima no pasara justo debajo sería sin duda un lago.
La pintura de los edificios se
desconcha por todas partes, los templos del Capitolio están sucios, incluso el
de Júpiter Óptimus Máximus.
En cuanto a Juno Moneta, ¿cuántos siglos hace que no se restaura?. Los vapores
procedentes de la acuñación de moneda en el sótano están causando estragos.
Nada está bien
planificado ni trazado; la ciudad es una vieja maraña. Por más que César
intenta mejorarla con sus propios
proyectos financiados con capital privado. Lo cierto es que Roma está exhausta
a causa de décadas de
guerra civil. No puede seguir así; esto ha de acabar.
César no tuvo tiempo de fijar la mirada en las obras públicas que había
iniciado siete años atrás:
el Foro julio, contiguo al Foro romano; la Basílica Julia, en el Foro romano
inferior, donde estaban
antes las dos antiguas basílicas Opimia y Sempronia; la nueva Curia para el
Senado; las oficinas del
Senado.
No, estaba demasiado
ocupado contemplando los cadáveres descompuestos, las estatuas
caídas, los altares destrozados, las hornacinas profanadas. El Ficus Ruminalis
presentaba marcas e indicios
de violencia; otros dos árboles sagrados tenían partidas las ramas inferiores,
y las aguas del estanque
de Curtio estaban teñidas de sangre. Más arriba, en el primer tramo de la
subida al Capitolio, las
puertas del Tabulario de Sila estaban abiertas de par en par, y a su alrededor
había fragmentos de piedra.
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