El pontífice
máximo estaba autorizado a vivir en el edificio público más parecido a un
palacio que tenía Roma: la Domus Publica..
Mejorado y ampliado primero por Ahenobarbo y luego
por César (ambos los más destacados pontífices máximos), era una enorme
residencia ubicada en el centro mismo del Foro y presentaba una peculiar
dicotomía: en un lado vivían las seis Vírgenes Vestales, en el otro el
pontífice máximo.
Uno de los deberes del sumo sacerdote de Roma era
supervisar las Vestales, que no llevaban una vida de claustro, pero cuyos
hímenes intactos representaban el bienestar público de Roma, o de hecho la suerte
de Roma.
Investidas a los seis o siete años de edad, las vestales servían durante treinta años y
luego quedaban en libertad para reintegrarse a la comunidad e incluso casarse
si así lo deseaban.
Sus deberes religiosos no eran grandes, pero también
tenían bajo su custodia los testamentos de los ciudadanos romanos, lo cual
implicaba que como mínimo en la Domus Pública guardaban alrededor de tres
millones de documentos, todos minuciosamente archivados, numerados y
clasificados, ya que incluso los ciudadanos romanos más pobres tendían a hacer
testamento y a dejarlo en manos de las Vestales fuera cual fuera su lugar de
residencia.
En cuanto una
Vestal cogía el testamento de alguien se sabía que era sacrosanto, que nadie lo
leería hasta que se presentara una prueba de la muerte del testador y apareciera la persona indicada para
autentificarlo.
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